EEUU vota: la democracia y estabilidad del mundo se juegan entre Harris y Trump

EEUU vota: la democracia y estabilidad del mundo se juegan entre Harris y Trump 

La que es aún la mayor potencia del planeta decide entre dos visiones: ninguno es un candidato milagroso, ambos tienen miserias bajo la alfombra, pero sus líneas rojas son claramente distintas. La regresión o la esperanza. El rechazo o la apertura. 

Kamala Harris y Donald Trump, en sendas imágenes de esta campaña electoral de 2024.Marco Bello y Jeenah Moon / Reuters

Estados Unidos asiste a una reedición de La guerra de los mundos. Sin extraterrestres, que el peligro viene esta vez de sus propias entrañas. Este martes, 5 de noviembre, el país celebra las elecciones más esperadas de 2024 y se mira forzosamente al espejo. Ahí está su reflejo doble, el de una sociedad polarizada, el de unos aspirantes a presidentes con visiones de la democracia, la estabilidad, la convivencia, la diversidad o los derechos contrapuestas e incompatibles. 

En un país donde ser de cara es no ser de cruz, 244 millones de electores lanzan su moneda al aire: Kamala Harris o Donald Trump. En un trozo de papel, en un click, en un botón, se enfrentan dos cosmogonías, se juegan dos futuros. Ni la candidata demócrata ni el candidato republicano son perfectos, ambos tienen miserias bajo la alfombra -de contradicciones a inacciones, de delitos y condenas a mentiras: el grosor importa-, pero sus líneas rojas son claramente distintas. La regresión o la esperanza. El rechazo o la apertura. Los míos, todos. 

Quien gane, arrastrará a la otra mitad del país a su modo de vida, tan empatadas están las encuestas, pese a la mínima ventaja de la actual vicepresidenta, que siente en el cogote el aliento de su rival, esprintando en las últimas jornadas. Y, detrás, irá el planeta, pendiente de lo que hace Washington para que ruede el comercio o para que paren (o sigan) las guerras. El mundo en un voto. 

Cómo llegamos a la cita

Las tumultuosas elecciones de 2024 llegan al día d tras una campaña llena de giros extraordinarios que, al final, se han estabilizado en unas tablas de ajedrez. Tanto revuelo, tanto sube y baja, para llegar al empate. Eso, en cuanto a números. Detrás, lo que hay es una tormenta formidable que amenaza con ser más fiera aún cuando los votos se recuenten, si no convencen a todos. 

El expresidente Donald Trump, que se presenta por el Partido Republicano tras imponerse en unas primarias sin rival reseñable, está oscureciendo las horas previas a la cita con su argumento distópico preferido: la amenaza del fraude electoral es real y hay que estar preparados para batallar contra la ilegítima presidenta Harris. Sus últimos mítines han estado centrados en lanzar nuevas -e infundadas- afirmaciones sobre supuestas trampas de los demócratas, en un intento de calentar el ambiente, de buscar el victimismo y de movilizar a su gente que habitualmente le ha salido bien.

Kamala Harris, candidata por sorpresa, sustituta del presidente Joe Biden, acorralado por su desgaste físico hasta tirar la toalla el pasado verano, llega sin haber tenido que pasar por unas primarias, aspirante de consenso forzado y rápido ante el vacío de líder, responde a esas acusaciones con una actitud que se ha convertido en marca de la casa desde el primer momento: la esperanza por encima de la crítica. Claro que avisa de los males que puede acarrear un segundo mandato del magnate, pero por encima de ese catastrofismo pone las oportunidades de un país mejor si es ella la que se impone: optimismo, aspiraciones de una "nueva generación de liderazgo en EEUU". Si llegan las quejas, plantará batalla, sin duda. 

Los votantes -más de 75 millones de los cuales ya han emitido su voto por adelantado o por correo- finalmente tienen que elegir entre "el miedo y el porvenir", como resume el expresidente Barack Obama. Pero no se ve fácil, sobre todo cuando los estados clave que probablemente decidirán la carrera arrojan encuestas tan ajustadas, con horquillas de seda más que de lana. 

