A los tres años de guerra con Rusia, Ucrania ahora también tiene que pelear con Trump
El aniversario de esta contienda que iba a ser rápida y no lo fue llega en un momento de enorme convulsión: por primera vez hay negociaciones serias para un alto el fuego sobre la mesa pero son entre Washington y Moscú. El invadido, olvidado.

Este 24 de febrero se cumplen tres años desde que Rusia inició la invasión de Ucrania, su vecino. Un aniversario que en Moscú nunca pensaron cumplir, porque creían que apenas les costaría unos días el paseo militar. Tampoco estaba en los cálculos de Occidente, que primero estuvo ciego ante los avisos de incursión y, luego, se ha maravillado con la resistencia de los invadidos.
Pero si hay algo que nadie podía prever es que, a estas altura de conflicto feroz, Kiev tuviera que enfrentarse no sólo a los efectivos y medios del Kremlin, a sus satélites como Bielorrusia o a sus aliados como Irán o Corea del Norte, a la falta de medios o al desgaste de la guerra en sí, en las trincheras y en la sociedad, sino a un "un simpático hombre en Washington", como llama a Donald Trump el secretario general de la OTAN, Mark Rutte.
Más allá de las víctimas mortales, los heridos, los refugiados, las casas e infraestructuras destrozadas, las vidas rotas y el sinsentido, se suma ahora una lucha con el líder de Estados Unidos, uno de los países que más han arrimado el hombro en la lucha de los de Volodimir Zelenski. Trump prometió acabar con la guerra en 24 horas si volvía a la Casa Blanca; está tardando algo más pero lo está haciend a su manera, anteponiendo sus beneficios (más personales que estatales), normalizando a un dictador como Vladimir Putin y poniendo a los ucranianos y los europeos en segundo plano. Sobre ellos, todas las concesiones y sacrificios.
Si el Kremlin gana, ya sea en el campo de batalla o como resultado de un acuerdo injusto, Rusia representará una amenaza aún mayor para Europa y para intereses estadounidenses clave. Aunque eso hoy el magnate no lo parece ver.
Cómo están las cosas
Moscú ha fracasado en su intento de lograr una victoria contundente y en poco tiempo y la guerra se ha convertido en una guerra de desgaste, sin que ninguno de los dos bandos haya logrado avances espectaculares en el campo de batalla. Tuvo impulso en 2024, pero sólo registró modestas ganancias territoriales (se calcula que controla aproximadamente el 20% de Ucrania) y no ha logrado expulsar a las fuerzas ucranianas de la región rusa de Kursk. Allí entraron en agosto, sin intención de anexión alguna, pero con la meta de presionar y debilitar.
La guerra entre Rusia y Ucrania, es la más sangrienta en Europa desde la Segunda Guerra Mundial y, en realidad, comenzó hace 11 años. Tras la Revolución del Euro Maidán, las fuerzas rusas tomaron Crimea a principios de 2014. Posteriormente, Rusia se involucró en los combates en el Donbás, apoyando a los rebeldes independentistas prorrusos, que dejaron a fuerzas de Putin y a sus aliados ocupando partes de Donetsk y Luhansk, en el este del país.
La invasión por múltiples frentes de la que ahora se cumplen tres años parecía tener dos objetivos: tomar rápidamente Kiev y ocupar la mitad o dos tercios orientales de Ucrania. Para sorpresa de prácticamente todos, las fuerzas ucranianas detuvieron al Ejército ruso antes de llegar a la capital -¿recuerdas queda aquella serpiente de tanques avanzando sin freno?-, lo expulsaron del norte y luego lanzaron contraofensivas exitosas en el este y el sur.
Los ucranianos lanzaron nuevas contraofensivas en 2023, pero las limitaciones de equipamiento y las extensas fortificaciones defensivas rusas obstaculizaron esas operaciones, en un año marcado por la llamada fatiga de guerra. A principios del pasado 2024, la guerra se había convertido en una guerra de desgaste sin visos de acabar.
