El café de los reyes y la pobreza
Escribo a Letizia, la experiodista y nieta de un taxista que llegó a ser princesa, y es ahora reina de España y Embajadora de la FAO para la Nutrición. Señora, su más reciente cargo le obliga a velar por quienes sufren desnutrición y por aquellos que están en riesgo de morir de hambre en el mundo.
Escribo a Letizia, la experiodista y nieta de un taxista que llegó a ser princesa, y es ahora reina de España y Embajadora de la FAO para la Nutrición. Señora, su más reciente cargo le obliga a velar por quienes sufren desnutrición, y especialmente por aquellos que, literalmente, están en riesgo de morir de hambre en todo el mundo.
Millones mueren de hambre anualmente, víctimas de nuestra indiferencia; cientos de millones reciben dádivas insignificantes que, no sólo no resuelven sus problemas, sino que perpetúan su pobreza. Lo peor es que cientos de millones de personas muy pobres trabajan arduamente para producir lo que consumimos en los países desarrollados, y perciben un ingreso insignificante.
Contrario a lo que muchos creen, combatir la pobreza y el hambre no es un acto de caridad, es un acto de justicia y debe ser la más alta prioridad de todo jefe de Estado y Gobierno. La caridad es opcional, la justicia es obligatoria. Aunque creo en la caridad como una calidad humana, no creo que ésta deba ser sustituta de la justicia.
Usted, señora, como pocos, sabe en primera persona que el trabajo arduo de los padres y abuelos, y las oportunidades de educación para sus hijas, pueden transformar a niñas de origen humilde en supermujeres con capacidad de afectar positivamente el rumbo de millones de otras niñas, y de cambiar el mundo para los menos afortunados, si lo consideran su misión en la vida.
La realidad en el mundo actual es casi tan cruel como lo era durante las colonias en el reinado de Isabel para miles de millones de personas, que trabajan para producir lo que comemos y consumimos en los países desarrollados sin recibir a cambio siquiera lo suficiente para vivir con la mínima dignidad.
La mayoría no puede alimentar adecuadamente a sus hijas e hijos, y cientos de millones nunca podrán siquiera terminar la escuela primaria, asistir a la escuela secundaria o soñar con ir a la universidad, como lo hizo usted. Esa realidad me consta personalmente; nací en Guatemala. Mi padre, Baltasar Morales de la Cruz, nació en la Sierra de Chama, donde aún hoy se siembra café.
Baltasar tuvo que bajar de la montaña para llegar a ser maestro en un pueblo lejano. No había escuelas entonces, y hoy, casi un siglo después, tampoco hay oportunidades de educación para todos los niños, y menos para las niñas.
Baltasar llegó a ser maestro en escuelas donde la mayoría no podía asistir; estudió Derecho en la universidad pública, lo que es, aun hoy, un privilegio que pocos se pueden permitir. Fue un periodista prominente en un país en el que, aun hoy, millones no saben leer ni escribir. Fue diputado, y cuando llegó a ministro, se dio cuenta de que ni siquiera el Gobierno tenía los recursos para llevar a las montañas donde él nació las oportunidades más básicas.
En mi Guatemaya, pues así llamo yo con orgullo a mi país por su cultura milenaria, casi un millón de personas depende, directa o indirectamente, total o parcialmente, de la producción de café; la mayoría vive en la pobreza, y cientos de miles pasan hambre en "los meses flacos", cuando se les acaba lo poco que les pagan por su producto, o por ser víctimas de la roya del café, la sequía, la broca, etc.
Sus plantaciones no están aseguradas contra ningún riesgo por las empresas de los países importadores, que son los mayores beneficiarios de la industria del café. Usted sabrá que el café genera más de 164.000 millones de euros en valor de consumo anualmente, pero un ínfimo valor compartido para los países productores.
El café que los guatemayas y otros 25 millones de campesinos de otras naciones producen con tanto sacrificio, se exporta como grano verde a los países desarrollados, donde se tuesta y se vende como un café de "comercio justo" por entre 1 y 4 euros por taza.