A ellos, a los llamados estados bisagra o pendulares (swing states, en inglés), se han entregado en cuerpo y alma los dos candidatos en estas últimas horas. Trump, a Carolina del Norte y Pensilvania. Harris, a este último y a Michigan. Junto a Nevada, Arizona, Georgia y Wisconsin, en sus márgenes se juega el país entero, porque son los dudosos, los que a veces cambian, mientras que el resto de los 50 estados suelen ser fieles a sus tendencias, elección a elección.

Donald Trump, llegando a su mitin de esta noche pasada en Grand Rapids, Michigan.Brian Snyder / Reuters

En esta carrera acelerada, Trump se ha ido volviendo cada vez más extremista, con arrebatos que parecen augurar un nuevo intento de desafiar la voluntad de los votantes si pierde. Por ejemplo, el domingo afirmó falsamente en Pensilvania que los demócratas están "luchando tan duro para robar esta maldita cosa" (o sea, las elecciones) y que las máquinas de votación serían manipuladas. "No debería haber dejado la Casa Blanca", dijo, resucitando el fantasma de 2020, cuando se negó a acatar la victoria de Biden. Ha tenido cuatro años de digestión y aún no lo ha procesado. 

El comportamiento de Trump -al que ahora le pesa la edad, 78 años, cuando antes con Biden era el joven, mientras Harris acaba de cumplir 60- ya parece un nuevo intento de intentar anular el resultado si pierde, un cuento que los ciudadanos ya saben cómo acaba: en violencia y en los tribunales. Hay por eso señales de alarma en los asesores republicanos, que siempre han pedido a su aspirante que eluda son suavidad el tema. Harris avisa de que está lista para responder si el expresidente hace una declaración de victoria prematura, y sus maniobras sugieren que, en ausencia de una victoria clara de cualquiera de los dos bandos, la incertidumbre sobre las elecciones podría durar días.

Por contra, la demócrata ha estado tratando de reavivar el sentimiento de alegría posterior a su elección, ese con el que intenta hacer ver que hay cambio en dejar a una persona que es la actual número dos de la Administración y que ha estado en el Gobierno en la legislatura más reciente, con sus logros y sus asignaturas pendientes. Quiere que el efecto Harris dure, como en sus primeros actos de campaña. El domingo, en una iglesia negra de Detroit, condenó a quienes "siembran odio, difunden miedo y propagan el caos", en referencia a su rival. "En estos próximos dos días seremos puestos a prueba", dijo. "Nacimos para un momento como este", remató. 

Pero la vicepresidenta también intentó convocar a los mejores ángeles de la naturaleza estadounidense, un discurso de altas miras que Trump abandonó hace eones. Harris dijo el sábado en Carolina del Norte: "He vivido la promesa de Estados Unidos. Y hoy veo la promesa de Estados Unidos en todos los que están aquí. En todos ustedes, en todos nosotros. Somos la promesa de Estados Unidos". ¿Será o no será la elegida de los cielos para la tarea? No sólo va de buena, eh, también saca el aguijón y ha llamado "fascista" a Trump por sus coqueteos con el ideario de Adolf Hitler. En misa y repicando. 

Kamala Harris, el pasado 29 de octubre, llegando a su mitin en Washington DC.Kevin Dietsch / Getty

Una cita histórica

Así, con las espadas en todo lo alto, llegan dos aspirantes que van a hacer historia. Los dos tienen techos por romper. Si Trump gana este martes, será apenas el segundo presidente derrotado en ganar un mandato no consecutivo. Nadie ha logrado recuperar el cargo desde Grover Cleveland, en 1892. De hacerlo, completará una de las remontadas políticas más asombrosas de la historia, después de dos juicios políticos, de intentar quemar la democracia para mantenerse en el poder después de perder las elecciones de 2020, de incitar el asalto al Capitolio, de ser condenado por un delito -ha sido procesado ya por cuatro y espera más resultados- y de escapar de dos atentados contra su vida este mismo año.