El Ejército de Ucrania, que cuenta con unos 900.000 hombres en comparación con los 1,3 millones de Rusia, ha tenido problemas con la falta de personal, aunque está probando nuevas formas de atraer reclutas, que no han sido especialmente populares entre la población y le han costado popularidad a Zelenski, un presidente que sigue siéndolo porque en tiempos de guerra no ha convocado las pertinentes elecciones y a quien por ello Trump llama ahora "dictador", sin sonrojarse.
Como ha sucedido desde 2022, hoy los ucranianos siguen dependiendo críticamente de las armas y municiones occidentales. La Administración Trump no ha solicitado nuevos fondos del Congreso para la asistencia militar a Kiev, lo que significa que el flujo de armas estadounidenses en algún momento cesará, como sucedió cuando se agotó la financiación a fines de 2023 (lo que afectó sensiblemente a las trincheras de Ucrania).

La base industrial de defensa de Europa tendría dificultades para satisfacer las necesidades ucranianas por sí sola, porque sus reservas están temblando y toca renovar, pero eso implica un coste enorme. De momento, el Banco Europeo de Inversiones (BEI), el mayor prestamista multilateral, ha anunciado que duplicará su financiación en materia de Defensa, pasando de 1.000 millones de euros a 2.000 millones de euros en 2025.
Si un bando tuvo impulso en 2024 fue el rusos, pero sus tropas sólo consiguieron avances territoriales limitados. A lo largo de ese año, sumó casi 3.900 kilómetros cuadrados, pero eso equivale a menos del 1% del territorio de Ucrania. El Ejército invasor no ha logrado recuperar el total de la región rusa de Kursk que el ejército ucraniano tomó en agosto, com tampoco tiene el control absoluto de las cuatro regiones -Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón- que se anexionó unilateralmente en septiembre de 2022 y que ahora quiere quedarse al 100% en el proceso negociador por EEUU. Dice Washington que no es "realista" por parte de Kiev reclamar la plena soberanía territorial y la devolución de la tierra robada.
El Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW, por sus siglas en inglés), un tanque de pensamiento defensivo con sede en Washington, explica en sus mapas de situación de este febrero que las fuerzas rusas mantienen su control sobre partes "significativas" del este y el sur de Ucrania. Pero también se han registrado avances ucranianos, ahondando en su exitosa contraofensiva de 2023 y en Kursk, donde aguanta ya seis meses de ofensiva. "El ritmo de los cambios territoriales se ha ralentizado considerablemente en comparación con los primeros meses de la guerra", constatan sus especialistas.
El último informe del ISW indica que las fuerzas rusas se están posicionando para una campaña prolongada dirigida al crítico "cinturón de fortaleza" de Ucrania, una línea defensiva de 50 kilómetros que comprende cuatro ciudades importantes del este: Slovyansk, Kramatorsk, Druzhkivka y Kostyantynivka. Los uniformados de Putin se encuentran actualmente a entre 25 y 30 kilómetros de la periferia oriental de Slovyansk, a unos 20 kilómetros de la periferia oriental de Kramatorsk y a nueve kilómetros de la periferia nororiental de Kostyantynivka.
"Las fuerzas rusas aún no se han enfrentado a defensas ucranianas significativas y suficientemente construidas desde su campaña contra Bakhmut en la primavera de 2023 y Avdiivka en el invierno de 2023-2024", señala el ISW en su última evaluación, añadiendo que "es poco probable que el método actual de las fuerzas rusas de avanzar utilizando su actual ventaja de mano de obra para llevar a cabo costosos asaltos de infantería logre los mismos resultados frente a defensas ucranianas significativas".
El mando militar ruso ha demostrado recientemente su compromiso con esta estrategia al redesplegar importantes fuerzas en la región. El observador militar ucraniano Kostyantyn Mashovets informa en el citado think tank de que elementos de las divisiones 20ª y 150ª de fusiles motorizados, que comprenden unos 7.000 a 8.000 soldados cada una, han sido trasladados a las direcciones de Toretsk y Pokrovsk oriental. Este "redespliegue" sugiere que Rusia se centra en presionar Kostyantynivka, el punto más meridional de la línea defensiva ucraniana.
