Bardella, el niño rey de los ultras de Le Pen que arrasa endulzando odios en Francia

Bardella, el niño rey de los ultras de Le Pen que arrasa endulzando odios en Francia

Hijo de inmigrante, criado en un barrio duro, ha tenido una carrera meteórica a base de lealtades insobornables. A sus 28 años, puede convertirse en primer ministro. Su programa es una incógnita: no hay propuestas concretas, pero sí mucha "patria". 

Jordan Bardella, en noviembre de 2022, tras ser elegido líder de la Agrupación Nacional, en París.Chesnot / Getty Images

Cantaba Mary Poppins: "Con un poco de azúcar esa píldora que os dan / la píldora que os dan pasará mejor. / Si hay un poco de azúcar, / esa píldora que os dan, satisfechos tomaréis". Jordan Bardella es el azúcar de la ultraderecha francesa. Joven, pulcro, elegante, limpio, carismático, alto, ha logrado reducir los estigmas (ganados a pulso) sobre su formación, la Agrupación Nacional (AN), haciendo digerible lo que no lo había sido durante décadas: la derecha extrema, radical y racista. A sus 28 años, ha sabido meter en un cajón las miserias -de las acusaciones de antisemitismo a la defensa de la teoría del reemplazo por su nombre- y vender la imagen de quien quiere "salvar a un país al borde de la desaparición". 

Bardella se impuso con casi el 32% de los votos (7,7 millones de votos) en las elecciones europeas del pasado 9 de junio, un mazazo que llevó al presidente galo, el liberal Emmanuel Macron, a convocar de inmediato elecciones legislativas adelantadas. Así, el 30 de junio y el 7 de julio, en primera y segunda vuelta, será el momento de ver si ese empuje ultra tiene continuidad, si los franceses de veras están dispuestos a dejarles el Gobierno en las manos. La líder de AN, Marine Le Pen, quiere pelear por la presidencia en 2017, no por la Asamblea Nacional, así que Bardella sería el primer ministro si ganan y, además, logran la mayoría suficiente para la investidura. 

La verdad es que cuesta saber de veras cómo es Bardella, qué piensa y qué quiere. El marco está claro, el de la derecha radical que avisa de que "nuestra civilización puede morir", que Francia va a quedar "sumergida por los migrantes", que van a cambiar "las costumbres, la cultura y la forma de vida de una manera irreversible", que "el islamismo tiene vía abierta a los crímenes y a los tráficos", por ejemplo. Pero no hay propuestas concretas, no hay un programa claro. Sólo un impulso, enorme, eso sí, impetuoso, de cambio. Ante el cansancio de la ciudadanía respecto a los partidos de siempre y su falta de respuestas, el deslumbramiento de alguien fresco que promete que todo irá mejor. 

Este "insurgente apacible e impecablemente vestido", como lo describe el New York Times, proviene de una nueva generación de lo que ellos mismos llaman "activistas patrióticos" que, ahora sí, tras décadas de ostracismo, ven posible gobernar en Francia. Sus mensajes aún son tan repetitivos como vagos, pero la degradación política general los han convertido en un rincón en el que buscar consuelo. Si además hay sonrisas y hoyuelos, mejor. 

El joven de origen italiano es el rostro visible de una nueva remesa de hipernacionalistas que dice que tiene poco en común con el pasado racista y antisemita de su formación, que trata de vender su imagen personal atractiva como la de sus siglas, pero que por ciertas declaraciones deja entrever que su radicalidad está ahí, intacta. Le Pen había emprendido un proceso de desdemonización de la AN, tratando de hacerse más blanda, más centrada, a ojos de un electorado muy cansado de los partidos tradicionales y decepcionados por la falta de empuje de los liberales macronistas. Descafeinar a los radicales sale bien en las elecciones en las que hay, de fondo, desesperanza. Italia lo sabe bien.

