Estar hasta...
En los momentos más inesperados, la prensa pone de manifiesto cuestiones de lengua que suelen señalar cambios tanto en la lengua como en la percepción del mundo y en la manera de narrarlo.
Este artículo también está disponible en catalán
Fuente: captura de pantalla de La Sexta de la intervención de Antón Damborenea donde decía estar "hasta los cojones" de la corrupción en el PP
Hace algunos días, el presidente del PP de Vizcaya, Antón Damborenea, hablando de la corrupción del PP, dijo lo siguiente: «Estamos hasta los cojones de leer todos los días, un día sí y otro no, gente del PP pringada, nos da igual exactamente cómo y por qué.»
En primer lugar hay que destacar la grosería de la expresión. No creo que se pueda considerar un modelo para los millones de niñas y niños que luego deben ser evaluados por el PISA; no parece tampoco que la palabra elegida contribuya a rebajar el sexismo ambiental. En segundo lugar, tal como lo formula, se podría pensar que lo que le preocupa más es leerlo, que se publique. En tercer lugar, habría sido más gráfico, fidedigno y real decir «que estaba hasta el cuello», o, si quería mantener la excluyente masculinidad de la frase, «hasta la nuez de Adán».
Mariano Rajoy le respondió lacónicamente: «Yo no te voy a explicar, Antón, hasta dónde estoy yo, pero te lo puedes suponer.»
No parece que Rajoy esté hasta el moño o hasta las cejas de la corrupción, puesto que hace lo imposible para taparla ya sea martilleando discos duros hasta convertirlos en fosfatina, ya sea enviando emails comprensivos y solidarios a corruptos confesos, ya sea protegiendo senadorialment a la austera Rita Barberá.
Ahora bien, lo que me llamó la atención fue una doble coincidencia. Dos días antes, Quim Monzó, un escritor no precisamente feminista, en un artículo que hablaba de las responsabilidades de Lehman Brothers en la crisis financiera, en un momento dado decía: «Involucrado [Lehman Brothers] hasta los pezones en el escándalo de las hipotecas subprime, fue uno de los principales culpables de la crisis económica que se generó y en la que todavía chapoteamos». Es decir, sustituía el órgano masculino al que aludía Damborenea, por una parte del cuerpo común a mujeres y hombres por los pezones; curiosamente las dos palabras riman.
Pero es que este mismo día y en el mismo diario, y tal vez en respuesta al exabrupto de Damborenea (o reflejándose en él), otro escritor, miembro también de la misoginia ilustrada, Gregorio Morán, escogía a su vez una parte del cuerpo de las mujeres para metaforizar el hartazgo general de la población. «Una modesta pregunta. ¿De verdad no están ustedes hasta los mismísimos ovarios de los artículos sobre si Ciudadanos logra imponer su programa [etc.]?» Aunque un poco más abajo, y con pertinencia (zafiedad y poca elegancia al margen), al hablar de su experiencia personal, usaba la misma palabra que Damborenea: «Yo sí, lo confieso, estoy hasta los cojones».
No me siento cómoda con las expresiones elegidas por ambos autores, me parecen fuera de lugar, no me gustan, pero, al margen de eso, optimista por naturaleza, no me parecen elecciones triviales. Monzó destierra la habitual y excluyente referencia a los testículos y elige una palabra con la que tanto se pueden identificar hombres como mujeres. Morán va un poco más allá y, en un atrevido paso de rosca, convierte los ovarios, una parte del cuerpo de las mujeres, en patrimonio de la humanidad; fijémonos que en el artículo apela a todo el público lector, tanto a hombres como a mujeres. Es decir, en cierto modo, convierte el femenino en una forma genérica, universal. Se tendrá que estar al tanto de ambos fenómenos.