El análisis del ISW sugiere también un patrón preocupante en el enfoque estratégico de Rusia: "El ejército ruso parece estar comprometiéndose a un esfuerzo de varios años para apoderarse del cinturón fortaleza de Ucrania en el óblast de Donetsk, lo que subraya aún más el aparente desinterés de Putin por una paz duradera y perdurable en Ucrania".
Sin embargo, los analistas militares cuestionan la capacidad de Rusia para mantener una campaña de varios años de duración. Sus evaluaciones apuntan a crecientes pérdidas de personal y equipos rusos, que pueden resultar "insostenibles" dada la actual generación de fuerzas y las capacidades industriales de defensa. La campaña contra el cinturón de fortalezas requeriría muchos más recursos que las operaciones anteriores en zonas de menor importancia estratégica.
Las consecuencias
Los rusos han pagado un precio enorme por esta guerra en los últimos tres años. No hay cifras oficiales de muertos y heridos en ese bando porque en 2022 Putin prohibió su publicación, precisamente para evitar un impacto negativo en una población alimentada de propaganda y a la que obliga a llamar "operación militar especial" a lo que le hace a su vecino.
En Rusia no se ha publicado ninguna cifra de desaparecidos o muertos desde entonces. En aquel tiempo, los caídos eran 6.000. Sin embargo, una viceministra rusa de Defensa, Anna Tsiviliova, apuntó en noviembre que las autoridades habían recibido unas 48.000 peticiones de test de ADN de familiares de soldados que combaten en Ucrania y que buscan a algún pariente. Las inteligencias occidentales calculan que Putin ha perdido unos 700.000 soldados en estos tres años. A ellos se sumarían los soldados norcoreanos muertos o heridos en combate: entre 1.100, según Seúl, y 3.000, según Kiev. Pionyang los mandó el pasado otoño para ayudar a echar a los ucranianos de Kursk.
Tampoco es sencillo conseguir datos ucranianos. En una inusual estimación pública comunicada a la cadena estadounidense NBC, el presidente Zelenski afirmó a mediados de febrero que más de 46.000 de sus soldados habían muerto y que unos 380.000 habían resultado heridos. El corresponsal de guerra ucraniano Yuri Butosov -un periodista independiente y muy respetado-, afirmó en diciembre que sus fuentes en el ejército habían dado cuenta de 70.000 muertos y 35.000 desaparecidos. Y varios medios occidentales, que citaron fuentes occidentales, reportan balances muy diversos, de entre 50.000 y 100.000 muertos en combate.

En el plano civil, la Oficina de la ONU para los Derechos Humanos ha emitido un informe en el que señala que, a una semana de este aniversario, 12.654 ucranianos habían muerto ya en la guerra; 673 de ellos eran niños. Los heridos no combatientes ascienden a 29.392, añade. Casi la mitad de los fallecidos y más de un tercio de los heridos en zonas del frente ucraniano son personas de la tercera edad, uno de los colectivos más vulnerables en el conflicto, indican las cifras recopiladas por la oficina del alto comisionado Volker Türk a través de su misión en Ucrania.
Pero el balance real es "probablemente mucho, mucho, mucho más alto", advirtió Danielle Bell, jefa de esa misión. Cruz Rja trabaja, al menos, con 50.000 ficheros de desaparecidos.
El informe denuncia los ataques "deliberados, repetidos y sistemáticos" contra infraestructuras vitales como las energéticas, sanitarias (790 ataques de este tipo) o educativas (1.670). Unos 139.000 kilómetros cuadrados de Ucrania, casi la cuarta parte del territorio nacional, han quedado sembrados con minas antipersona y otros artefactos explosivos, lo que ha convertido al país en uno de los más contaminados del mundo con este armamento.