Bardella añade varias bondades extra a toda esa tendencia general. No se apellida Le Pen, así que no tiene el sambenito de filonazi de Jean-Marie o de su hija Marine, incluso. Y como listo que es, ha sabido mirar a la derecha, a la clásica, y hacerle ojitos incluso a los empresarios, un territorio en el que su colíder de AN no se ha querido meter. Añade, por supuesto, sus orígenes: ¿cómo va a ser racista un hijo de emigrante? Porque Jordan (Drancy, 13 de septiembre de 1995) es lo que la Agrupación Nacional quiere mostrar, un chico de zona difícil pero patriota hasta la médula, capaz de escapar a las peores influencias y pelear por su país salvando todas las dificultades. 

Ese es el discurso épico que no es para tanto, en realidad, pero que le sirve para jugar a la casta, pero al revés. Se supone que él no viene de la "ciudad" que tanto denosta, sino de la calle "real", y sobre eso construye un nacionalismo que, más que conservador, es de rechazo. Recuerda la octava planta del bloque-hormiguero en Seine-Saint-Denis, a las afueras de París, donde vivía de pequeño con su madre, italiana de familia emigrada desde Turín en los años 60. Su padre era francés, de madre argelina. 

Su piso era de alquiler social, pero su vida era ligeramente diferente a la de sus vecinos. Sus padres se divorciaron, vivía son su madre, Luisa, monitora de Infantil, entre semana, pero sábado y domingo los pasaba con su padre, Olivier, un empresario medio con una firma de máquinas expendedoras de refrescos y café al que las cosas no le iban mal. Él, residente en la bastantes más acomodada zona de Montmorency, le pagó un colegio concertado católico -aunque él ahora dice que es agnóstico-. Sus excompañeros recuerdan que, ya siendo adolescente, daba clase de francés a inmigrantes en su Liceo, del que se graduó con honores. 

En diversas entrevistas ha confesado que su entrada en política, con sólo 17 años, tuvo que ver con el acoso personal al que era sometido y con los disturbios de 2005, en los que los banlieues de París ardieron tras la muerte de dos jóvenes musulmanes de origen africano mientras escapaban de la policía. Quería evitar "que Francia se pareciera a lo que había vivido" y por eso se afilió al partido de los Le Pen. "Me dedico a la política por todo lo visto en mi barrio, no quiero que Francia entera se convierta en mi barrio. Lo que sucedía allí no era normal", insiste. 

Hacía poca vida de barrio y con su su cuadrilla, sobre todo, jugaba a videojuegos -es un fanático- y hacía tutoriales sobre ellos en Youtube. Intentó entrar en Ciencias Políticas en la prestigiosa Sciences Po pero falló en una pregunta sobre la guerra de Argelia. Empezó a estudiar Geografía en la Sorbona, pero dejó la carrera a los pocos meses porque era la política la que lo llamaba. Sus "orígenes modestos" y su "fibra social", como los llama Marine Le Pen, los empleó en subir escalones. Los cargos se le iban acumulando. De ser un miembro más de las Juventudes a ser edil en Seine-Saint Denis, el representante público más joven de la ultraderecha gala. En paralelo, se hizo asesor parlamentario de su partido en Bruselas, un cargo bajo polémica porque parecía un empleo ficticio para estar en nómina, de tan invisible que era su labor. Pasó por el Consejo Regional de Ile-de-France, aunque sin hacerse con el poder, aplastado aún por la derecha clásica -hoy en ruinas- y encajó la derrota en sus primeras legislativas, donde no pasó del 15% de los votos. 

Jordan Bardella, en febrero de 2019, cuando hacía campaña para las europeas en Caudry (norte de Francia).Sylvain Lefevre / Getty Images

Luego, todo ha sido crecer, mucho, muchísimo. La prensa le puso el foco encima y su nombre se popularizó cuando en 2016 presentó la iniciativa Banlieues Patriotes, para llegar "a los franceses olvidados por la República de las grandes capitales". Y Le Pen lo quiso en su equipo: en tres años pasó por liderar las Juventudes, por la vicepresidencia a tres bandas y por la cabeza de lista en las elecciones europeas de 2019. Bardella, un recién llegado, logró que su partido fuera el más votado en esa cita con las urnas, por encima de los liberales de Macron, y él se convirtió en el segundo eurodiputado más joven de la historia. Sacó 23 escaños, el 23,4% de los votos. 

