Y Sánchez entró en la historia... del "no"
La semana acabó como empezó porque un no es un no, y no sólo para el PSOE, también para el PP y para Podemos. Nada se movió entre el martes y el viernes. Bueno, sí, Coalición Canaria. La única diputada de CC, Ana Oramas, pasó de la abstención al sí. Pero 131 son menos que 219, y dan para lo que dan, para que el aspirante Pedro Sánchez tuviera su momento de gloria, pero no para que España tenga nuevo presidente del Gobierno. Si Pedro Sánchez quería hacer historia, ya la ha hecho, pero como el candidato a presidente con menos votos a favor de toda la democracia.
La semana acabó como empezó porque un no es un no, y no sólo para el PSOE, sino también para el PP y para Podemos. Nada se movió entre el martes y el viernes. Bueno, sí, Coalición Canaria. La única diputada de CC, Ana Oramas, pasó de la abstención al sí. Pero 131 son menos que 219, y dan para lo que dan, para que el aspirante Pedro Sánchez tuviera su momento de gloria, pero no para que España tenga nuevo presidente del Gobierno. Si Pedro Sánchez quería hacer historia, ya la ha hecho, pero como el candidato a presidente con menos votos a favor de toda la democracia.
El reloj de la democracia, eso sí, ha echado a andar, pero el líder del PSOE ya no maneja el botón que puede activar el stop que evite que los españoles volvamos de nuevo a las urnas el 26 de junio. ¿Será Rivera? ¿Será Rajoy?
"El acuerdo del beso"
Todo es incierto y todo es posible en la nueva política, incluso que el presidente del PP acabe haciendo un Mas, que el líder de Ciudadanos ocupe la escena y se convierta en el Churchill español y que Sánchez desande el camino recorrido al centro-derecha para retomar la negociación con Pablo Iglesias. El de Podemos ya le ha dicho que fluya el amor y que a ver si llega el "acuerdo del beso" ¿Llegará?
El PSOE sale de su espacio político
De momento la imagen que queda es la de un Pedro Sánchez derrotado, pese a haber movido a su partido de su espacio político para un "pacto histórico" con el centro derecha. La alianza que no le sirvió para lograr la cuadratura del círculo que buscó en el último momento: que Podemos se abstuviera y facilitara un Gobierno transversal y de cambio.
Pablo Iglesias lo tiene claro. Lo de Sánchez y Rivera ha sido como la rendición de Breda, la imagen que llevó Velázquez a Las Lanzas y que ustedes pueden ver en El Prado, a pocos metros del Congreso de los Diputados. Allí, Justino de Nassau entrega las llaves de la derrotada ciudad holandesa de Breda al general español Ambrosio de Spinola. El primero se inclina ante el segundo, que apoya una mano en el hombro del general vencido para impedirle la humillación de arrodillarse. Sin sangre ni vanagloria y sin atisbo de orgullo por doblegar al enemigo. Y así es como quieren los de Podemos que la izquierda sociológica vea la capitulación del socialismo ante el centro-derecha, por si acaso hay que volver a pasar por las urnas.
Rivera toma la delantera
Sánchez no ha entregado las llaves de la Moncloa porque no las tiene, pero en esta batalla por ocupar la Presidencia, Rivera le ha tomado la delantera. Sin afrentas, sin inclinaciones y sin desprecios porque el de la formación naranja es, como Churchill, más de utilidades que de importancias. Dicen que ha sido el ganador de esta semana de investidura fallida. Lo reflejan todas las encuestas y lo admiten, aunque en privado, socialistas y "podemitas".
Fue él -a quien los populares llamaron "traidor" y los herederos del 15-M, "naranja mecánica"- el que con más convicción y seguridad defendió el acuerdo firmado con el PSOE ante El Abrazo de Genovés; fue él el que se elevó dos metros por encima del embarrado suelo sobre el que pisaron todos los demás durante el debate de investidura; fue él el que acusó al PP de no querer reformar España; fue él el que se atrevió a arengar a la bancada popular para que rompiera definitivamente con un Rajoy moribundo y perezoso y fue él el único que salió del hemiciclo mejor de lo que había entrado.