El informe de la ONU recuerda, citando investigaciones de sus misiones sobre el terreno, que alrededor de un 95% de los prisioneros de guerra ucranianos liberados y más tarde encuestados revelaron haber sido objeto de tortura, mientras que el porcentaje en el caso de los prisioneros rusos en territorio ucraniano fue del 5%. Naciones Unidas ha confirmado, incluso, la ejecución de al menos 71 prisioneros de guerra ucranianos y 26 rusos, lo que contraviene los Acuerdos de Ginebra. También se han denunciado las ejecuciones de al menos 170 civiles, incluidos 23 mujeres y tres menores, en zonas del territorio ucraniano controladas por Rusia.
Hablando de derechos humanos, esta guerra ha dado también para que el líder ruso, Putin, esté en busca y captura por una orden de la Corte Penal Internacional por supuestos crímenes de guerra. En concreto, por los delitos de "deportación ilegal de población" y "traslado ilegal de población" en Ucrania, al llevarse a niños sacados a la fuerza de las zonas ocupadas por Rusia.
La situación humanitaria en Ucrania es grave. Hay 6,3 millones de refugiados fuera del país (en Europa la inmensa mayoría) y han llegado a 6,5 millones los desplazados internos; ahora son 3,6. "Más del 80% de los desplazados dependen de la ayuda humanitaria desde hace más de un año y luchan por encontrar soluciones sostenibles", denuncia Acción contra el Hambre. Nueve millones de ucranianos viven en la pobreza, entre otras cosas porque la destrucción de infraestructuras y el cierre de empresas han provocado una tasa de desempleo del 22% en las regiones cercanas a la línea del frente. En estas zonas, el aumento de los precios y la pérdida de medios de vida amenazan la seguridad alimentaria.
El Consejo Noruego para los Refugiados (NRC) añade que el número de personas que necesitan medicamentos, alimentos o agua en la línea del frente en Ucrania ha aumentado considerablemente en los últimos cuatro meses. "La proporción de hogares que declaran necesitar asistencia alimentaria y de agua en la primera línea de combate ha aumentado del 44% en septiembre de 2024 al 70% a principios de 2025. Durante el mismo período, la proporción de hogares que declaran necesitar medicamentos ha aumentado del 57% al 69%", indica.
Los bombardeos y ataques constantes limitan la prestación de servicios básicos y asistencia humanitaria, al tiempo que suponen una amenaza constante para quienes viven allí, que suelen ser, además, personas mayores, que representaron casi la mitad de las muertes de civiles en las zonas de primera línea en 2024.
Casi el 40% de las personas desplazadas en Ucrania dicen que han agotado casi todos sus ahorros y están acumulando cada vez más deudas. Para muchos, la única opción disponible es regresar a sus hogares, incluso si están dañados y cerca de las líneas del frente. El fenómeno del retorno a zonas no pacificadas se está entendiendo por esa pobreza en la distancia.

Condiciones cruzadas
La decisión del presidente Putin, de invadir el país en 2022 parece cada vez más un error épico, pero ha continuado con la guerra, sin ceder, a pesar de los crecientes costos que también incluyen las sanciones internacionales a Rusia. Ha puesto su economía en pie de guerra y cree que puede sobrevivir a Ucrania, dada su mayor población y economía y a que los socios comerciales (como India o China) han seguido siendo compradores fieles que lo sacan a flote. Por eso no ha mostrado ningún interés serio en negociar, excepto en sus propios términos. Lo que le parece estar comprando Trump en estas últimas semanas.
Putin no acepta en lo fundamental el derecho de Ucrania a existir como Estado soberano e independiente. Inicialmente, exigió que Kiev que se desmilitarizara, aceptara la neutralidad y reconociera a Crimea como parte de Rusia y a las llamadas "repúblicas populares" de Donetsk y Luhansk como Estados independientes. También le reclamó que no se adhiriera nunca a la OTAN, lo que entendía una agresión a los intereses de la Federación.
Putin también reclama la aceptación de las anexiones de 2022 por parte de Kiev como condición para un acuerdo final. No es sólo la tierra, sino también la gente que vive en ella lo que está bajo ocupación rusa. Esas áreas han sido descritas como "un infierno totalitario", donde "se está borrando todo rastro de Ucrania", según testimonios de los civiles a la prensa internacional y diversas ONG que aguantan casi en la clandestinidad.
