La contradicción hecha partido
Las claves de la semana.
Ser o no ser, esa es la cuestión. El eterno debate. Un clásico de la literatura sobre cómo afrontar la vida y el destino, que suele ser algo que favorece cuando menos lo esperamos y fastidia en lo mejor del camino. Toda una batalla emocional sobre la toma de decisiones, las salidas fáciles y las capacidades de uno mismo. En ese debate anda Ciudadanos, un partido llamado inicialmente a ocupar el espacio de centro, que en su trayectoria nacional ha virado de la socialdemocracia al neoliberalismo sin apenas tránsito y para el que lo que menos cuenta son las convicciones y lo que más, el pragmatismo y las siglas.
Pues acabamos 2018 y seguimos para bingo. 2019 no vendrá mejor para la política por mucho que Pedro Sánchez dibujara una España de luz y color en su entusiasta balance de año. Ya saben: lo que Alfonso Guerra auguró para cuatro años, el actual presidente del Gobierno, a juzgar por su frenesí, lo ha logrado en siete meses en materia de regeneración democrática, justicia social y dinamización de la economía.
¡Igual no es para tanto! Pero queda dicho. De que "no hay ningún elemento para la polémica", como dijo, por la fotografía de la secretaria general del PSE, Idoia Mendía, preparando una comida de Navidad junto a Arnaldo Otegi, mejor ni hablamos. Ya lo ha hecho el secretario de Organización de los socialistas guipuzcoanos, José María Múgica, con una carta de dimisión en la que reza "No en mi nombre". Ni en el suyo ni el de muchos otros socialistas. La imagen ha levantado ampollas en un partido con un largo historial de asesinados por ETA. Claro que si un expresidente del Gobierno como Zapatero ha estado siete horas en un caserón en animada charla secreta con el líder de la izquierda abertzale, Mendía pensará que al menos ella lo ha hecho con luz y taquígrafos.
El PSOE acaba el año volviendo a ser una olla a presión, no sólo por lo anterior, sino también por una declaración de guerra, en forma de entrevista con la Cadena Ser, que emitió Susana Díaz el día de Navidad. "Si vienes a por mí, te esperaré, y no en son de paz", vino a decir a Sánchez la secretaria general de los socialistas andaluces, después de que desde Ferraz se intentara sin éxito que varios secretarios provinciales y algunos alcaldes de Andalucía se rebelaran la misma noche del 2-D contra el liderazgo de Díaz para exigir su dimisión. La brecha interna que abrieron las primarias sigue abierta y el argumento para desgastar a Sanchez vuelve a ser el mismo -la relación con el independentismo- por el que un Comité Federal le tumbó como secretario general antes de resurgir de sus cenizas.
Pero esta semana toca hablar de Ciudadanos y de su batalla shakespeareana a cuenta del "three party" en Andalucía y lo que éste puede mancillar su aparente transversalidad en un momento en el que Rivera se veía ya como líder del centro-derecha después de la caída en picado del PP en las encuestas. Ha sido llegar VOX y saltar por los aires todos los pronósticos y todas las estrategias. Al menos, el PP de Pablo Casado no oculta su sintonía con los de Abascal. Al fin y a la postre son hijos del mismo Aznar y ninguno ha mostrado interés en matar al padre, sino en seguir sus sabios consejos para volver a unir a la hoy atomizada derecha.
Cosa distinta es Rivera, que habiendo compartido con ellos "líder espiritual", no siente que el pacto de las tres derechas en Andalucía le lleve por el buen camino para conquistar el espacio de centro que se propuso a costa de situar al PSOE de Sánchez junto a la izquierda radical en compañía de Podemos, los "golpistas" y los "herederos de los asesinos".
Rivera ha pactado con VOX igual que Casado para desalojar al PSOE de la Junta tras 36 años interrumpidos de gobierno. La diferencia es que a uno no le importa proclamarlo y el otro pretende no ensuciarse las manos del barro que esparce el discurso de la ultraderecha. Tan legítima es esa alianza a tres como la suma con la que Sánchez hizo posible la moción de censura. Pero en adelante igual ya no es tan fácil erigirse en repartidor de carnés de constitucionalista. Mientras VOX no vulnere la ley de partidos estará dentro del sistema como lo están los independentistas, pero contar con los votos de Abascal para gobernar es obvio que resta legitimidad a Rivera para reprochar a Sánchez que negocie los Presupuestos con los secesionistas.
En la medida en que los andaluces han votado cambio, a Rivera no le ha quedado otra que subirse al tren de la necesaria alternancia. Lo ha hecho con la nariz tapada y con evidente gesto de náusea. Y el ejercicio de contorsionismo de sus dirigentes para disimular el acuerdo con VOX ha dejado exhaustos a quienes dentro de la formación naranja consideran que la fórmula andaluza no tiene por qué repetirse en autonómicas, municipales, y mucho menos en generales sean estas cuando sean.
La algarabía con que el PP ha celebrado la entente de las tres derechas en el sur no se corresponde con el estado de ánimo de los de Rivera, empeñados en negar la reedición automática de la fórmula andaluza. El desgaste por construir un frente común junto a la ultraderecha en quien pretendió ser el Macron español y las críticas de sus socios europeos más bien llevarán a Rivera a pactar con el PSOE, allá donde sume en municipales, para demostrar su condición natural de formación bisagra y apartarse de paso de un bloque ideológico que le puede restar más que sumar. Si molesta resultaba ya de por sí la equiparación con el PP, el flirteo ahora con VOX puede provocar en Ciudadanos una considerable hemorragia de votos entre una parte del electorado socialista que migró a la formación naranja en las últimas generales.
No parece muy compatible retratarse con Santiago Abascal y pescar a la vez votos en las turbulentas aguas del PSOE. Así que prepárense para un nuevo viraje. 2019 traerá para Ciudadanos una nueva adaptación de su discurso político. La enésima pirueta política con la que justificar lo injustificable, que en este caso es firmar en Europa un manifiesto contra la ultraderecha italiana, francesa y húngara, y pactar en España con su homóloga. La contradicción hecha partido.