Zahara: "Ni puta ni mala madre me lo han dicho a la cara"
La cantante jienense presenta su quinto trabajo de estudio, 'Puta', cuyo single 'Merichane' ha generado todo un movimiento entre las mujeres.
A María Zahara Gordillo Campos la apodaron Merichane en el colegio con 12 años, cuando sus compañeros la acosaban y la llamaban puta sin que lo supiera. Este nombre, con el que también se referían a Cleopatra como “la boca de diez mil hombres”, le ha servido para resarcirse 25 años después. Ha sido su Canción de muerte y salvación y se autodenominado Puta.
La jienense Zahara presenta su quinto trabajo de estudio al que ha llamado precisamente así, con esas cuatro letras que al reapropiárselas, tal y como ella señala, “incomoda más al otro”. A sus 37 años admite a El HuffPost que sigue pecando de ser impulsiva en redes sociales, que trata de “estar en paz” con ella misma, es incapaz de dejar atrás la “culpa cristiana” que carga de la religión y tampoco tiene tiempo de ver la tele.
Zahara no es “mala madre” ni “puta” ni “santa”, pero para el ojo ajeno puede llegar a ser todo a la vez.
Has pasado literalmente de Santa [disco publicado en 2015] a Puta.
No me lo habían planteado así (risas). Hay algo bonito que dijo mi madre y que nunca lo había visto así: “Igual que cuando Santa no era santa, cuando publicó Astronauta (2018) no lo fue, ahora tampoco es puta”. La unión de los tres es involuntaria porque cuando saqué Santa no buscaba una trilogía sino solo utilizar la religión para contar como siempre mis historias. Cuando llegó el segundo, me puse a pensar que muchas canciones tienen metáforas del espacio y lo llamé Astronauta. Ahí sí entiendo que quiero hacer la trilogía y ese viaje. Antes de salir sabía que este disco iba a ser Puta, aún sin tener ninguna canción escrita, y que quería contar historias de otras mujeres, ni siquiera la mía. Quería hablar de la historia de la música, de vejaciones que hemos sufrido y seguimos sufriendo las mujeres en cualquier parte del mundo.
Pero llegó este confinamiento y me puse a hablar de mí y salieron todos esos demonios que tenía dentro. En los tres discos, he intentado huir: Santa es un plano celestial fuera de todo lo humano, en Astronauta me asomo y con este aterrizo. También me gusta ese viajecito en el que me he quitado capas de protección, el paracaídas y me he lanzado de cabeza.
Puta surge de la desinhibición absoluta, de no tener miedo a contar nada. En Santa con Inmaculada Decepción, hablo de sexualidad, pero es protegiéndome. Hay algo en mí que no quiere ofender e intenta no hacerlo y aquí ni me planteo si estoy ofendiendo, estoy contando mi historia. Si te molesta mi historia, qué le vamos a hacer, más me molesta a mí que la he vivido.
De hecho has sacado una banda con la palabra ‘Puta’ para promocionarlo para que todas nos apropiemos del insulto.
Algo curioso es que la mayoría de las veces que me han llamado puta nunca ha sido a la cara, o me he enterado o me lo ha dicho un tío que ha intentado ligar conmigo y al que he rechazado y te lo dice cuando te estás yendo. Siempre es algo que se utiliza al no enfrentarte. Pues “ahora me lo vas a tener que decir a la cara por narices, porque mi disco se llama Puta”. Vas a tener que ir a comprarlo a tu tienda de discos y a decir: “Dame el disco de Zahara, Puta”. Si has sido capaz de hacer ese viaje y que cada vez que has dicho puta a alguien estás intentando humillarla o colocarla en un lugar de indefensión, cada vez que compres este disco te voy a obligar a ponerte en esta situación.
Creo que a muchas mujeres las han llamado puta, por no decir que a todas. En mi caso ha sido muy liberador colgarme la banda y decir “esto no es un insulto”. Lo han usado tantas veces, que ahora lo uso como escudo. Ya si me llamas puta, me voy a reír en tu cara porque no tiene ninguna fuerza. La banda es un regalo para quien le hayan llamado puta y la quiera lucir, hombre o mujer, y que una vez que la llevas el que se incomoda es el otro. Siempre. La intención es provocar esa sensación de que el otro no entiende nada.
¿Cómo fue abrirte en canal con Merichane?
Pasaron varias cosas: la primera es que cuando empiezo a escribir no era consciente de nada de lo que iba a generar, solo que necesito contarlo; luego mientras la estoy produciendo con Martí [Perarnau, productor] y terminando de componer, empieza a fascinarse porque es la primera persona que la escucha junto con Guille Guerrero [director del videoclip]. Empiezan a decirme “buah, qué pasada”. Entonces, me empiezo a crecer de decir “jo, qué guay poder estar contando esto”, pero tiene una primera parte de “qué peso me he quitado de encima” porque tengo la carga de haberlo vivido.