Las principales exigencias de Vlodimir Zelenski, en cambio, eran en 2022 fueron la retirada total de Rusia y el restablecimiento de las fronteras de Ucrania de 1991, la compensación por los daños causados en su país y el enjuiciamiento de los criminales de guerra (entre ellos Putin y su plana mayor de Defensa). Muchos ucranianos consideran que estamos ante una guerra existencial, lo que explica la feroz resistencia del país, que ha sabido poner en marcha una industria armamentística propia que ha complementado a la ayuda exterior enorme éxito. Véase el caso de los drones.
Sin embargo, las encuestas recientes sugieren que la mayoría de los ucranianos están a favor de las negociaciones, aunque una parte significativa de la población se opone a las concesiones territoriales. Eso podría limitar la libertad de maniobra de Zelenski en cualquier negociación. Presionado, a finales del año pasado pareció mostrar cierta flexibilidad sobre sus fronteras, al decir que los combates podrían terminar con la devolución de tierras ucranianas por medios diplomáticos, siempre que Ucrania recibiera la membresía en la OTAN. Un escenario roto con los planes de EEUU.

Y llegó Trump
Trump llevaba mucho tiempo afirmando que podría negociar rápidamente el fin de la guerra, fue una de sus mayores promesas de campaña de cara a las elecciones presidenciales que le ganó a Kamala Harris el pasado noviembre. Las negociaciones principales, se esperaba, debían tener lugar entre ucranianos y rusos. Europa debería participar, estaba por ver cómo.
Sin embargo, Putin ha visto cómo con los días se ha hecho realidad su mejor escenario: está pactando un acuerdo bilateral con Trump, pasando por alto a Zelenski y a los líderes europeos. Ambos están troceando Ucrania y decidiendo quién se encarga de su vigilancia y reconstrucción, de cómo han de ser sus fuerzas armadas y hasta si debe tenerlas.
El Gobierno de Trump inició su labor de mediación este febrero, pero con el pie izquierdo. El secretario de Defensa, Pete Hegseth, calificó de "poco realistas" los objetivos de Ucrania de recuperar todo su territorio y su membresía en la OTAN. Hegseth aparentemente concedió dos puntos clave a Moscú antes de sentarse a la mesa de negociaciones, siquiera. Trump luego tuvo una conversación telefónica con Putin, tras la cual declaró que el líder ruso deseaba la paz y dijo que pronto se reunirían. El magnate luego, y sólo luego, llamó a Zelenski. En Bruselas lo esperan aún.
El vicepresidente JD Vance parecía que tenía la oportunidad de arreglar las cosas en la Conferencia de Seguridad de Munich de la semana pasada, pero lo que hizo fue empeorar el panorama para los ucranianos y los europeos. Echó la bronca a sus aliados de este lado del Atlántico diciendo que no se quejen por no estar en la mesa, que asuman su responsabilidad porque Ucrania es Europa y que no se asusten de Rusia, que el mayor enemigo lo tienen en las instituciones comunitarias.
Los abruptos cambios en la política estadounidense han provocado consternación en las capitales europeas, excepto en Moscú, obvio, donde fueron recibidos con júbilo. Zelenski dijo que esperaba coordinar primero con Washington un plan "para detener a Putin" y dejó claro que no se podría llegar a ningún acuerdo sin la participación de su Estado. Los líderes europeos también enfatizaron su necesidad de involucrarse y la jefa de la Política Exterior de la Unión Europea, Kaja Kallas, afirmó que "cualquier acuerdo a nuestras espaldas no funcionará".
Palabras que no valieron para cambiar nada: el martes, las primeras delegaciones rusa y norteamericana se reunieron en Arabia Saudí al nivel de ministros de Exteriores y pusieron las bases para seguir hablando y buscar un momento para que Trump visite a Putin o Putin visite a Trump. Los ucranianos no estuvieron presentes.