Harris, por su parte, puede romper la línea de casi 250 años de comandantes en jefe masculinos y convertirse en la primera presidenta. Sería una hazaña asombrosa después de que unificara al desmoralizado Partido Demócrata en julio, cuando la candidatura a la reelección del presidente Biden quedó destruida por los estragos de la edad y sólo ella estaba en condiciones de dar el paso, con todas las dudas que habían generado sus años en el poder, pero con toda la solidez, también, de lo hecho en una de las legislaturas con más carga legislativa de la historia del país. 

Huelga decir que, además, la exfiscal no sólo es mujer, sino que es afroamericana (sería la segunda mandataria negra, tras Barak Obama) y de origen asiático (nunca nadie son una madre de India se ha sentado en el Despacho Oval). Histórico, pues, no es una palabra excesiva para describir su caso. Ya es la primera candidata desde 1968 que llega al súpermartes sin haber recibido antes ni un voto en caucus o primarias. 

Lo que está en juego en las elecciones se ve acentuado por la sensación de que nadie puede predecir quién ganará. Las encuestas a nivel nacional y en los estados clave no muestran un líder claro, lo que refleja un país que está tan dividido como cuando comenzó la carrera. Biden dijo al llegar que, junto a la pandemia y la economía, unir a su gente era su meta. No lo ha logrado. Hoy sigue existiendo la posibilidad de que un candidato haya logrado obtener una ventaja tardía en estados clave como Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Georgia, Carolina del Norte, Nevada y Arizona, y pueda obtener una victoria más amplia de lo previsto, o todo lo contrario, o que acabemos mirando el voto popular y el voto del colegio electoral y con dos ganadores reclamando el trono. Con la onda social (protestas, violencia, incertidumbre) que puede generar. 

Los demócratas se sienten alentados por la aparentemente fuerte participación temprana entre las mujeres votantes, con el derecho al aborto como un tema potencialmente crucial en la primera elección desde que la mayoría de la Corte Suprema construida por Trump revocó el fallo Roe v. Wade en 2022, que garantizaba el derecho. Harris también se hace fuerte en su capacidad para unir a su partido, en reparar las fisuras en la coalición demócrata tradicional, tratando de atraer a los hombres negros y a los votantes latinos en particular. Sabe que las almas del partido están al aire y que hay choques de calado en asuntos como el ataque de Israel sobre Gaza, pero con sus nuevos aires, pese a todo, confían en atraer al votante progresista de siempre, incluso al desencantado por Oriente Medio

Trump, por su parte, cuenta con el apoyo de los votantes republicanos de base, muy movilizados y fieles, más aquellos cansados de los altos precios de los alimentos y la vivienda, que aún sienten el trauma de la inflación, generada sobre todo tras la invasión rusa de Ucrania y a la que Biden no pudo poner brida en los primeros meses. Luego se enfrió, hasta ahora, y se le ha complicado usarla como arma, vistos los datos de sólido crecimiento y fortaleza de la divisa. 

Si la economía no le da réditos, Trump se aferra a los inmigrantes indocumentados para poner de relieve la crisis en la frontera sur. El Gobierno de Biden ha luchado durante meses para reconocer la gravedad de cada problema y ofrecer soluciones efectivas, lo que significa que las semillas de una posible derrota de Harris pueden haber sido sembradas hace mucho tiempo. Y el equipo de Trump está convencido de que se comerá a los electores demócratas minoritarios tradicionales y volverá a sacar a votar a personas que normalmente no votan. De ahí su promesa repetida de muro y mano dura. 

Votantes tempranos en Guilford County, Carolina del Norte, el pasado 25 de octubre.Nathan Posner / Anadolu via Getty Images

¿El principio del fin o el fin del principio?

La del 5N no se trata de una elección común, en gran medida debido a la presencia latente de Trump, que ya era el presidente más disruptivo de la era moderna, y que ahora que promete un Gobierno autoritario sin trabas si recupera la Oficina Oval. Si cumple sus propias promesas, el candidato republicano, que ha sido sometido a dos procesos de destitución, someterá a las instituciones de Gobierno, judiciales y constitucionales de Estados Unidos a su mayor prueba en generaciones en un mandato que promete basar en la venganza personal. 

