El PSOE y la calle Melancolía
Lo que empieza esta semana el PSOE será un nuevo teatro en varios actos, un triángulo prodigioso con el que encontrar una excusa que le aparte de la responsabilidad de que los españoles tengamos que ir de nuevo a las urnas. Cuando fracase otra vez en su empeño imposible, será tarde. Disolución, convocatoria... y listas.
Está en la vida, en la condición humana, en la música, en el cine y en los partidos. Estos días, hay dos nuevas versiones. En la última película de Woody Allen y en el PSOE. La nostalgia por lo que pudo ser y no fue, el deseo de lo que no se ha tenido. Esa lucha interior que a unos les arrastra simplemente a la melancolía y a otros a repetir errores por una especie de bloqueo que les impide seguir el camino. Está en Café Society y está en el socialismo. Ya saben que lo de la política, menos en lo del glamour, es como algunas historias de la gran pantalla: una compleja elección entre lo que dicta la razón y lo que exige el corazón.
En el PSOE, hace años que gana el corazón. Más bien las tripas porque de haberse impuesto la razón, los socialistas hubieran celebrado en 2014 un congreso limpio sin maniobras ni interferencias de los cuadros dirigentes. De haberse impuesto la razón, en diciembre de 2015, tras la mayor derrota electoral de su historia, se hubiera convocado un congreso federal. De haberse impuesto la razón, tras la segunda debacle en junio de 2016, el secretario general hubiera puesto su cargo a disposición del partido. Y de haberse impuesto la razón, los críticos de Sánchez ya habrían forzado la convocatoria de un Comité Federal que decidiera por dónde se ha de transitar tras los dos "noes" a Rajoy.
Ya lo dice Bobby, el personaje de Café Society que interpreta Jesse Eisenberg: "La vida es como una comedia escrita por un cómico sádico". Pues lo mismo es el PSOE, un enredo que bien podría haber guionizado un despiadado histrión. "No hay infierno para ellos", suele decir un gran conocedor del partido de quienes ayudaron al ascenso de Sánchez a la secretaría general, y hoy se lamentan de ello entre conspiración y conspiración.
Ahí es donde todo ejercicio de revisión pretérita conduce a la melancolía. De nada sirven los lamentos de los arrepentidos por lo que hicieron hace dos años, ni los gemidos de quienes pudieron y no quisieron forzar la celebración de un congreso; ni los sollozos de quienes estuvieron a punto de doblar el pulso y no lo hicieron al secretario general para que reuniera al máximo órgano entre congresos...
De la operación que algún interesado ha metido en el circuito para calentar la hipótesis de la dimisión de la mitad más uno de la Ejecutiva para forzar una gestora, ni hablamos. Tiene más de cuento del lobo que de meditada y acordada estrategia, y además no hay ninguna certeza de que los números sumen como desearían los críticos. Es lo que tiene tanto amagar y no dar, que la credibilidad brilla ya por su ausencia.
Además, como dice un ex secretario general, en el PSOE es imposible echar al Número Uno si él no se quiere ir. González se fue porque quiso e ídem Almunia, Zapatero y Rubalcaba. No parece que Sánchez esté dispuesto a lo mismo. Más bien todo lo contrario. Lo que pretende con esta nueva pirueta con Podemos y Ciudadanos es ganar tiempo para sumar trimestres como secretario general hasta llegar a una nueva convocatoria electoral en la que sea imposible otra vez cuestionar su candidatura.
Lo que empieza esta semana será un nuevo teatro en varios actos, un triángulo prodigioso con el que encontrar una excusa que le aparte de la responsabilidad de que los españoles tengamos que ir de nuevo a las urnas. Cuando fracase otra vez en su empeño imposible, será tarde. Disolución, convocatoria... y listas.
Lo cierto es que, desde julio, no estuvo nunca en otra pantalla que no fuera la de volver a las urnas. Algunos barones salieron de Ferraz con esa impresión la noche antes del último Comité Federal, después de que Sánchez les argumentara que, tras el pinchazo de Podemos y de Ciudadanos, al PSOE no le iría mal en una tercera convocatoria. Y aún así permanecieron todos callados. Todos, menos el extremeño Guillermo Fernández Vara. Silentes, pero no quietos, aunque ninguno de sus intentos de rebelión haya fructificado. Ora por el calendario institucional, ora por las competencias intactas que mantiene un secretario general aunque haya expirado su mandato, ora por las elecciones vascas y gallegas... Siempre hubo alguna excusa por la que no plantar cara a la estrategia suicida de un líder que piensa más en su supervivencia orgánica que en el futuro de la socialdemocracia. No digamos ya en España.
Lo más que veremos será un Comité Federal, nunca antes del 25 de septiembre. ¿Será entonces cuando el lobo se coma a Caperucita? No lo esperen tampoco entonces porque quien protagoniza el papel de carnívoro en este cuento ha perdido la fuerza para aullar y hasta para salir de su guarida. ¿Alguien sabe dónde y por qué se esconde Susana Díaz?
Dicen que su introspección no es porque haya tirado la toalla, ni porque fuera más vehemente que el propio Sánchez en su defensa del "no" a Rajoy, sino porque duda por enésima vez de cuándo es el momento para el jaque mate. A estas alturas debiera saber que la política no es terreno para pusilánimes, y mucho menos en tiempos de crisis. Las dudas del oficial en el frente suelen ser un anticipo de fracaso y de muchas bajas entre los soldados.
De momento, mientras la presidenta de Andalucía y quienes aún la siguen en sus batallitas caminan por la calle Melancolía, Sánchez presume de haber ganado una doble partida. A Rajoy y al PSOE. Quien está dispuesto al suicidio, como dice un socialista andaluz, siempre lleva la iniciativa. El secretario general del PSOE siempre tuvo algo de insensato y entre sus críticos debe haber mucho fan de Sabina. Pues que sigan tarareando la calle Melancolía en busca de un encuentro que les ilumine el día mientras hallan puertas que niegan lo que esconden.