Biden para la Historia: el puente entre dos Trumps, pero también el hacedor de futuro
El presidente de EEUU deja la Casa Blanca con la popularidad por los suelos y la amargura de no haber podido acabar con el huracán republicano. No abordó bien la inflación o la inmigración, pero quedan sus leyes de infraestructuras y chips.
Joe Biden se afana, pero no lo consigue. En estos días, los últimos que pasa en la Casa Blanca como presidente de Estados Unidos, el demócrata va de entrevista en comparecencia tratando de hacer un balance positivo de sus cuatro años de mandato. Su único mandato. Con el puño cerrado y vehemencia en sus palabras, intenta defender que ha trabajado con "honestidad e integridad" y espera que así lo recuerde la Historia, como alguien que llegó con un plan "para restaurar la economía y restablecer el liderazgo" de la nación.
Bajo el brazo tenía esa hoja de ruta al entrar en el Despacho Oval. Pero entre la realidad y el deseo... ya se sabe. Biden se marcha el lunes, 20 de enero, con la popularidad por los suelos, con los ciudadanos conformes de haber pasado su página, de no haber optado por su sucesora natural -Kamala Harris- y de haber apostado, de nuevo, por el republicano Donald Trump.
El hombre que quiso impedir el retorno al poder del magnate ha sido un puente para su vuelta. Sus políticas no han abordado las necesidades inmediatas de un electorado que quería soluciones ya para la inflación o la inmigración. Deja leyes para el futuro, para mejorar las infraestructuras o la tecnología, pero cuyos resultados no se verán hasta dentro de varios años, si Trump no destroza antes todo lo aprobado. No fue un punto de inflexión, sino una pausa.
En las oficinas del Partido Demócrata hay cierre de filas, tanto con Biden como con su candidata en las elecciones de noviembre, Harris. El regreso de Trump, dicen, ha sido una decisión "soberana" de los norteamericanos, esta presidencia será recordada "como un motor de cambio" y la visión que se tenga en el tiempo por venir del mandatario y su equipo dependerá de lo que Trump "mantenga en pie de su obra". "Biden es un ciudadano que ha servido a su pueblo durante 50 años y sus logros han sido significativos", explican.
En el Centro de Investigación de Asuntos Públicos de la agencia Associated Press y la Universidad de Chicago ponen números al sentir popular sobre la era Biden. Y, en caliente, no son buenos. El 25% de los ciudadanos estima que ha sido un buen mandatario, un 28% cree que ha sido normal y un 47%, que ha sido "pobre o terrible" en su desempeño. Una cifra, esta última, que se eleva al 82% entre los republicanos y al 56% entre los independientes e, incluso, en un 13% de sus correligionarios demócratas. Por comparar, Trump se fue con un 50% de personas diciendo que había sido horrible y Barack Obama, con un 28%.
Las percepciones no ayudan: un 38% de los encuestados cree que ahora su familia está peor que hace cuatro años, al estrenarse Biden en el mando, cuando sólo un 25% cree que está mejor. Si se mira el avance de todo el país, un 46% cree que la situación general ha empeorado, frente al 29% que cree que ha mejorado. Un 22% cree que Biden cumplió sus promesas; un 39%, que lo intentó pero falló, y un 38%, que no las mantuvo.
Un 58% cree que sus políticas han afectado negativamente al coste de la vida nacional, un 56% piensa lo mismo sobre la inmigración y el asilo, otro 52% cree lo propio en lo referido al conflicto palestino-israelí... Eso hace que la media de aprobación de su legislatura solitaria oscile apenas entre el 37 y el 39%, según este mismo instituto y la encuesta más reciente de Gallup. Cuando se estrenó en el cargo, estaba en el 57% de apoyos. Biden está "molesto", se siente incomprendido por esa falta de comprensión, destacan medios como Time.
Los aciertos...
Dicen que el tiempo pone a cada uno en su sitio, por lo que es pronto para poner en valor o destrozar sin sombra de duda lo hecho, deshecho o por hacer por la Administración Biden. Sin embargo, hay ciertos consensos entre los analistas entre los aciertos y errores innegables de su mandato.
Entre los primeros se encuentra su capacidad de aprobar leyes que van a transformar la economía, el empleo, las infraestructuras y la tecnología de EEUU en los próximos 20 o 25 años. Ejemplos: a los dos meses de llegar al cargo, aprobó el Plan de Rescate, casi dos billones de nuevos gastos; ha logrado sacar adelante la Ley de Reducción de la Inflación, que contempla más de 400.000 millones de dólares en nuevas inversiones; la Ley de Inversión en Infraestructuras y Empleos inyectó 1,2 billones de dólares para levantar infraestructura "dura" tradicional, como la llamó el presidente, de transporte a energía verde, pasando por agua y banda ancha.