Luego han llegado horas kafkianas, en las que el republicano ha culpado a Ucrania de haber tenido la culpa del inicio de la guerra y ha acusado de totalitario a su presidente. Tras una reunión con el enviado de EEUU a Ucrania, el jueves, Zelenski tuvo que moderar su tono crítico y dijo que está dispuesto a pactar con Trump en "seguridad e inversiones". Aparentemente, baja los brazos o gana tiempo.
Trump debería haber hablado primero con Zelenski, el líder de un país que ha sido socio de Estados Unidos durante unos 30 años. Parece lógico, pero no lo es su mente. El nuevo inquilino de la Casa Blanca necesita entender dónde Kiev tiene y dónde no tiene capacidad de ser flexible, antes de ir demasiado lejos con Putin. Y debería haber hablado después con líderes europeos clave. Su Administración espera que Europa haga mucho, incluso proporcionando fuerzas de paz o de seguridad para Ucrania, sin la participación militar de EEUU, que ya ha descartado.
Pedir sin dar sólo entra en su cabeza, en la de un hombre cuyo partido ha apoyado durante tres años las ayudas que Biden mandaba a Ucrania y ahora quiere que se le devuelvan. Un empresario, más que un mandatario.
Putin será el actor más recalcitrante en esta negociación, aunque parezca que todo le va de frente. "Trump debería conseguir influencia sobre él pidiendo al Congreso más dinero para Ucrania, trabajando con el G7 para entregar los activos congelados del Banco Central ruso a Kiev y endureciendo las sanciones, medidas que le dejarían en claro a Putin que continuar la guerra en lugar de llegar a acuerdos significará mayores costos para Rusia. Sin embargo, hasta ahora no ha hecho nada para ganar influencia", escribe el analista Steven Pifer en The Brookings Institution, un tanque de pensamiento de Washington.
"Los primeros pasos de la Administración socavarán sus perspectivas de éxito", insiste, pese al triunfalismo norteamericano de estos días. "En primer lugar, tras haber mostrado su deseo de dialogar con Moscú y de llegar a un acuerdo con posiciones clave del Kremlin, le resultará más difícil convencer a los rusos de que acepten compromisos aceptables", dice. En segundo lugar, "ha distanciado a los europeos, de quienes espera que aporten fuerzas militares para implementar un acuerdo y dar garantías de seguridad a Ucrania. En tercer lugar, ha suscitado temores en Kiev de que los ucranianos se enfrenten a un hecho consumado entre Estados Unidos y Rusia. Al fin y al cabo, el éxito exige que tanto Kiev como Moscú acepten los términos".
Denuncia la "indecorosa prisa de la Administración Trump por entablar relaciones con Moscú" y avisa que no estamos ante "errores" que puedan ser "accidentes de principiantes", sino ante "un plan deliberado, plenamente preparado para dejar en ridículo a Ucrania (y a Europa con ella) con el fin de ganarse el favor de Putin, tal vez con el objetivo de separar a Rusia de China".
"Si es así, la administración malinterpreta gravemente la relación de Putin con Xi Jinping y la dependencia de Rusia de China", alerta, porque "no lograría abrir una brecha entre Moscú y Pekín, sino que significaría la continuación de la guerra entre Rusia y Ucrania, y la posición de Kiev quedaría seriamente socavada por el fin de la asistencia estadounidense". También haría que Europa "buscara mecanismos alternativos de seguridad ante la creciente amenaza rusa y sería menos probable que apoyara la iniciativa del gobierno para contener a China". Putin habría obtenido ganancias, mientras que EEUU tendría poco que mostrar a cambio. "La culpa de ese fracaso en política exterior recaería directamente sobre Trump", augura.
Si fracasa, Rusia y Ucrania seguirán con la guerra infinita en el corazón del Viejo Continente. También se pondrá al descubierto la debilidad de Trump como negociador global. Ahora se abre el proceso serio, el de verdad, para ver si triunfa y en qué términos. Todo el dolor generado en estos tres años no puede acabar con el carpetazo, violando la soberanía de un país y de su gente, dicen en Kiev y en Bruselas. Pero ese es el camino que señala, por ahora, el magnate de los negocios.