Historia de un divorcio
A pesar de vivir en un mundo, dicen, globalizado, las películas de otras culturas llegan con cuentagotas. La israelí Gett: el divorcio de Viviane Amsalem es un soplo de aire fresco y de buenísimo cine.
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Suele decirse que estamos en un mundo globalizado, que no hay distancias, que todo está al alcance de la mano. Pamplinas. ¿En cuántos lugares del mundo abres un grifo y sale agua potable a chorro? Por otra parte, ¿cuántas películas coreanas han visto ustedes últimamente? ¿Cuántas indias de Bollywood, la mayor potencia cinematográfica del mundo? Y si tanto me apuran, ¿cuántas belgas, húngaras, o italianas?
Aprovechen, pues, que se ha estrenado Gett: el divorcio de Viviane Amsalem (Francia, Israel, Alemania, 2014) y vayan a verla. La protagoniza Ronit Elkabetz, que también (juntamente con su hermano Shlomi) la dirige y escribe el guión. Una película israelí; pocas oportunidades tenemos de ver alguna a no ser que haya un festival de cine judío.
Gett: El divorcio de Viviane Amsalem hurga en una lacra muy dolorosa. Tanto si eres laica, cristiana o budista, en Israel (todavía hoy, aunque parezca mentira) no existe el matrimonio ni el divorcio civil, sólo un rabino puede legitimar un matrimonio o disolverlo; eso sí, siempre que el marido lo autorice; si no, nada que hacer. Partiendo de esta base, la película narra el kafkiano proceso -dura largos años- en que se ve atrapada una israelí para divorciarse y vivir independientemente del marido; libre, en definitiva. La mujer vive separada ya de su marido, pero religiosamente ingresa su sueldo en la cuenta de él.
Esta determinada determinación topa con el machismo, el patriarcalismo, tanto del tribunal como de casi todos los hombres que intervienen en el juicio.
A pesar de la economía de medios -se utiliza un solo escenario: una cutre y raquítica sala de vistas e, incidentalmente, una salita de espera llena a rebosar (que insinúa la magnitud de la tragedia)-, la película es magnífica, medida, equilibrada. Atrevidamente, todas las tomas se filman desde los ojos -el punto de vista- de alguno de los personajes que se mueven por la abarrotada sala. Cada detalle es un mundo: la posición elevada de la mesa del tribunal, llevar un par de zapatos u otro, los juegos con el pelo, el maquillaje, la longitud de la falda, ponerse unos simples pantalones, las miradas que escrutan los cuerpos femeninos, el leve mohín de unas cejas...
Hay un momento crucial, altamente emotivo, cargado de electricidad. Ante la expectante y contenida espera de una mujer angustiada a más no poder, el marido está a un tris de conceder el divorcio (se trata más bien de un historiado repudio), pero cuando piensa que quizás «su» mujer pueda llegar a acostarse algún día con otro hombre, utiliza el poder que le otorga la ley y se lo niega. Es difícil (una vez más la economía de medios) decir tanto con tan poco: destila la pura esencia de machismo que, por otra parte, explica la violencia contra las mujeres en cualquier lugar. En efecto, el gran mérito de la película es universalizar un estado de cosas a partir de un caso aparentemente particular. Explica no sólo las dificultades de las mujeres cuando quieren separarse, sino en general; muestra hasta qué punto son letales los fundamentalismos (por definición, misóginos) para las mujeres; finalmente, ilustra el deseo de libertad, un afán bien humano. Interpela a todo el mundo sin excepción, tanto a mujeres como a hombres; de Israel, de aquí o de donde sea. Todo un triunfo también los diversos, variados -a veces, contradictorios- personajes femeninos que dan pábulo, a pesar de todo, al optimismo.
Por cierto, Gett: el divorcio de Viviane Amsalem es la última entrega de una trilogía compuesta además por To Take a Wife (2004) y Shiva (2008). Si algún día se dignan a ponerlas, sin duda iré. De momento, aquí no se han estrenado.