Más: en agosto de 2022 aprobó la ley para impulsar el desarrollo y la producción de semiconductores o Ley Chip, que contemplan una inversión total de 280.000 millones de dólares para recuperar la competitividad internacional en el sector; ha aprobado nuevos subsidios para la atención médica reduciendo hasta un 95% los gastos de pacientes de enfermedades como la diabetes, rebajando el precio de los medicamentos; financió la distribución e inyección de las vacunas anticovid (Trump era un negacionista de la pandemia) y con un programa de choque contra la pobreza infantil ha hecho que pasara del 10 al 5%. Muchas de estas normas y decretos, además, las aprobó con apoyo republicano, logros bipartidistas que son marca de la casa del veterano demócrata.
Estos logros tienen varios peros importantes. El primero, menor, que se concentraron en los dos primeros años de mandato, por lo que los dos siguientes parece que vivió de las rentas, sin más avances. En su descargo hay que decir que carecer de la mayoría en las cámaras de representación -la de Representantes la tenían los republicanos desde las elecciones de mitad de mandato de noviembre de 2022- complica las cosas. Pero ha quedado media legislatura un poco vacía de normas. "Es una carga legislativa insólita en un mandato", remarcan los demócratas, en su valoración bien aprendida.
Leyes aparte, Biden ha cosechado otros éxitos, como el robustecimiento de la OTAN, ampliada en estos años y que ha disparado su presupuesto, por el mayor compromiso de los estados a llegar, al menos, al 2% del PIB en materia defensiva. La exigencia vino de su antecesor pero los nuevos riesgos por afrontar, especialmente derivados de la amenaza rusa tras su invasión de Ucrania en 2022, han llevado a un compromiso mayor en la Alianza.
Biden ha impulsado ese proceso. Movilizó a aliados en Europa y otros lugares para proporcionar a Kiev miles de millones en asistencia militar y económica, incluyendo más de 100.000 millones de dólares sólo de EEUU. Esto permitió que Kiev se mantuviera en la lucha con el ejército ruso, mucho más grande y mejor equipado. Buena fue la coordinación norteamericana de la ayuda y, también, de las sanciones.
En ese plano internacional, hay que reconocerle a Biden que ha restaurado cierta credibilidad de EEUU en el contexto mundial, volviendo a las instituciones internacionales, sumándose de nuevo a compromisos abandonados por Trump, de agencias de la ONU a los Acuerdos de París contra el cambio climático. Trajo una visión más abierta frente al proteccionismo republicano, que ahora vuelve robustecido.
¿Y por qué entonces, pese a esa reindustralización y esa reconstrucción, no queda ese buen regusto en los norteamericanos, hasta el punto de quitarle su confianza para entregársela de nuevo a Trump? "Porque hablamos de acciones que no dan resultados de inmediato, que necesitan mucho recorrido, que dará fruto en muchos años, cuando Biden quizá ni esté para verlo, y ese horizonte de sus propuesta ha estado muy poco en sintonía con las necesidades de los ciudadanos", expone el americanista Sebastián Moreno.
"Además, hay que decir que todo lo bueno que ha hecho lo ha explicado regular", remarca. Y bromea con que debió firmar con su nombre "y hasta poner su foto" en los cheques de ayudas a la recuperación por el coronavirus, para que la gente "supiera quién estaba logrando esos fondos".
"No le ha dado a los votantes avances tangibles. Si dentro de unos años se multiplica el trabajo de base tecnológica, se mejora la dependencia respecto de China o se mejoran los transportes de mercancías por los nuevos puertos y carreteras, eso no llena hoy el bolsillo de los ciudadanos. Querían más acciones sobre su cesta de la compra", resume. El propio Biden ha reconocido en varias entrevistas que si hubiera sido más cortoplacista en su primer mandato quizá hubiera tenido opción a mandar cuatro años más. "No verlas venir tiene un alto precio", resume el profesor, "porque al final no hizo lo que la gente quería y facilitó la vuelta de Trump".
A su entender, esa ha sido "la traca final" del presidente, junto a su "empeño en ser el candidato", una "cabezonería muy Biden" pero que restó votos por su estado de salud y por la imposibilidad de poner en el escaparate una nueva candidata con garantías. El hecho de que al final diera el paso al costado pero señalara un relevo, que nadie osó replicar, como Harris, fue otro fallo: la continuidad es justo lo que no quería un electorado directamente enojado con esta administración. Biden sigue convencido de que si él hubiera sido el candidato, había vencido al magnate.