Un candidato al que faltó alma
¿Alguien se acuerda acaso de cómo empezó la semana? Con un aspirante que llamó al mestizaje ideológico para un gobierno por el bien común pero al que, además de apoyos, le faltó alma, vuelo y convicción. Hoy, el segundo recuento le saca del centro de la escena política que ha ocupado en las últimas semanas y le sitúa de nuevo ante la realidad aritmética: o pacta con Podemos y los independentistas o no será presidente del Gobierno. Y la ecuación hoy resulta más imposible de lo que ya era, por más que ahora hable de un Gobierno que acoja a todas las sensibilidades y todas las ideologías y llame a superar las políticas frentistas.
Ahora es el tiempo de Rivera. Si el líder de Ciudadanos es capaz de sumar al PP, con o sin Rajoy, al acuerdo suscrito con el PSOE, la presión ejercida sobre los populares para que se abstuvieran en la investidura de Sánchez, se ejercerá sobre éste para que haga lo propio con un candidato de la derecha, sea éste cual sea. Igual esta España nuestra es capaz de hasta rodar un Borgen.
¿El adiós de Rajoy?
Quédense con la imagen de un Rajoy que aplaudió y saludó con el pulgar a la bancada popular que le aplaudía en pie tras su última intervención en la tribuna de oradores. Recuerden: todo es incierto y todo es posible. ¿Y si hubiera sido el de este viernes su último discurso en el hemiciclo?
Por lo demás, en la Carrera de San Jerónimo se vivió esta semana una sesión tan viva como bronca; se recuperó lo mejor y lo peor del parlamentarismo; vimos un debate polarizado entre bloques porque la izquierda (PSOE) se enfrentó con la izquierda (Podemos) y la derecha (PP) con la derecha (Ciudadanos)... Pero la principal conclusión es que el debate de investidura ha empeorado las relaciones entre quienes están obligados a entenderse para que España pueda tener nuevo Gobierno.
Porque resulta que el "pacto histórico" que con tanta solemnidad firmaron Sánchez y Rivera hace una semana no abrió las puertas a un acuerdo más amplio, sino que las cerró a cal y canto en todas las direcciones posibles. Ni el PP estuvo ni estará por la labor de facilitar una presidencia de Sánchez sostenida por Rivera ni Podemos ha dejado escapar la ocasión de dibujar ante los electores a un PSOE que a la primera de cambio se ha echado en brazos de la derecha.
Iglesias pasa de la cal viva al amor
Vimos además a un rocoso Pablo Iglesias que en su primer discurso ante el Parlamento se envolvió en la memoria de las viejas glorias de la izquierda de los 70 y echó mano de la cal viva para ofender a los ancestros del socialismo. El recuerdo a los años del terrorismo de Estado no lo llevaba en el guión, pero la bulla, los insultos y las interrupciones de las bancadas popular y socialista le llevaron a la versión más perversa del Maquiavelo que lleva dentro. Otro Iglesias vimos, sin embargo, en la segunda entrega de la investidura. El "coletas" bajó el tono, pasó de la cal viva al amor y avanzó que "las discusiones más agrias preceden a los acuerdos más dulces"
El campo de la izquierda, en todo caso, queda más embadurnado que cuando empezó la semana, por más que el PSOE se empeñe en ahondar en la división -que la hay- de Podemos o en amenazar con una retirada del apoyo del PSOE a los ayuntamientos del cambio. Todo sea por lograr en el tiempo de descuento una nueva negociación que acabe elevando a Sánchez a los altares de La Moncloa. Sólo así entraría en la historia como el séptimo presidente de la democracia española, y no como el candidato que más "noes" sumó en el Parlamento.
P.D. Sánchez ya no habla de un Gobierno presidido por el PSOE, sino con participación del PSOE. El matiz no es menor.