Liberation lo llamaba "títere de Le Pen" pero justo por eso y su estampa de soldado fiel arrasó. "Cachorro de león" lo llamaba ella. Ahora es ya un "león" a secas, un hombre que no llega a la treintena y que, exceptuando los cargos de partido, sólo ha cotizado un mes de trabajo en su vida, en la empresa de su padre. Un chaval que dejó los estudios, desempleado y protegido por Le Pen. Ese es su currículum, porque tiene cero experiencia de gestión, algo que sirve de munición diaria a sus adversarios. 

Desde septiembre de 2021, presidió de forma interina la Agrupación Nacional, para que Marine Le Pen se centrase en las elecciones presidenciales de 2022, en las que disputó la segunda vuelta a Macron y arrancó un histórico 45% de los sufragios. Lo que parecía temporal, fue definitivo en noviembre de ese año, tras un proceso de relevo en el que hubo numerosas denuncias internas sobre favoritismos y dedazos. 

El partido es el cortijo de los Le Pen y Louis Aliot, alcalde de Perpignan y su rival, apenas loogró un 15% de apoyos. Aquel chaval que defendía: "Soy más de Marine que del Frente Nacional" vio recompensado su fervor. "Ultraleal", lo llama por algo la agencia AFP. Tanto, que hasta forma parte ya de La Familia, pues tiene por novia desde 2020 a la sobrina de Marine, la discreta Nolwenn Olivier, hija de su hermana mayor. Es la culminación de un viaje impecable, tan metódico como meteórico, que antes empezó ennoviado con la hija de otro peso pesado del partido, Kerridwen Chatillon, hija de Frederick Chatillon, neofascista, antiUSA y antiIsrael, con el que conectó desde las agrupaciones juveniles y del que se desligó -familiar y políticamente- cuando vio su su extremismo era un lastre para sus intereses. Siempre pragmático, Jordan. 

Marine Le Pen y Jordan Bardella, en noviembre de 2022, tras el ascenso del joven a presidente de la AN, en París.Chesnot / Getty Images

Un "cascarón"

Insiste Bardella en que su nombramiento entonces al liderazgo del partido o su candidatura, arrasadora, a las europeas del 9-J, no son una cuestión de personalismos, sino un gesto "de apertura y confianza de Le Pen ante la nueva generación de franceses" que esperan "respuestas", según dijo el día de su nombramiento. El "increíble legado" que dejan los Le Pen tras 50 años al mando necesita no verse eclipsado, precisa, sino potenciado en un "tiempo nuevo". Por ahora, sigue abrazándose a Le Pen en los actos y hay apariencia de unidad, pero no faltan los comentaristas que dicen que ella, a sus 55 años, no esperaba tener que compartir tanto protagonismo. 

¿Qué es lo que gusta de Bardella? Su gente estima que lo ha hecho bien en estos años de rodaje, que es respetado dentro y fuera del partido y que sabe hacer equipos que funcionan. Le aplauden su confianza, con discursos largos y sin notas que asustarían a alguien con menos don de palabra y menos ambición. Es ordenado, metódico, preciso. El yerno ideal. Sin embargo, conforme ha pasado el tiempo en altos cargos del partido, Bardella ha ido dejando también cadáveres por el camino que ahora no hablan muy bien de él: dicen que el joven impecablemente marcial, siempre enchaquetado y encorbatado, siempre como un pincel, es "un niño, con el que no se puede conversar", "no es un intelectual alucinante, aunque sí amigable", "no tiene base teórica", "es un maníaco, un controlador de su imagen", "alguien que nunca ha discutido con un votante real más que en el tiempo de hacerse un selfi". Son comentarios hechos en diarios como Le Monde, Le Figaro y Liberation en las últimas dos semanas. 