Lo anuncia a voces y coreado por asesores que, ahora sí, le van a bailar el agua, no serán pepitos grillo como los de 2016, aquellos que en su mandato evitaron por ejemplo medidas como la salida de la OTAN, que parece una barbaridad pero estuvo cerca de ser verdad. Hoy queda la corte, los aduladores, no los consejeros. 

Trump ha ido esbozando el plan más oscuro y autoritaria presentado nunca por cualquier candidato presidencial. Propone la mayor deportación masiva de migrantes de la historia, una operación que, por definición, involucraría a las fuerzas del orden y posiblemente incluso al Ejército en una ofensiva interna que desafiaría las libertades civiles. Sí, los militares a la calle contra los ciudadanos. En EEUU, la tierra de las libertades. Ha considerado abiertamente usar a las fuerzas armadas estadounidenses contra sus oponentes políticos, a quienes etiquetó de "enemigos internos" y "alimañas". Su lenguaje es de todo menos diplomático. Si su gente llama "basura" a los latinos, si se inmuta. Si hay cánticos racistas en sus mítines, como el que oye llover. 

El expresidente propone, también, una transformación de la economía en nombre de los estadounidenses trabajadores que se adhirieron en masa a su mensaje populista y nacionalista después de ver cómo sus medios de vida se vieron vaciados por décadas de globalización. Pero su amor por los aranceles corre el riesgo de generar una reacción que podría hacer que la economía retroceda, si se pone firme contra China y la Unión Europea

¿Habrá multilateralismo? Que nadie lo espere, América va primero y las relaciones internacionales irán de punto a punto, serán bilaterales, en aquellas naciones que le interesen. La defensa común, en tiempos de guerras como la de Ucrania, tiembla. En el aire el apoyo a Kiev, el encaje de EEUU en organizaciones internacionales -de la ONU a la OTAN-, el cumplimiento de los acuerdos internacionales -de armas, de emisiones, de comercio-. 

Trump también planea una purga de "burócratas" en Washington y el vaciamiento de agencias como el Departamento de Educación, que dice que no sirve, o el Departamento de Justicia, que lo limitó en su primer mandato y que quiere utilizar como arma para expurgar sus procesos penales y satisfacer sus caprichos personales y políticos. Hay analistas que dicen que sólo lo ha dicho de palabra y no lo podrá cumplir. Sólo con intentarlo, tiemblan los cimientos de la democracia nacional. Quién tenga el Senado y la Cámara de Representantes será también determinante en su juego. 

Más de nueve años después de haber entrado por primera vez en la contienda presidencial, Trump puede ser tan fuerte políticamente como nunca antes porque no hay "barandillas", como dicen los demócratas. Aplastó el disenso dentro del Partido Republicano, donde todas las familias lo han acabado avalando y donde los clásicos conservadores han tenido que agachar la cabeza, y ha cimentado su vínculo inquebrantable con decenas de millones de estadounidenses que creen que habla por ellos y confunde a las élites que, según creen, los desprecian. Cuando él es más élite que nadie y desprecia la pobreza o la diferencia. Cuando no tiene reparos en mentir para ganar. 

Sin embargo, Harris llega al día de las elecciones con la oportunidad de poner fin a la era Trump, de una vez por todas, y propinar una segunda derrota electoral consecutiva a un Partido Republicano que apaciguó sus mentiras y amenazas a la Constitución en su búsqueda intransigente del poder. Una lección doble, al candidato y al partido, que por edad y por hundimiento Trump no podría soportar más. ¿El principio del fin del trumpismo o el fin del principio del giro Biden-Harris?

Trump ofrece a los votantes la oportunidad de esquivar el tumulto y el peligro para el Estado de derecho que la propia campaña de Trump sugiere que representa. La vicepresidenta también propone reformas para mejorar las vidas de los trabajadores estadounidenses, pero las suyas son menos revolucionarias que las de Trump. Garantiza medidas para hacer que la vivienda sea más asequible, acabar con lo que ella llama la especulación con los precios de los gigantes de los supermercados y dar una mejor atención médica a precios más razonables. Seguir, pues, con lo iniciado por Biden, que ha quedado sepultado por la economía. 

