Cuando el 'síndrome Hubris' inunda la política
Los ciudadanos asisten perplejos al espectáculo, pero no es nuevo. Lo escribió Hemingway: "El poder afecta de una manera cierta y definida a todos los que lo ejercen". Y muchos años después, en 2008, el médico británico David Owen identificó el trastorno. Se llama 'síndrome de Hubris' y, según la descripción, podría estar afectando a nuestros líderes políticos sin que ni ellos lo sepan.
Nos prometieron otra forma de hacer política, remozar las instituciones, escuchar la voz de la calle, una democracia más deliberativa, la eliminación de los privilegios políticos, el reparto del trabajo, la prohibición de los despidos colectivos, la fiscalización de las grandes empresas, unos servicios públicos de calidad y hasta mecanismos efectivos que garantizaran la democracia interna en los partidos.
Todo se ha esfumado. El estreno de la nueva política nos deja lo peor de la vieja: cuatro meses de negociaciones fallidas, debates broncos, simulacros de diálogo, no pocas tensiones internas y, lo peor, una manifiesta incapacidad para anteponer los problemas ciudadanos a los partidistas.
El sectarismo no cede y prefiere jugar a la ruleta de una segunda vuelta. Rajoy porque cree que la gran coalición caerá como fruta madura en septiembre; Sánchez porque vuelve a ganar tiempo en su fratricida lucha frente a Susana Díaz; Rivera porque aspira a consolidar su papel de mediador equidistante e Iglesias porque confía en que los votantes hagan pagar al PSOE sus veleidades con la derecha.
Mientras, el paro sigue por encima del 20%; España es el país más desigual de la OCDE; 13 millones de personas viven en riesgo de exclusión social, el salario de los más ricos es 18 veces superior al del 10% más pobre y nadie ha conseguido remediar que 17 de las 35 empresas del IBEX 35 no paguen el impuesto de sociedades o que la inversión en paraísos fiscales haya aumentado un 2.000%.
Los ciudadanos asisten perplejos al espectáculo, pero no es nuevo. Lo escribió Hemingway: "El poder afecta de una manera cierta y definida a todos los que lo ejercen". Y muchos años después, en 2008, el médico británico David Owen identificó el trastorno. Se llama síndrome de Hubris y, según la descripción, podría estar afectando a nuestros líderes políticos sin que ni ellos lo sepan.
Es la enfermedad del poder y quienes la padecen pierden el sentido de la realidad, usan el dominio para su propia gloria, sienten la necesidad de recibir halagos, adquieren una preocupación exagerada por su imagen y, a menudo, se creen elegidos para llevar a cabo una misión trascendental. ¿Les suena?
Fueron los griegos quienes acuñaron el término, que viene de hybris (desmesura), para referirse a la falta más grave que podían cometer los héroes: creerse superiores al resto de los mortales. En nuestra época sería algo así como una especie de arrogancia de la que no se libran ni los próceres más sensatos. Llámenlo grandiosidad, narcisismo, vanidad, egocentrismo o como gusten, pero repasen los nombres de los protagonistas de la política española de los últimos cuatro meses y piensen si alguno de ellos no cree haber sido elegido para una "gran misión". Rajoy, para la gran coalición; Sánchez, para un gobierno reformista a tres; Rivera, para que por primera vez en España haya un partido de centro liberal e Iglesias para conquistar el cielo.
El secretario Político de Podemos, Iñigo Errejón, lo ha resumido en La Vanguardiacon precisión: "Estamos ante un posible empate catastrófico en el que ni la restauración consigue restaurar ni las fuerzas del cambio conseguimos el cambio". Y nadie está dispuesto a ceder.
Repasemos. PSOE y Ciudadanos se mantienen unidos en su pacto de 200 puntos y su veto a Rajoy, ante el intento del PP de aprovechar el fracaso de la mesa de negociación con Podemos para relanzar su oferta de un gobierno de coalición a tres. El PP ha respondido que si quieren un trío tendrá que ser dirigido por quien obtuvo más votos el 20-D porque cualquier otra cosa sería prolongar el teatro al que hemos asistido en los últimos meses.
Pese a los malos augurios demoscópicos, Podemos está resignado a las urnas e Iglesias se ha dado este fin de semana su primer baño de masas para intentar recuperar el espíritu fundacional de sus siglas ("No somos como ellos. Nos quisieron domesticar y no nos vamos a vender") y competir ya con el PSOE que, en una semana, ha pasado de posible aliado a principal adversario.
Después de varias semanas agazapado y a la espera del fracaso de Sánchez, ahora es el tiempo de Rajoy. El presidente en funciones, que sigue reivindicándose como único garante de un gobierno estable y sensato, jugó a que Sánchez se diera de bruces con su propia extravagancia multinegociadora, y lo ha logrado.
El socialista ha sido vapuleado en su propio circo y, aunque desde su propio partido, todos sabían que el rey estaba desnudo, él acaba de descubrirlo. Aún así vuelve a salirse con la suya, que es atornillarse a la silla de Ferraz hasta ser aclamado otra vez candidato a la Presidencia del Gobierno porque ni España es Estados Unidos, donde un aspirante derrotado queda fuera de juego de por vida, ni aún tenemos las costumbres de otras democracias avanzadas en las que cuando uno cosecha el peor resultado electoral de la historia de su partido se marcha a su casa.
Piénsenlo, ¿ha inundado o no el síndrome de Hubris nuestra política? Nos queda el consuelo de que la enfermedad es transitoria, ya que dicen los expertos que se cura automáticamente con la pérdida del poder. Igual va a tener razón Mónica Oltra con aquello de que quienes no han sabido negociar, no se deberían volver a presentar a unas nuevas elecciones.