Si vuelves, te esperaré en Madrid
Todos los septiembres, cuando todos volvemos a la rutina, se hace notar más tu ausencia. Siempre tuviste la inquietud de cerrar un capítulo de tu vida y dejar atrás Madrid; o por lo menos, poner el botón en standby. Siempre pensaste que lo harías con la pasión del que elige vivir una aventura. Una temporada viviendo en otra ciudad.
Madrid, barrio de las Letras (Getty Images).
¿Cuánto hace ya? ¿Tres años?¿Cuatro?
Todos los septiembres, cuando todos volvemos a la rutina, se hace notar más tu ausencia.
Siempre tuviste la inquietud de cerrar un capítulo de tu vida y dejar atrás Madrid; o por lo menos, poner el botón en standby. Siempre pensaste que lo harías con la pasión del que elige vivir una aventura. Una temporada viviendo en otra ciudad. Llenar la maleta de experiencias y de paso, terminar de hacerte con el idioma para volver y dar un salto exponencial en tu carrera.
Al final siempre pospuesto porque llega un nuevo proyecto, porque cómo voy a pegar ese parón en mi carrera, porque no me veo lejos de mis amigos, porque y ¿si me necesita mi familia?... Y tantos otros muchos porqués.
"Mi empresa cierra, me voy a la calle". Vomitaste las palabras con la tranquilidad de quien aun no puede creer lo que le está pasando pero con el eco en tu cabeza de un "¿Y ahora qué hago?".
Podías haberte quedado, apurar el paro, hacer el cojomaster con los ahorros y dedicar las horas a enviar tu currículum a puestos con nombre de títulos nobiliarios y sueldos de becario. Pero lo sentiste como un empujón: llegó tu momento. "Aquí ya no hay dragones que cazar y las oportunidades se quedaron más calvas que nunca, imposible agarrarlas por los pelos".
Te acompaña una sensación de vértigo en el estómago desde que tomaste la decisión.
¿Recuerdas las historias que te contaba tu abuelo cuando dejó el pueblo para venir a la ciudad? La historia es cíclica. Él dejó una vida atrás con una foto en blanco y negro, la promesa de escribir y alguna llamada cuando la economía lo permitiera. Ahora te toca a ti y a muchos más que cierran las puertas de sus casas persiguiendo un sueño, en tu caso, inducido.
Un Erasmus tardío, con billete de ida sin vuelta cerrada. El tiempo dirá.
Miedo al cambio, miedo a lo desconocido, nada que perder, todo por ganar. No hay laureles sin cicatrices de batallas.
Te levantas y decides ir a despedirte de tu ciudad. Con ella necesitas un tiempo a solas. El fresco de primera hora de la mañana ayuda a despejar la mente y necesitas retener en tu retina cada esquina de Madrid.
Te despides de la Cibeles, miras como siempre al Palacio de Linares; con la esperanza de ver alguna sombra que confirme la leyenda, pero solo sientes tus propios fantasmas.
Pisas la Puerta de Sol sin el complejo de parecer un turista en busca de la foto. Atraviesas la Plaza Mayor y giras 360º para retenerla bien en tu imaginario. Sigues por la Plaza de la Villa y continúas hasta la catedral. Con lo fea que nos pareció y ahora no nos imaginamos un solar allí. Llegas a la Plaza de Oriente y te emborrachas de la belleza del Palacio Real. Deseas que tus retinas retengan esas imágenes hasta que vuelvas. Vuelves sobre tus pasos para bajar el viaducto y llegas a la Latina. ¡Cuántos domingos entre risas! Benditas costumbres que tendrás que aprender donde vas.
Una parada para un café, calentar el espíritu y dejar por un momento la mochila de piedras que van cayendo en el estomago. No te has ido pero ya la echas de menos. Quizás es ahora cuando ves la belleza que tiene. Lo caóticamente atractiva que resulta. Todo lo que hace para seducirte. Cómo se maquilla por la mañana para darte los buenos días con amaneceres que rompen en mil colores y cómo se ilumina, para seguir estando atractiva para ti al caer la noche.
Continúas hacia el Barrio de las Letras, respiras hondo. Ahí está la esencia de una ciudad que atrajo durante siglos a la gente, la acogía sin hacerla sentir extraña y que hoy te obliga a marchar. Se deconstruye el sueño de la capital.
Bajas al Paseo del Prado, coges la cuesta de Moyano y terminas tu despedida en el Retiro. Ves Madrid con otros ojos. Sientes la misma presión en la cabeza que cuando intentabas no llorar viendo una película acompañado.
Por delante, todo incógnitas. No huyes, peleas tu presente para poder volver en un futuro. Porque sabes que volverás, porque nuestras raíces son robustas. Nos vemos en verano, nos vemos en Navidad. Madrid se pondrá bonita para recibirte y yo seguiré contándote cómo sigue la vida aquí.
Post publicado originalmente en el blog de la autora.