Al Aqsa, Líbano, Siria, Gaza, ultras, democracia: la tensión que se dispara con Israel de epicentro
La intensificación de los frentes que convierten el conflicto palestino-israelí en un polvorín preocupa por la gravedad de los incidentes y por las consecuencias desconocidas.
En apenas unos días, todos los actores del avispero de Oriente Medio han ido resurgiendo, sumándose, superponiéndose, hasta dar con una situación de violencia y tensión no vista en 20 años entre el mar Mediterráneo y el río Jordán. Están Israel y Palestina, pero también Líbano, Siria, Irán y Estados Unidos, Hezbolá y Hamás, el sionismo ultranacionalista del que depende ahora Benjamin Netanyahu, los colonos, Jerusalén con su Explanada de las Mezquitas y su Muro de las Lamentaciones, el derecho y las violaciones del derecho, la diplomacia y la guerra. La intensificación de los frentes preocupa por la gravedad de los incidentes y por las consecuencias desconocidas de semejante caldo.
Israel se encuentra sumido en una crisis de su modelo democrático sin precedentes desde que nació el Estado, hace 75 años, con manifestaciones desconocidas en las que ya ha participado más del 20% de la población y que reclama, de inicio, que se frene la reforma judicial avalada por el primer ministro del Likud y los otros cinco partidos religiosos y de ultraderecha que forman la coalición actual. 14 semanas consecutivas llevan los manifestantes en la calle y prometen ser más, pese a que el Ejecutivo frenó la reforma unas semanas, una tregua para pasar la pascua judía.
La popularidad de Netanyahu se hunde cuando cumple sus primeros 100 días en el cargo y el 60% de los ciudadanos está disconforme con su gestión, sólo sacaría 20 escaños si hoy hubiera elecciones, apenas tercera fuerza tras sus dos principales competidores (Benny Gantz y Yair Lapid). En cuanto se retome plenamente la actividad, llegará la disyuntiva: retocar la norma y perder a los socios -han dicho que se irían si eso pasa-, o mantener el órdago que le está costando hasta el reproche de Washington.
En este contexto, viniendo la pascua, que este año coincide con la cristiana y con el ramadán, era esperable un aumento de la tensión en Jerusalén, capital triplemente santa. La semana pasada se produjeron dos asaltos en noches consecutivas a la Mezquita de Al Aqsa, situada en la Explanada de las Mezquitas, lugar que los judíos reclaman por contener el sancta santorum, la columna espiritual del templo de Salomón, del que aún queda en pie el Muro de las Lamentaciones. Las cargas policiales dejaron decenas de heridos. La Policía de Fronteras alegó que buscaban a jóvenes que intentaban atrincherarse supuestamente junto a los fieles que se encontraban en plena oración, pero las imágenes de violencia, asumida días más tardes por las autoridades de Tel Aviv, causaron una enorme rabia, una reacción en cadena de protestas e incidentes en el este de Jerusalén, Cisjordania y Gaza.
Hasta 400 personas se llegaron a encerrar en la mezquita para protegerla, mientras comenzaba un intercambio de fuego desde la franja de Gaza, donde Hamás comenzó a disparar en respuesta a lo que ocurría a una hora de camino, en Jerusalén. Pero a los cohetes de las milicias y los bombardeos del Ejército de Israel se le fueron sumando, sin cesar, nuevos frentes. Hubo, para empezar, dos atentados, el primero el viernes pasado, cuando unos palestinos atacaron con disparos un coche en Cisjordania, matando a dos hermanas colonas, de 20 y 15 años, y a su madre. El segundo, horas más tarde, en Tel Aviv, donde el coche de un árabe-israelí arrolló a ocho turistas en el paseo marítimo; mató a un visitante italiano.
Ayer por la tarde, Netayahu ordenó que los judíos no puedan acceder a la Explanada de las Mezquitas desde este miércoles y hasta el fin del mes sagrado musulmán del Ramadán, el 20 de abril, en línea con las decisiones de otros años y con el objetivo aparentemente de aliviar tensiones en la zona. Alivio no es, precisamente, lo que ha causado entre sus socios de Ejeuctivo.
El Gobierno israelí, a la vista de la tensión de días atrás, ordenó movilizar a todos los reservistas de la Policía de Fronteras y planear un refuerzo en las fuerzas ordinarias del Tsahal. Defensa -cuyo ministro, Yoav Gallant, ha acabado quedándose porque Netanyahu lo necesita, por veterano y conocedor de la materia, en mitad de un gabinete fanático e inexperto- ha reforzado también con artillería e infantería todas las fronteras, internas y externas.
Los primeros meses de este año han sido los más violentos del conflicto desde los inicios de la Segunda Intifada, en 2000. Desde que comenzó 2023, han muerto 96 palestinos y árabes-israelíes en incidentes violentos con Israel y también 19 personas del lado israelí, víctimas de ataques, según datos aportados por la Agencia EFE. La nueva oleada ayuda al Gobierno de Netanyahu a asentar su discurso de terror y miedo, lo que además une al país en un momento de enorme división. La seguridad, bitajón, ayuda siempre.