El momento de catarsis se produce cuando comparto la canción y empiezo a recibir mensajes, sobre todo de mujeres, que han vivido lo mismo, que les han pasado situaciones distintas, pero parecidas diciendo “yo también estaba ahí”. En ese punto me siento muchísimo menos sola, me siento comprendida, es como de repente salir desnuda a la calle. Era estar superexpuesta y a la par superprotegida por mi verdad y mi historia.
Con el “yo estaba ahí” provocaste todo un movimiento igual que ha sucedido con el documental de Rocío Carrasco, ¿lo has visto?
No lo he visto, pero hablé con Roy Galán [escritor e influencer] porque compartió algo sobre el tema y me hizo un breve resumen y, desde la ignorancia, lo que vi fue la presión de ser “la madre perfecta” que no se puede quejar por nada, ni siquiera cuando es tu hija cuando te está provocando a ti.Sí que vi que, a raíz de esto que está pasando con ella, hay muchísimas más mujeres que están denunciando abusos y maltratos, y me parece tristísimo que como sociedad dependamos de que una persona famosa exponga sus dolores y sus problemas para hablar de los nuestros.
Y hablo por mí también, que me pasó con Taylor [Swift] y con Tori Amos: con lo que contó Taylor en Miss Americana (Netflix) que sentía de la presión del público y la vez su amor y cómo salió de la oscuridad para contarlo; con Tori por la canción Me and a gun que narra una violación y cuando la escucho digo “se puede contar los momentos más complicados de abusos y maltratos”. Y se debe hacer, de hecho.
Es bonita y transformadora la grandeza de conseguir provocar un movimiento interno de las personas, pero a la par evidencia lo abandonada que está la protección de las mujeres y cómo falta muchísima atención. Cuando llegan las elecciones se les llena la boca a los políticos diciendo que la violencia de género es un problema y que hay que cambiar, pero no se hace absolutamente nada. Y llega Rocío Carrasco en un programa como Sálvame (Telecinco), al que encima tendemos a criticar porque nos molesta… Al final, ni Telecinco es buena o mala, simplemente es una plataforms o herramienta que depende de cómo se use.
También te salpicó una de las luchas internas dentro del feminismo después de que te acusaran de ser tránsfoba en Twitter.
Fue terrible. Lo pasé muy mal porque no sabía de dónde me venía, si fuese algo hecho a posta, decir “voy a compartir esto porque soy tránsfoba y lo voy a publicar así”, pues mira. Pero estaba tan alejada de eso... Creo que soy una persona torpe e impulsiva, en el sentido de no pensar las cosas. No soy una persona tránsfoba ni que tenga duda o cuestione a las personas trans. No me planteo si alguien es o no mujer, para mí siempre ha sido. No me veía escribiendo un comunicado así nunca, quien me haya hecho un mínimo de seguimiento sobre lo que he hecho verá que en OT, sin ir más lejos, en mis clases hablaba de una DJ trans y los espacios de inclusión.
No tengo problema con generar polémica con mis pensamientos. De hecho, este disco molestará a la gente, habrá a quién le parezca mal e incluso habrá a quien ya solo el título le incomode. Pero al ver una polémica que además no tiene nada que ver con mis ideas, no sabía por dónde empezar a explicarme: “He cometido un error y estaba viendo una tontería que ni siquiera era el chiste que veía en el cartel”. Ni siquiera prestaba atención a eso. Fue muy doloroso. Recibí mensajes preciosos de amigos, algunos de ellos del colectivo trans, y les dije: “Lo único que quiero es que vosotros no dudéis de mí”. Ellos me decían “no sé qué has puesto, pero me da igual”. Y yo, “bueno un millón y medio de personas me están criticando en Twitter...”
Y precisamente ya habías salido de Twitter, antes de que lo hicieran otros como por ejemplo poco Ada Colau...
Me fui por la violencia que había, no porque pensase que me fuese a pasar algo así. No podía gestionarlo y dudaba de todo lo que podía poner. Igual que en Instagram soy más inconsciente y subo mis stories de tonterías, Twitter dejó de ser un lugar donde me apeteciera participar. Todo el rato había un comentario negativo sobre algo. No se entendían la ironía y las bromas porque no se conoce el pensamiento de esa persona. Me producía muchísima ansiedad hacer comentarios de cualquier cosa.
¿Por qué voy a un lugar donde no soy feliz? Chao. Me despedí por mis seguidores, que son majísimos y ellos se lo merecían y para que supieran que voy a seguir informando.
En el vídeo de Berlín U5 sueltas al final, “ay, tengo que ir a por mi hijo”, ¿además de “puta” te han llamado “mala madre”?
