Neuromitos
Con el aumento por el interés sobre el cerebro y sus posibles aplicaciones para una mejor enseñanza, han florecido los neuromitos. El deseo de muchos maestros por implementar su enseñanza con métodos y prácticas nuevas está creando expectativas poco realistas de estos nuevos conocimientos.
Los neurocientíficos y algunas revistas científicas de alto impacto vienen advirtiendo a maestros y profesores que si alguien intenta venderles un programa informático con el que -basado en cómo funciona el cerebro-, pueden enseñar mejor a sus alumnos, lo primero que tienen que hacer es echarse la mano a los bolsillos, pues bien pudiera ocurrir que lo que persigan estos vendedores sea simplemente ganar dinero. Y es que muchos de estos programas contienen información no bien fundamentada en la Neurociencia y pueden levantar esperanzas infundadas sobre cómo se puede enseñar y aprender mejor. Y crean además neuromitos.
Un neuromito es eso, un mito (algo no real) construido sobre la interpretación errónea de datos científicos acerca de cómo funciona el cerebro aplicado al aprendizaje y la enseñanza. Por ejemplo, un neuromito es aquel, tan difundido como falso, indicando que el ser humano solo utiliza el 10% de su cerebro. O aquel otro proponiendo que un niño pequeño escuchando música clásica mientras juega puede facilitar su desarrollo mental y hacerlo más capaz e inteligente o, al menos, aumentar su capacidad de aprendizaje después. Este último es el llamado efecto Mozart.
El caso es que es hoy, ahora, con ese aumento por el interés sobre el cerebro y sus posibles aplicaciones para una mejor enseñanza, han florecido los neuromitos. Y esto es un problema serio, real, de casi todos los días. Precisamente en una reunión internacional reciente, acerca del cerebro y la enseñanza, muchos maestros señalaron que recibían más de 70 correos electrónicos al año animándoles a matricularse en cursos sobre cómo enseñar mejor basados en los conocimientos que hoy aporta la Neurociencia. Y es que el deseo de muchos maestros y escuelas por implementar su enseñanza con métodos y prácticas nuevas está dando lugar a crear expectativas poco realistas de todos estos nuevos conocimientos.
Y han sido los propios neurocientíficos quienes han alertado sobre estos problemas y también, en alguna medida los que se han ofrecido a resolverlos. Sin embargo es cierto que hay problemas serios en la comunicación neurocientífico-maestro para el trasvase de estos conocimientos. Pero eso está cambiando. No en que los neurocientíficos preparen propiamente a los maestros para ello, pero sí para que los maestros puedan acudir a quienes ayuden, con lenguaje asequible, en esa evaluación. Y en este contexto se está proponiendo la creación de neuroeducadores, es decir, maestros altamente preparados o con un grado específico de estudio, capaces de criticar lo que se les ofrece al tiempo que guiar en la aplicación de los nuevos conocimientos y detectar además en los niños, de modo temprano, problemas que interfieran en la enseñanza y permitan una pronta intervención como tratamiento a los mismos.
Pero volvamos a los neuromitos y cómo han creado en maestros y padres expectativas fáciles y poco realistas. Por ejemplo la lectura incorrecta de un hecho como es la proliferación de las conexiones neuronales, sinapsis, (millones al día) en los cerebros de los niños en sus primeros años de vida y cómo el medio ambiente es la guía fundamental de ese crecimiento. Pues bien, basándose en este hecho se ha especulado sobre la posibilidad de aprovechar en los niños estos tiempos de cambios profundos para enseñarles, educarles, con conceptos abstractos, hechos y percepciones complejas que, aun de modo inconsciente, puedan ser grabados en su cerebro, pensando que cuando alcancen la juventud o la edad adulta tendrán mayores capacidades cognitivas. Desgraciadamente quienes promovieron estas ideas no tuvieron en cuenta la falta de evidencia científica acerca de esta propuesta.
Y es que es inevitable que los mismos padres, ante ofertas de programas de este tipo, siempre reaccionen con emoción: "¿Acaso no es verdad que los niños aprenden cosas fundamentales y aun definitivas y de modo fácil en los primeros años?" "¿Cómo no voy a aprovechar esta posible ventaja para mi hijo aun cuando ello no sea enteramente verdad?" "¡Algo habrá de verdad en eso!" Lo que los padres ignoran es que aprender bien en esos primeros años requiere de ese instrumento básico que se resume en la espontaneidad, el placer, el juego, entre lo motor sencillo y lo sensorial directo y asequible y alejado de lo abstracto para lo que el cerebro todavía no dispone de los circuitos neuronales formados en su corteza cerebral. Existen muchas decenas de neuromitos. Un capítulo importante de la neuroeduación es derribarlos y construir sobre ellos el verdadero conocimiento.