El problema es que la radicalización de estos meses está trayendo consigo elementos viejos pero revividos: la lucha armada y la violencia colona. Los residentes de los asentamientos ilegales en Jerusalén Oriental y Cisjordania (unos 600.000 según Naciones Unidas), por empezar por el final, están multiplicando sus ataques a ciudades, casas y bienes palestinos (como ganado o cultivos), robustecidos incluso con la creación de una guardia nacional que pone su seguridad entre sus metas.
Mientras, crecen nuevas milicias palestinas, independientes de las conocidas hasta ahora, como la Guarida de los Leones, que desafían a los uniformados israelíes. Hasta Hamás, que había perdido mucho predicamento en la zona en los últimos años, ha ganado cuerpo, apoyando a algunos grupos con dinero o propaganda. En Cisjordania se detecta una respuesta distinta, hecha de cansancio: ante la ocupación de Israel, la desunión palestina, la falta de relevo en el liderato de Mahmud Abbas, la violencia colona, el estancamiento de la solución de dos estados, la llegada de ultras al Gobierno de Tel Aviv...
Los palestinos ya parecen estar cada vez más seguros de que la resistencia armada es el único camino para desafiar el avance de los asentamientos. Una encuesta de opinión reciente del Centro Palestino de Investigación de Políticas y Encuestas publicada en marzo sugiere una creciente insatisfacción popular con el enfoque de la Autoridad Palestina, junto con un aumento en los llamamientos a levantamientos armados.
El conflicto externo
El statu quo interno, con picos de violencia como los de estos días, se mantiene, por más que en esta coyuntura se sumen elementos nuevos como el cisma interno en el propio Israel, que tensa la calle y obliga a redoblar la seguridad en puntos nunca pensados, como Haifa o Tel Aviv. Pero ahora se ha añadido como novedad el conflicto externo, que implica a países vecinos. El 16 de abril, 34 cohetes fueron lanzados desde suelo libanés a territorio israelí, en la que supuso la mayor andanada desde la guerra de 2006, en la que Hezbolá aguantó y ganó. En estos años, ha habido lanzamientos sueltos pero nada de esta intensidad y, de hecho, llevaba un año sin haber fuego cruzado en la zona.
Tel Aviv acusó de lo ocurrido no a la milicia-partido chií prosiria, sino a Hamás, cada vez más asentado en Líbano. Justo el día anterior, los líderes de los dos grupos, Ismail Haniyeh y Hassan Nashrallah, se habían visto en el país y habían hablado de operaciones comunes. Puede que lo hiciera Hamás, pero es muy complicado que fuera sin permiso de Hezbolá, indica la prensa israelí. "Israel ve al Estado sirio como responsable de todas las actividades que ocurren dentro de su territorio y no permitirán ningún intento de violar la soberanía israelí", dijo el Ejército en un comunicado, explicando su réplica, con bombardeo de posiciones militares varias en Siria. También en Líbano, claro, donde llegó a golpear cerca de Tiro, a 23 kilómetros de la frontera.
"Las facciones no se quedarán de brazos cruzados ante esta brutal agresión (...) Todo el eje de resistencia está atento", habían avisado Hezola y Hamás, en referencia a Jerusalén. En este caso, no obstante, Israel busca una explicación más amplia y compleja. Señala a Irán, su archienemigo y mayor "amenaza existencial", en palabras de Netanyahu, un país que colabora con Hezbolá y con el régimen de Siria, en manos de otro chií, Bashar el Assad.
Hay que ir un poco más atrás para entender lo ocurrido, Al Aqsa aparte. Israel había intensificado en marzo sus ataques a Siria, tratando de neutralizar lugares relacionados con Teherán y sus colaboradores, como bases militares, silos de drones, sistemas de interferencia electrónica y depósitos de armas, algo que hace de forma ocasional y, habitualmente, con precisión quirúrgica desde que comenzó la guerra en el país, hace 12 años. El 31 de ese mes, Siria acusó a Israel de perpetrar un ataque con misiles contra las afueras de Damasco por segundo día consecutivo. En esta ocasión, cayeron fueron el capitán Milad Heydari y el teniente Meghdad Mahghani, dos oficiales del Comando de Guerra Cibernética y Electrónica del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, desplazados en el país amigo. Esta agresión es más sensible que las previas, porque descabeza un grupo importante, quita del tablero a nombres de peso.
Irán lleva tiempo intensificando sus esfuerzos para mejorar las defensas aéreas de Siria para que no se vea limitada su entrega, traslado o almacenamiento de material, propio o para aliados. Israel insiste en esa vía y denuncia que ya no sólo están asistiendo a Hezbolá, sino también a Hamás, de forma directa o indirecta. Por eso sigue lanzando ataques desde el Mediterráneo oriental, el espacio aéreo libanés o los ocupados Altos del Golán. Tel Aviv denuncia en estos días dos intentos de ataque que achaca al régimen de los ayatolás, más allá de los cohetes libaneses: el envío de un dron de tipo desconocido desde Siria el 2 de abril y un atentado poco claro a primeros de marzo cuando supuestos miembros de Hezbolá, en una misión inédita, lograron entrar en el país, profundizar hasta 60 kilómetros y activar un explosivo en un cruce de Megido.