De esa taza de café de mal llamado "comercio justo", menos de un céntimo de euro contribuye a erradicar la pobreza de los productores. En algunas regiones de mi Guatemaya, sólo una de 20 niñas termina la escuela secundaria. Aún así, en el Reino de España y en Europa, se le llama "comercio justo".
Como experiodista y reina de España, usted sabe que el Diccionario de la Real Academia Española tiene una definición muy clara de la justicia. No puede ser justo que los productores pasen hambre, que sus hijos estén desnutridos y no vayan a la escuela, y que, por otro lado, se acumulen decenas de miles de millones de euros en utilidades, valor agregado e impuestos para los países desarrollados, como fruto del trabajo de los campesinos de las excolonias.
Me parece incongruente que España y la Unión Europea hablen de partenariado con Iberoamérica, y que esa relación sea tan desigual que no pase siquiera la mas elemental prueba de valor compartido en cada taza de café que beben y ofrecen los reyes, el presidente Rajoy, los ministros, las Cortes, los eurodiputados, y cada funcionario que representa a España y a la Unión Europea en la ONU, la FAO, la OEA, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la OECD, etc.
Mi hija Isabel es española, tiene cinco años, le preocupa mucho ver a otros niños sin techo y con hambre. Ella no entiende mucho de economía ni de política, pero usted sí. Para Isabel, y para todos los niños de España, seguramente sería motivo de gran orgullo saber que su reina lideró una ardua y exitosa guerra contra la pobreza y el hambre, predicando con el ejemplo y cambiando el rumbo de la historia.
Como sabrá, por ser una persona sumamente bien informada, he propuesto que erradiquemos la pobreza con un modelo transparente de valor compartido (Shared Value, de los profesores Michael Porter y Mark Kramer) y que evitemos las falsas y muy crueles promesas de hacerlo con caridad o con falso "comercio justo".
Mi propuesta es crear un fondo global para erradicar la pobreza, con una compensación de 10 céntimos por cada taza de café, té y cacao que consumimos en los países desarrollados. Invertir 10 céntimos por cada taza en las comunidades que producen café, té y cacao, es un modelo de negocio fácil de adoptar que pondría fin al hambre y la pobreza, y que crearía una clase media rural en lugares donde hoy reina la desesperanza.
Entendiendo las instancias, me dirigiré al presidente de Gobierno con la esperanza de que él y sus ministros comprendan que la relación con los socios comerciales debe respetar los derechos humanos de cada niña y niño en las comunidades rurales y en cualquier otra parte del mundo, y que éstos están siendo violados al ni siquiera valorar el coste de producción de muchos artículos.
A usted, señora, le pido que cada café, té y cacao que se sirva en la Casa Real y en el Reino de España no contribuya a perpetuar la pobreza y el hambre como en la colonia. Aun en la época de la más estricta austeridad, España debe compensar con un mínimo de 10 céntimos por taza a quienes trabajan para que disfrutemos de un café, té o cacao cada mañana.
El transparente valor compartido de cada café, té y cacao, y de todo lo que bebe y come la reina Letizia, Embajadora de la FAO para la Nutrición, en cualquier parte del mundo, debe ser ejemplo para todos los jefes de Estado y Gobierno en Europa y en otros países desarrollados, y para que los ciudadanos de todo el mundo entiendan que las acciones combaten la pobreza y el hambre de forma mucho más efectiva que la ayuda al desarrollo y que las palabras al viento de quienes no padecen hambre en primera persona.
Doña Letizia, cada taza de café, té y cacao puede cambiar el mundo. Es fácil, con un modelo de negocio de valor compartido transparente apoyado por el consumidor y por personas como usted, que quieren cambiar el mundo en beneficio de los mas pobres.
Si le interesa nuestra propuesta para cambiar el mundo, le agradeceríamos que nos escribiese a info@cafeforchange.org.