Su juventud no es un problema en un país presidido por un Macron que llegó a El Elíseo con 40 años o que tiene ahora en Gabriel Attal a un primer ministro con 35. Lo que desconcierta es que no hay por dónde cogerlo, porque no se sabe qué quiere hacer con el país. "Es un paquete bien envuelto, pero el contenido es un misterio", afirma la BBC. "Mi teoría es que miró alrededor, al mundo político, y vio el lugar donde tenía más probabilidades de ascender en la escalera", dice sin cortarse Chantal Chatelain, una antigua profesora. Lo repiten sus colegas de entonces: nunca defendió con ansia posiciones de ultraderecha, pero siempre se destacó por ver el hueco y la oportunidad. Práctico. AN estaba creciendo, se arrimó en cuanto pudo al sol que más calentaba y Le Pen vi que le podía ser útil en el partido. Un win win

Pascal Humeau, especialista en medios y que trabajó con Bardella cuatro años, ha concedido diversas entrevistas en estos días en las que repite insistente que el candidato es "un cascarón", que se fue llenando de las ideas de Le Pen, que ha ablandado para caer bien entre los electores. "Yo tuve que humanizar al cíborg, era muy rígido, no sonreía con naturalidad", recuerda. Su meta: "que la gente dijera: 'mira, para ser un fascista, es agradable'". Sí, lo llama fascista, acabaron mal y en esa clave hay que leer también su valoración. 

Es muy comentada en su estrategia la apuesta por los jóvenes, desencantados que ven en él un igual que pueda entenderlos, y por las redes sociales. Es un forofo de TikTok, donde cuelga vídeos muy cuidados, y cuando posa con los militantes controla la foto, hasta el punto de tomar el teléfono en sus manos. Sale la imagen que quiere que salga de sí mismo y eso ayuda al control de daños. 

Jordan Bardella, de campaña en Villeblevin (Francia).Kiran RIDLEY / Getty

Lo que piensa

Siempre jugando con las vueltas y revueltas, hay algunas cosas claras en su pensamiento, más allá de ese rechazo visceral a la inmigración "desregulada". Ahora no usa el término "gran reemplazo", porque es casi tabú y Le Pen ha ordenad que se evite la etiqueta, pero en multitud de ocasiones ha indicado que cree en esta teoría, según la cual los franceses blancos católicos y la población blanca cristiana europea en general está siendo sistemáticamente reemplazada con pueblos no europeos, específicamente árabes, a través de la inmigración masiva, el crecimiento demográfico y una caída en la tasa de natalidad patria. Usa todas las perífrasis posibles, pero es lo que piensa. "Tenemos el coraje y la lucidez de decir que si Francia se convierte en el país de todos, ya no será la nación de nadie", dice. Frente al "islamismo totalitario", hay que "reconquistar Francia con valores".

Sobre todo, plantea que hay que dar una respuesta "dura" a la criminalidad, empezando por la que, dice sin datos, viene de esos inmigrantes. Por lo mismo, quiere un endurecimiento de fronteras y de condiciones de asilo, Europa le parece blanda ante la "desenfrenada" llegada de personas en busca de una vida mejor. Promete más mano dura y más oportunidades, mejorar el nivel de vida y los servicios, preservar la identidad nacional de Francia -sea eso lo que sea- y dejar atrás la política verde "punitiva". También se ha mostrado contra el matrimonio entre personas del mismo sexo, sobre todo porque dice que crea las condiciones para una maternidad subrogada y abre la puerta a la "procreación médica asistida". El cannabis, si es para uso terapéutico, le vale. 

En política exterior, como Le Pen, recela de la OTAN y de la Casa Blanca, pero para desmarcarse del pasado proPutin de la Agrupación Nacional -que ha recibido suculentos créditos de bancos rusos y ha defendido al presidente ruso como un líder indiscutible en el pasado- aplaudió un discurso del ucraniano Volodimir Zelenski en el Europarlamento, ante la sorpresa de sus correligionarios. Un giro similar, al menos en gesto, al de la italiana Giorgia Meloni. Eso sí, ya ha dejado claro en campaña que tropas francesas a Ucrania no van a ir

A Bardella no se le suele ver ni en el teatro ni en una librería. Más allá de los videojuegos, su única pasión conocida es por la comida, dice que tiene una "adicción irracional" a la pasta y que cocina con recetas de su madre y su abuela. Ahora, el chico de los barrios complicados come en restaurantes de etiqueta, cuanto más discretos, mejor. Aspira, desde el 7 de julio, a hacerlo en el Hôtel de Matignon, la residencia oficial del primer ministro del Gobierno de Francia. Los votantes tienen en su mano la decisión.