El analista Ben Caspit, israelí, sostiene en Al Monitor que la Inteligencia del país destaca la "audacia creciente" por parte de los libaneses de Hezbolá, que recurren a misiones de este tipo en suelo israelí y preparan nuevos modelos de cohetes por si hay conflicto futuro. Nashrallah, su líder, está "feliz con la agitación interna" que sacude a Israel y cree que es buen momento de desestabilizarlo, ante el "extremismo e inexperiencia" de parte de su consejo de ministros que "ha socavado claramente la disuasión ganada con tanto esfuerzo que mantuvo una calma relativa a lo largo de la frontera con el Líbano durante 17 años".
Tras la tensión de estos días, en la frontera hay ahora eso que se llama calma tensa, un clásico en la región. Richard Hecht, el portavoz internacional de las IDF, ha señalado que "nadie quiere una escalada en este momento", una idea ratificada por el jefe de la FINUL, la misión de Naciones Unidas en la frontera Líbano-Israel, el general español Aroldo Lázaro. "Ambas partes han dicho que no quieren guerra", constata. Otra cosa es qué pasa con Irán y su enfado por la pérdida de sus mandos. Farzin Nadimi, investigador del Instituto Washington, escribe que "el régimen iraní pronto podría recurrir a las aguas más familiares del Golfo de Omán con el objetivo de otro ataque marítimo", puede que con drones, contra petroleros o cargueros. Ante esta posibilidad, Estados Unidos ha decidido enviar a la zona un submarino para vigilar el entorno, informa The New York Times.
Nadimi augura hipotéticas acciones paralelas de propaganda, de vigilancia o incluso ataques terroristas a israelíes en el exterior. De nuevo, el discurso recuperado de la amenaza iraní ayuda a Netanyahu, en un momento de tensión interna desconocida, lo que también puede llevar a estirar la cuerda por ese flanco. Aún es demasiado pronto para saber si se trata de una crisis puntual o si cuajará en algo mayor, una escalada.
El papel de Washington
Y en mitad de tanta crisis sobre crisis, sobrevuela el papel de EEUU. Netanyahu no se lleva particularmente bien con Joe Biden. No se tenían en estima cuando el actual presidente era vicepresidente de Barack Obama y tampoco ahora, después de que el premier israelí apoyase a Donald Trump. Ahora, han chocado por la reforma judicial, en la que la Casa Blanca ha pedido que se dé marcha atrás. Por el momento, Washington se ha mostrado dispuesto a ceder ante Israel y su miedo a desaparecer por culpa de Irán y ha frenado la renovación del acuerdo nuclear de 2015, del que se salió Trump, y que estaba a punbto de caramelo el otoño pasado. La negativa de Israel -entonces con Lapid de primer ministro- y la cercanía de las elecciones de mitad de mandato pararon el proceso, ya no más impulsado, entre otras cosas, por la cercanía de Teherán a Moscú.
Como afirma Dennis Ross, que fue secretario de Estado norteamericano con George W. Bush, siempre hay valores e intereses compartidos que garantizan que los dos países encuentran "la manera de enderezar el barco y gestionar sus lazos con éxito". Y, aún así, él mismo asume que hay "preocupaciones" actuales como el estado de la democracia israelí que pueden afectar la confianza, por más que crea que se imponen las "fortalezas duraderas fundamentales". Entiende que los ataques de Irán, vía Hezbolá o Hamás o quien sea, son muestra de que ven la "debilidad" de Israel por el cúmulo de crisis y que si llega a mayores la amenaza habrá "cierre de filas" de EEUU con Tel Aviv. Como resume un alto funcionario de Washington a la CNN, "los amigos no dejan que los amigos conduzcan borrachos, por lo que se trata de que Israel haga las cosas bien, de indicar lo que llama la atención, pero en una coyuntura grave, estará".
No hay riesgo de abandono, pero quizá si de toques, de los que cambian ciertas cosas. Netanyahu no puede quedarse sin el arrope de EEUU ni poner en peligro, tampoco, todo su plan de los Acuerdos de Abraham, en busca del recoocimiento de los países árabes o, al menos, de la apertura a convenios comerciales muy lucrativos. Su gran objetivo ahora es Arabia Saudí y hacer que Biden tuerza el gesto también puede complicarle las cosas.
Hoy, los problemas internos del primer ministro, su contestación civil, las críticas de los militares y el distanciamiento de EEUU lo han llevado a "facilitar el regreso de la antigua coalición antiisraelí, la alianza que se extiende desde Teherán a través de Damasco y Beirut y hasta la sede de la Autoridad Palestina en Ramalla", dice Caspit. Se traduce en serias preocupaciones de seguridad, multiplicadas. Todo a la vez en todas partes. Y esto no es una película.