El adolescente y su nueva identidad
Por María Bustamante, psicóloga de la Fundación Amigó
En nuestra sociedad, la palabra adolescencia en muchas ocasiones va asociada a conflictos. Muchos padres, cuando su hijo llega a esta etapa se encuentran con un niño que ya no lo es y no saben cómo actuar ante sus demostraciones de rebeldía, inconformismo, desobediencia, actitudes de salirse con la suya, engaños...
La adolescencia es un proceso más de aprendizaje y como educadores y educadoras, nuestro papel no es evitar los riesgos que se puedan encontrar, sino facilitar las herramientas para afrontarlos.
En esta etapa de transición entre el "mundo infantil" y el "adulto joven" es necesario adaptar nuestra forma adulta de entender las cosas a la del adolescente. Si conocemos sus cambios le comprenderemos mejor, esto nos ayudará a modificar nuestra manera de educar y relacionarnos de forma más eficaz, mejorando la comunicación con él.
En la adolescencia se producen cambios a distintos niveles: físicos, emocionales, en la manera de pensar, a nivel social...y para que estos cambios no desestabilicen a nuestros adolescentes debemos tener muy claro cómo actuar. Por un lado, demostrando amor, los adolescentes necesitan poder contar con sus padres, que nos comuniquemos con ellos, que les dediquemos tiempo, hablar con ellos de cosas que les interesan y demostrarles que nos preocupamos por su bienestar. Por otro lado, fijando límites, esto les hace sentirse emocionalmente seguros. Poner normas y supervisar que se cumplen de forma consistente y adecuada a la edad y la etapa de desarrollo facilita un mayor ajuste psicológico en la edad adulta y un crecimiento emocional equilibrado. Por último, inculcando valores, los chicos que crecen en familias que inculcan valores morales suelen ser más felices, obtienen mejores resultados académicos y están más dispuestos a contribuir positivamente a la vida familiar y social.
En el trato con el adolescente debemos ser cercanos y afectivos, pero también hay que saber decir que no ante todo aquello que consideramos innegociable, poniendo límites y normas. Esas normas deben ser propias de cada familia, tienen que ser mantenidas con coherencia y, si es posible, consensuarlas, hacer que el adolescente participe en las discusiones o reflexiones familiares, que tome decisiones y se responsabilice de sus actos.
Tenemos que ser capaces de ejercer una disciplina controlada sobre determinados aspectos y situaciones que así lo requieran, evitando generar conflictos y tensiones por cosas que no son importantes, así como reconocer los errores que cometemos.
En cuanto al lenguaje, es conveniente introducir algunas modificaciones, por ejemplo, cambiar la palabra "no" por "preferiría que" o "estaría bien", además debemos evitar poner etiquetas "mi hijo es un..." ya que les limitará a la hora de cambiar su conducta. Las peticiones debemos hacerlas de forma clara, firme y segura y cuando son ellos los que las hacen, debemos escuchar cuidadosamente antes de decidir sobre lo que nos piden.
Finalmente, debemos estar atentos a los cambios bruscos en el comportamiento de los adolescentes, todo cambio fuerte tiene una causa. Y no olvidemos permitirles equivocarse y rectificar.