Tamara Keith, corresponsal de la NPR, la radio pública norteamericana, en la Casa Blanca, explica igualmente que "Biden fue elegido en medio de la pandemia de covid, prometiendo estabilidad y competencia en el país y en el extranjero y, en sus primeros dos años en el cargo, con los demócratas en control del Congreso, pudo hacer mucho". Sin embargo, coincide con Moreno, "muchas de estas cosas tardarán años en concretarse". Destaca especialmente "la apertura de fábricas de semiconductores, la transición a la energía limpia y todos los empleos que conlleva". Habrá un impacto duradero mucho después del momento en que el presidente deje el cargo en enero", defiende.
También da mucho peso a la manera que ha tenido de irse a la hora de valorar cómo se entenderá su figura en el futuro: "Bien puede reducirse todo a lo que sucedió al final", asume. "Su decisión de presentarse a la reelección, a pesar de los bajos índices de aprobación y esa actuación devastadora en el debate contra Trump, donde Biden se quedó paralizado de una manera que sorprendió incluso a sus aliados más cercanos", expone. Entre los demócratas, dice, hay una palabra que define su proceder: "orgullo".
... y los errores
Los errores de la legislatura vienen de lejos. Aquel primer verano del presidente fue también el de la inflación subiendo por encima del 5% por primera vez en 30 años, turbulencias que el Gobierno vendió como "temporal" y duró años, con un pico del 9,1% en 2022, cuando la guerra en Ucrania ya había disparado los restos de la postpandemia. "Biden deja la inflación en un 3%, un paro bajo del 4,1% y un crecimiento estable, con una subida del 2,4% del PIB prevista este año... pero ni con eso pudo superar la visión negativa que se tenía de él por no tomar medidas antes respecto a los alimentos o los combustibles", indica Moreno.
Luego vino la salida atropellada de Afganistán en 2021, un paso que querían dar sus antecesores, que él mantuvo en su agenda y ejecutó mal, pese a que los avisos de los militares estaban claros. Hoy los talibanes están en el poder y cientos de ciudadanos que pelearon con Occidente por un estado libre han sido traicionados y sometidos de nuevo. 20 años por la borda.
Y en 2033, el ataque de Hamás a Israel, el inicio de la ofensiva de Tel Aviv sobre Gaza y la incapacidad de Washington de pararla. Por más que Biden haya recurrido a veces a la retórica dura, no se ha plantado ante Benjamín Netanyahu, el primer ministro de Israel, dejando que se inflame todo Oriente Medio y se inicien guerras como la de Líbano y se produzcan ataques insólitos como los de Irán.
Aunque en política exterior a Biden le fue mejor en el flanco ucraniano, también aquí ha enfrentado críticas por haber sido demasiado cauteloso durante la guerra al proporcionar a los ucranianos ciertas armas letales avanzadas de manera calculada y establecer restricciones sobre cómo se utilizan. Se resistió inicialmente a las solicitudes del presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, de disparar misiles ATACMS de largo alcance en el corazón del territorio ruso, así como a sus peticiones de tanques Abrams, cazas de combate F-16 y otros sistemas. Y no ha apostado por negociar, como ahora quiere Trump, como parece la única salida de un conflicto enquistado.
Por el camino se sumaron las dudas sobre su capacidad de gestión, sus errores, sus meteduras de pata, la preocupación por su salud, convertida en un tema recurrente de crítica por parte de los republicanos, hasta el hundimiento final en el debate cara a cara con Trump en la CNN. El fiscal especial Robert Hur, hablando obre los documentos clasificados que el presidente de Estados Unidos retuvo cuando aún era número dos de Barack Obama, argumentó que no lo iba a imputar por ser un "anciano con mala memoria". Brutal.
Su hijo Hunter ha sido otro de sus talones de Aquiles, que lo llevó a una investigación formal, para ahora indultarlo en una medida que ha molestado no sólo a sus adversarios, sino a sus compañeros de partido. Las encuestas demuestran que a los ciudadanos no les ha gustado ese favor.
Biden sigue convencido de que era la persona adecuada para impedir que el populismo y el ultranacionalismo se asentasen en su país. Con ese espíritu afrontó la legislatura, desde el asalto al Capitolio -la mayor agresión a las instituciones democráticas en la historia de EEUU- a la campaña electoral en primavera, hasta que le hicieron ver que era imposible seguir. ¿Ha sido su legislatura un tiempo fallido, una tragedia? Si se toma como vara de medir el retorno de Trump, la respuesta es sí. Si se da tiempo a que sus políticas avancen, la cosa cambia.
Dicen los que defienden su visión que, en realidad, el presidente siempre ha sido aún mejor senador, un diseñador de futuros, que un gestor de patatas calientes. Ha tenido muchas, en un país polarizado y poco dado a esperar tiempos largos. Ahora, desde su casa en Delaware, verá qué hace Trump con el castillo que ha estado tratando de levantar.