Marcada por la derrota
¿Cuándo disolverá? La pregunta la hacía hace tan sólo una semana un miembro del equipo de Pedro Sánchez a una persona del gabinete de Susana Díaz. "Aún tiene dudas", fue la respuesta. "Que llame al presidente y, quizá en la conversación, pueda ayudarle a despejar algunas claves que le ayuden a tomar la decisión correcta", le indicó el primero. "Ya sabes que no hay química", respondieron desde San Telmo.
Lo llaman síndrome de estrés postraumático y se da en aquellas personas que han vivido un episodio dramático en su vida. Una y otra vez rememoran el trauma en forma de pesadillas o de recuerdos involuntarios. El temor a que se repita la desdicha genera ansiedad extrema hasta el punto de evitar cualquier cosa que pueda relacionarse con el trauma. En este caso son las urnas, es Pedro Sánchez y es el pánico a un nuevo fracaso.
Hablamos de Susana Díaz, una socialista marcada por la contundente derrota de unas primarias que creyó serían para ella un paseo militar y, por el contrario, acabaron para siempre con sus aspiraciones de lideresa nacional. Quiso culpar de ello a un supuesto "machismo", a todo tipo de prejuicios y hasta a los tópicos andaluces, pero nadie contribuyó más que ella, sus equipos, sus formas y sus fobias a una derrota de la que aún no se ha repuesto.
El resultado de su cruenta batalla contra Pedro Sánchez para hacerse con la secretaría general del PSOE pesa aún como una losa en alguien acostumbrada a "ganar, ganar y ganar" en lo orgánico y en lo político. El presidente del Gobierno es en sí mismo una dosis de recuerdo de su peor trauma político. Y ha sido la reminiscencia de aquella consulta a la militancia lo que más le disuadía de anticipar unas elecciones andaluzas que, a priori, tiene ganadas.
Las encuestas, el estado catatónico en que se encuentra el PP de Juan Manuel Moreno Bonilla, la falta de carisma en el liderazgo de Ciudadanos, la guerra interna que Teresa Rodríguez libra con la dirección estatal de Unidos Podemos... Nada hay en el horizonte que haga temer al PSOE por la pérdida de la primera posición del tablero. Cosa distinta serán luego las posibilidades que se abran para la formación de un gobierno, que podría dilatarse más de lo previsto teniendo en cuenta que tras la convocatoria andaluza llegará la de las municipales y autonómicas de mayo, y a nadie le interesará marcar sus cartas ante la cercanía de otras elecciones.
Hace cuatro años, Díaz tardó 80 días en lograr un acuerdo con Ciudadanos, después de la reiterada negativa de Podemos -que fue su primera opción de gobierno- a prestarle los votos necesarios para sumar la mayoría con la que ser investida. Lo que le lleve alcanzar un pacto después del 2-D está por ver, dependerá de lo que los de Rivera quieran retratarse en plena precampaña de municipales y de la presión que el PP ejerza sobre Ciudadanos por mantener en el Gobierno a un PSOE que lleva en el poder institucional de aquella Comunidad 36 años.
Pese a todo, la extodopoderosa secretaria general de los socialistas andaluces ha hecho de tripas corazón y ha revestido lo que sólo es un adelanto técnico -la fecha máxima era marzo- de un acto responsabilidad con Andalucía para alejar a la región de la inestabilidad política nacional. Su objetivo es conseguir una campaña exclusivamente en clave andaluza y que las elecciones no coincidieran con ninguna otra convocatoria electoral. El pavor a medirse de nuevo con Sánchez en una doble cita de autonómicas y generales y la posibilidad de que su eterno rival obtuviera más votos que ella en Andalucía le llevó a rechazar hace semanas la propuesta del presidente de convocar juntos en primavera.
Su relación con Sánchez sigue siendo distante y sin interlocución fluida, pese a lo que ambos tratan de vender en público. La desconfianza, tras aquellas primarias que abrieron en canal el socialismo español, sigue siendo mutua y lo quiera o no la presidenta, su Comunidad servirá de banco de pruebas del largo cliclo electoral que se avecina a partir de 2019 en un momento en que Pedro Sánchez ha llevado al PSOE a una posición en los sondeos inimaginable hace medio año.
Arranca por tanto una campaña que se barrunta convulsa y cuyo resultado, pese al propósito de Díaz, se leerá en clave nacional en tanto en cuanto será la primera vez que el PSOE mida su fuerza tras la moción de censura, el primer asalto de la batalla por la hegemonía de la derecha entre PP y Ciudadanos y la primera vez también que Teresa Rodríguez mida su fuerza frente a la dirección estatal de Podemos después de una dura batalla interna por lograr autonomía política y orgánica.
Y todo con una candidata socialista que hace cuatro años estaba llamada al estrellato de la política nacional, y hoy solo es una más de los 17 líderes territoriales de un partido en el que muchos aún le consideran responsable de una guerra interna cuyas heridas están por cicatrizar.