La californiana asumió un riesgo alto al ofrecer continuidad en un momento de profunda insatisfacción con las realidades económicas y políticas internas y de creciente preocupación en el país por un mundo en el que los tiranos están en marcha. También luchó por distanciarse de un presidente de 81 años que es tremendamente impopular, a pesar de presidir la recuperación económica más sólida del mundo industrializado desde la pandemia de covid-19. Todo eso se lo ha echado a la espalda, sobre su cambio de discurso sobre el fracking, su falta de contundencia frente a Israel, el endurecimiento de medidas migratorias en busca de un centro que EEUU siempre tira más a conservador. 

Así que anunciar que venía la alegría, Harris ha pasado a tornarse más taciturna y a lanzar avisos a navegantes: puede regresar a la Casa Blanca un fascista que podría destruir el estilo de vida democrático de EEUU, que puede alienar a los aliados estadounidenses y subyugar la vital imagen nacional del país, mientras se arrodilla ante los autócratas de Rusia y China a quienes aparentemente desea emular, que rompe lazos con sus aliados de siempre y dinamita consensos como el del cambio climático. Argumentos tiene, pero los números no le dan la diferencia. 

Los sondeos

La mejor ruta de Harris hacia la presidencia pasa por los estados demócratas de Michigan, Wisconsin y Pensilvania. La encuesta de CNN, que promedia las últimas cinco encuestas no partidistas, no muestra un líder claro en ninguno de los tres, aunque las encuestas de CNN/SSRS de la semana pasada indicaron una estrecha ventaja para Harris en los dos primeros de esos estados y un empate en el estado clave. 

Si pierde Pensilvania, Harris necesitaría una combinación de otros estados clave, incluidos Georgia, Nevada y Arizona, donde los promedios de las encuestas tampoco muestran un líder claro. Si Trump gana Pensilvania, como lo hizo en 2016, podría dar un gran paso hacia un segundo mandato.

La campaña de la vicepresidenta afirmó que está generando un impulso tardío en la carrera. "Resulta útil, por experiencia, cerrar una campaña presidencial con una diferencia de dos dígitos entre los votantes que deciden en el último momento y los indecisos restantes que parecen más amistosos con uno que con el oponente", escribió David Plouffe, asesor de Harris, en X. 

Los demócratas experimentaron una nueva oleada de optimismo el sábado cuando la última encuesta de la campaña del Des Moines Register y Mediacom mostró que Harris tenía el 47% y Trump el 44% entre los votantes probables en un estado que ganó fácilmente en 2020 y 2016. Ese margen cae dentro del margen de error de muestreo de 3,4 puntos de la encuesta y sugiere que no hay un líder claro en el estado. 

Pero los resultados, que sugirieron un cambio hacia Harris con respecto a la encuesta anterior de Iowa en septiembre, también mostraron que la vicepresidenta tiene una fuerte ventaja entre las mujeres. Si tal patrón se repite a nivel nacional, la vicepresidenta podría encaminarse a la victoria si puede limitar su déficit con respecto a Trump, especialmente entre los hombres blancos.

La campaña de Trump se pasa el día enviando memorandos mordaces que atacaban las encuestas que no le dan la razón. Usa los nuevos datos para, inmediatamente, lanzar mensajes que refuercen su afirmación de que es víctima de una elección amañada. "Hemos estado esperando esto durante nueve años, y tenemos dos días, y tenemos toda esta basura en marcha con la prensa y con cosas y encuestas falsas", dijo en Pensilvania.

Sumando todos los estados, la horquilla está entre un 47,7% para Harris y un 47% para Trump. Por supuesto, todo dentro del margen de error de cualquier sondeo. Como para confiarse. A pocas horas de las elecciones, ninguna de las encuestas importa ya. Los estadounidenses están a punto de tomar una decisión. Queda pensar y leer a George Washington: "El Gobierno no es una razón, tampoco es elocuencia: es fuerza. Opera como el fuego, es un sirviente peligroso y un amo temible. En ningún momento se debe permitir que manos irresponsables lo controlen". 

La decisión, en unas horas. 

MOSTRAR BIOGRAFíA

Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.