Ánimo, que ya está cerca
Un pequeño dossier encabeza los suplementos culturales de un diario generalista barcelonés: están en el buen camino. Por poco que perseveren, podrán presentar en breve un suplemento cultural limpio de creadoras, sin autora que ensucie artículo alguno, ni una línea, ni una coma.
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Un pequeño dossier encabeza los suplementos culturales de un diario generalista barcelonés. A continuación, se sitúa la sección dedicada a la literatura, que ocupa más o menos la mitad. La página doble central suele mostrar algunas imágenes y luego vienen las páginas sobre diferentes manifestaciones culturales: exposiciones, arquitectura, cine, teatro, televisión, etc.
En el apartado de literatura del último suplemento del mes de julio (La Vanguardia, Culturas, 632, 30 de julio de 2014) -quizás algo más delgado de lo habitual- hay, por una parte, colaboraciones de ocho críticos y una crítica; exiguo porcentaje femenino, pues. Por otra, los artículos hablan de siete autores y/o algunas de sus respectivas obras. Uno habla de un libro traducido por una antologista (es decir, no de una creadora, el trabajo más prestigioso literariamente hablando) y otro de la correspondencia entre una escritora y un escritor; exagerado porcentaje masculino.
Este último reúne las brillantes e interesantísimas cartas que cruzaron Mercè Rodoreda y Joan Sales entre 1960 y 1983, recogidas en un libro publicado en 2008. Uno de los destacados dice: «No sé si La plaça del Diamant es la mejor novela catalana, pero Incerta glòria es la mejor sobre la guerra». Si se tiene en cuenta que la portentosa La plaza del Diamante versa sobre la guerra, haga cuentas la amable lectora o lector sobre lo que en realidad postula el crítico. Coherentemente con esta valoración y con la afirmación de que le atrae y le sorprende más el editor que la escritora, el crítico hace -si no me equivoco- quince citas textuales de Salas por una de Rodoreda.
Me deja boquiabierta que el crítico pueda pasar por alto las extraordinarias páginas que Rodoreda dedica a su propia literatura a raíz de unas galeradas que le mandaron y con las que no está de acuerdo. Se trata de una de las afirmaciones más rotundas y euforizantes sobre lo que es el acto de escribir (y sobre el amor propio). El crítico también pasa de largo sobre otras cartas donde la autora también habla de literatura, pero ya se sabe que todo depende del punto de vista. También me maravilla que Rodoreda le parezca comedida.
Ahora, lo más alucinante es el pequeño dossier, titulado «El arte de no actuar». Se compone de dos notas cortas de una psiquiatra y de un profesor de Estética, respectivamente, y un artículo central también masculino en el que se habla de lo que significa no actuar. La bibliografía citada en las tres piezas es agobiantemente masculina. El artículo cita una sarta de creadores que han enmudecido, entre los cuales hay sólo una única autora, la quietista Madame Guyon, que, por cierto, fue encarcelada. Maravillan las considerables citas a una serie de teóricos, pero sólo a una única filósofa, Hanna Arendt.
Ahora bien, la pièce de résistance está en el contenido mismo del artículo. Viene a decir que los autores que callan son sublimes, van un paso más allá en el arte, en la escritura. Pero esta circunstancia varía en función del género: la historia de la literatura está repleta de creadoras, de autoras, que han optado por una única obra, o bien que han enmudecido en algún momento. Esta circunstancia, según el canon, las sitúa fuera de la literatura, las estigmatiza como autoras y es una prueba de simple y clara impotencia, de carencia; quizá por eso el artículo no habla de autoras, tan sólo cita a una. Cuando esta opción, en cambio, la toman los hombres, es una prueba de pura inteligencia y sensibilidad, es el colmo y el súmmum.
Tiemblo cuando veo que en el suplemento siguiente el dossier va de sirenas (La Vanguardia, Culturas, 633, de agosto de 2014); por cierto, todo el dossier es masculino. Paso a estremecerme cuando empiezo a hojearlo y en el artículo central leo: «Para mayor frustración, es un ser, muy probablemente, incapaz de satisfacernos en aquello que, precisamente, nos atrajo hacia ella, el sexo». Dejo de lado la curiosa concordancia entre «ser» y «ella», y me pregunto a quién debe referirse con ese «nos». ¿Cuántas Penelopes, cuántas mujeres se sienten atraídas sexualmente por las sirenas?
Un poco más allá leo: «Esta atracción [...] ofrecía [...] que el público adulto se alegrase la vista con mujeres desnudas, semidesnudas en este caso». ¿Por qué no habla más económicamente de «hombres» en vez de «público adulto»?; es decir, ¿por qué hace pasar la parte por el todo? También establece una comparación, tomada más que por los pelos, por los pechos y, en mi opinión, incomprensible, entre sirenas y Femens. Por cierto, aunque se habla de un cuento de Andersen (La sirenita), no hay ni una referencia a la extremada crueldad contra la sirena. Otra vez el punto de vista.
Están en el buen camino. Por poco que perseveren, podrán presentar en breve un suplemento cultural limpio de creadoras, sin autora que ensucie artículo alguno, ni una línea, ni una coma.