Más o menos. Ni puta ni mala madre me lo han dicho a la cara (risas). Sí que he notado que hay gente que dudaba de que si hago tantas cosas pueda cuidar a mi hijo. También a veces cuando está con su padre, superbien querido superatendido y pasándoselo pipa, me dicen: “Pero está con su padre, no contigo”. Y pienso “es su padre” y, aunque estemos divorciados, con respecto a nuestro hijo tenemos una relación maravillosa, es un padrazo, se desvive por él, para nada es el estereotipo de padre que pasa de todo. Cuando está con su padre no es que esté tranquila, es que estoy feliz porque sé que mi hijo está feliz, está pasándolo bien y está bien cuidado. ¿Qué signo de mala maternidad hay ahí? No lo puedo entender.
En todo eso hay un tufillo a lo que debería estar haciendo en lugar de lo que hago. Por suerte, en mi entorno cercano no lo vivo, es lo contrario. Cuando me dicen: “¿Y te vas tanto de gira?” Mira, esa pregunta nunca se la has hecho a un tío músico y ni siquiera le han preguntado por sus hijos (risas).
Al igual que en Santa, en este disco también incluyes muchas referencias a la religión, ¿cuál es tu relación con el dogma? ¿Fue desde la educación?
No, estudié en colegios públicos, todo lo laicos que podían ser porque había un crucifijo… (risas) Pero sí que tuve una relación con la religión desde muy niña, como toda mi generación. No me la cuestionaba, iba a misa, rezaba y lo hice hasta prácticamente los 14 o 15 años. Tenía una creencia en Dios y en todo muy bestia. El problema con la religión es cómo a mí me afecta, no debido a una mala relación con ninguna persona de la Iglesia.
Es la culpa cristiana lo que a mí me provoca mi cabreo con la religión porque cuando era una niña y empiezan a pasar los abusos y todo lo que cuento en Merichane, los trastornos alimenticios… Como niña pienso que es porque tengo la culpa de lo que me pasa, porque Dios está observándome todo lo que me está pasando y no está haciendo nada porque pare. No hace que en el colegio dejen de insultarme, no hace que deje de tener tristeza… Está diciendo: “Zahara te está pasando esto y por algo será”. Y eso iba cada vez a más. Cuando luego soy adulta, la primera relación que mantengo es de maltrato. Sigo siendo la culpable de todo ello.
Cuando dejo ya de creer en Dios y elimino cualquier vínculo con la Iglesia, sigue apareciendo la culpa de manera reincidente. Eso es lo que no entiendo, cómo llegué al punto de ir a confesarle al cura que me masturbaba porque de verdad pensaba que era algo que estaba ofendiendo a Dios. Tengo en mi imaginario creativo la religión totalmente adherida a todos los sucesos de mi vida y a todas mis ideas, planteamientos y pensamientos. Como las canciones son exorcismos para mí, ahí salen. Mi tarea pendiente de ahora, a mis 37 años, es colocar la religión en un sitio donde no me atormente ni me afecte tanto, sobre todo por mi salud mental, porque es como si fuera otro personaje de mi vida con el que estoy resentida.
Hablas de trastornos alimenticios, por mucho que haya un movimiento bodypositive y feminista siguen siendo una lacra. ¿Se inculcan los mismos cánones?
Por supuesto, antes de la música ya quería estar delgada y era delgada. No tenía ningún sentido. Sigo siendo delgada y ahora que estoy en un momento más de paz y aceptación a mí misma sigo pensando: estoy blanda. Tenemos completamente incorporado en nuestra cabeza el tipo de persona que tenemos que ser en lugar de aceptar lo que somos. Es brutal, todo el tiempo se basa en estereotipos y cánones que no sabemos si nos gustan.
A lo mejor a mí no me gusta estar delgada y quiero tener un culazo y tocarme y sentirme mi culo gordo o unas tetazas. Yo que sé si me gusta o no, me lo han vendido. Desde pequeñas ves todo: las pelis, las revistas, toda la atención que se les da a las niñas por cómo se tienen que cuidar, que vestir, el hecho de llevar las piernas cerradas… ¡Qué angustia, joder! ¡Por favor, no puedo respirar! (risas). Ahora con 37 años me he dejado los pelos en los sobacos, no me nacen: me sale ahí una pelusilla y tengo más en uno que en otro. Me voy a tener que poner pelo en un sobaco. ¡Es ridículo! (risas). Por qué me los tuve que quitar, ahora veo los pelos en los sobacos de las tías y me parecen súper sexis. Las piernas me las hice con láser y solo me depilo el bigote porque no soy capaz de dejármelo. No es cuestión de tener más pelo o menos ser más o menos feminista. Es que nunca he tenido la opción de no hacerlo. Ahora que parece que está un poco más aceptado, pese a que sigue asociado a ser una guarra o no lavarse, pero es menos que cuando era joven.
Para los que somos más conscientes de esto, hay más libertad más bodypositive y demás, pero lo otro está con la misma fuerza, pero le prestamos menos atención. Me encantaría decirte “me da todo igual”. Pero hablo con La Benito [Patricia Benito, escritora] y nos reímos porque las dos nos ponemos a dieta y me dice para qué y le digo pues no lo sé porque lo tengo en la cabeza que tengo que hacerlo. Soy incapaz de acabar de dar el paso.
Para algunos seguidores Inmaculada decepción, Hoy la bestia cena en casa y Merichane han pasado a ser como “la Santísima Trinidad del feminismo de Zahara”, ¿qué hizo que pasaras a sacar esa rabia después de expresar la tristeza con temas como Con las ganas?
Con las ganas es una canción muy naif: un amor postadolescente en la que si no tienes la respuesta en el momento tu mundo se hunde, pero es terrible porque la vida no es así. Lo que ha pasado es que cada vez estoy más cabreada por cosas que me han pasado y que no he sabido gestionar. Entonces voy mostrándome de verdad sin pudor. Ni siquiera yo me atrevería a llamarlo como “el feminismo de Zahara” y menos en un momento en el que feminismo es una palabra que está como turbia, se está volviendo extraña... Lo único que hago es contar lo que vivo, obviamente soy una mujer feminista y el feminismo es el camino, es necesario y no hay nada que pueda aportarnos más. Pero mientras hago estas canciones, no creo que esté abanderando el feminismo, simplemente estoy contando las mierdas que he tenido que vivir y que ya estoy harta de ellas. Estoy cansada de callarlas y ocultarlas porque haciéndolo solo consigo que se perpetúen y que para mí sean una carga enorme.
Me sentía una farsa cuando pasaba eso y llegaba a los sitios y la gente me admiraba. “¿Cómo me admiráis a mí? Si soy una mierda de persona, todo está mal en mí”. Al contarlo, me libero de eso y digo: soy lo que soy. Estoy mucho más tranquila de no tener que fingir que soy increíble.
“Yo estaba ahí en las oficinas de Universal, tragando sermones sobre mi gran potencial”, ¿hay más discriminación o más paternalismo en la industria musical?
Uf, hay de todo. En el mundo de la música existen las dos cosas, pero creo que en los últimos años hay más paternalismo. Hay mucho de “siéntate aquí, bonita, que te voy a explicar cómo son las cosas” o de “eso es lo que tú quieres, pero es que no tienes ni idea”. Es muy difícil luchar contra eso porque es una persona que quiere algo de ti muy concreto y no lo pide directamente, da un rodeo y te coloca en la posición de decir sí a todo. Te hacen un mindfuck que es como “¿pero si era mi disco y era lo que quería por qué hacemos esto que no quiero?”. Es una manipulación maravillosa, muy peligrosa, ejecutada por expertos. Si las cosas se hicieran a la cara, con una pregunta de sí o no, la respuesta siempre sería no. Para las personas que no estamos acostumbradas a lidiar con grandes corporaciones, grandes jefes y grandes personas sería mucho más fácil lidiar con ello.
¿Te arrepientes de algo de tu carrera?
No me arrepiento a toro pasado, mi problema es que estoy arrepentida desde el mismo momento en el que lo hice. Firmé con Universal sabiendo que no tenía que hacerlo, no viene desde la reflexión. Las decisiones que me han llevado a equivocarme son buenas porque al final he aprendido de ellas. De estar con Universal no aprendí nada, porque no quería desde un principio. Lo hice porque no sabía cómo no hacerlo, entonces acabé grabando un disco que no quería, no por las canciones que eran mías, quería hacerlo entero con Ricky Faulkner, no me dejaron. No pedí estar en la Vuelta ciclista, que me vino bien porque gané derechos de autor con los que me pagué mi siguiente disco La pareja tóxica (2011). Pero no era el tipo de campaña que quería para mi disco, no se tomaron las decisiones que quería y lo peor es que lo sabía.
Mi madre me dijo, con el contrato recién hecho, ”¿Por qué has firmado con Universal si no querías?” y le dije: “Porque no confiaba en ellos, pero ahora sí”. En cuanto dije esa gilipollez, dije pero ¿en qué me estoy metiendo?. Todo eso forma todo parte de lo mismo: “Que no me vean que estoy dudando”, “que no vean que soy insegura”, “que no sé tomar las riendas de mi vida”… Encima decir “ellos me han fichado, estaban detrás de mí”. Bullshit todo el rato: te llenas la cabeza de pajas mentales que creerte para que cuando te pasen las cosas de mierda, te las tomes un poco mejor, pero lo único que haces es que crezca tu oscuridad, tus miedos y tu enajenación.