Huracán Díaz
Así es la nueva 'vice' tercera: la abogada laboralista empeñada en llegar a acuerdos.
Una mole grisácea domina la mitad del paseo de la Castellana en Madrid. Arquitectura grandilocuente, áspera, dura, robusta, pesada. Y símbolo del poder, bajo la firma del arquitecto Secundino Zuazo. Para gloria internacional: es la falsa fachada del Banco de España en La casa de papel. En realidad es el complejo gubernamental de Nuevos Ministerios. Muchas de las decisiones que afectan al día a día de los ciudadanos se toman allí.
Allí son vecinos de edificio Teresa Ribera, José Luis Ábalos, José Luis Escrivá… y Yolanda Díaz. La gallega se convertirá dentro de pocas semanas en la vicepresidenta tercera del Gobierno, conservando la cartera de Trabajo, tras la marcha por sorpresa de Pablo Iglesias para luchar por la Comunidad de Madrid contra Isabel Díaz Ayuso. Además de pasar a ser el peso pesado de Unidas Podemos en el Ejecutivo, se coloca también en pista para ser la futura secretaria general y candidata ‘morada’ en las próximas elecciones generales.
Todo desde el despacho que heredó de Magdalena Valerio, en el que ha dejado algunos de sus cuadros. Pero al llegar con el Gobierno de coalición, rápidamente convirtió una de las esquinas en una pequeña biblioteca. Es ella misma en estado puro. Se alternan procelosos tomos con los presupuestos generales y los debates parlamentarios sobre el Estatuto de los Trabajadores con obras de Jeanette Winterson, Jesús Ruiz Mantilla, Marina Garcés, Ali Smith, Irene Vallejo y Ramón Cabanillas.
Mezcla ensayo con poesía, pasando por leyes, cómics, novelas y biografías. Así es Díaz, una política de tradición comunista y eminentemente de izquierdas y progresista, pero que busca constantemente un punto en común, el acuerdo. Siempre responde que hace falta más visión feminista en la política, menos testosterona, meno decir ‘aquí mando yo’. Desde que llegó hace poco más de un año al Ejecutivo ya ha ligado una palabra a su acción: pacto. Ya se han dejado hasta de contar los que ha conseguido con los agentes sociales, desde la subida del salario mínimo hasta los relativos a los ERTE. Se siente muy orgullosa de que haya vuelto “el diálogo social” a esa casa.
Ahora le tocará jugar un papel todavía más importante, pero también más difícil. Será la encargada de negociar ‘tú a tú’ con Pedro Sánchez las cuestiones de la coalición. El arranque es “prometedor”, dicen en el entorno del presidente, donde se valora que el perfil de Díaz es diferente al de Pablo Iglesias. Eso sí, en La Moncloa saben que es una mujer “peleona”. “Nunca he oído hablar mal de ella aquí”, dice una fuente que trabaja allí. Y ella habla muy bien en privado siempre de Pedro Sánchez, relata que en todo momento se ha sentido respaldada durante estos meses por el jefe del Ejecutivo.
Díaz tiene muy buena relación con casi todo el sector socialista de la coalición. Le cae especialmente bien José Luis Ábalos, responsable de Transportes y ‘número tres’ del PSOE. Se ríen mucho junto incluso. También valora a otros ministros del PSOE como la titular de Hacienda y portavoz, María Jesús Montero. Precisamente ellos dos fueron a hablar con ella cuando se enfadó durante el Consejo de Ministros que aprobó el estado de alarma al entender la ministra de Trabajo que había que acompañar ese confinamiento con importantes ayudas a todos los sectores y de carácter social.
Esa es otra de sus grandes obsesiones: que la gente note que se le ayuda, que hay un Gobierno progresista y que se toman decisiones a su favor. Le preocupa, ha confesado alguna vez en privado, que la gente no vea los resultados y que esto pueda suponer un ascenso de la ultraderecha en una situación tan complicada para mucha gente.
Fueron días muy complicados durante el último año por la pandemia del coronavirus. Una buena parte de su equipo en el Ministerio cayó enfermo y se quedó al pie del cañón un reducido grupo, casi todas mujeres, con ella al frente. Jornadas sin descanso y noches sin dormir, apenas podía estar unas horas en la cama, redactando decretos y sacando adelante medidas. Uno de los momentos más complicados fue la paralización de toda actividad no esencial, con aquellos momentos para terminar de rematar el texto, con millones de españoles esperando a medianoche para ver si tenían que ir a su puesto de trabajo por la mañana.
Díaz es una de las máximas defensoras de la coalición. Iglesias le encargó ser una de las negociadoras después de las elecciones de abril de 2019 y siempre estuvo convencida de que el PSOE no quería entonces ese acuerdo. Ella lo intentaba, pero de puertas para adentro el equipo socialista no accedía a casi nada. Al otro lado de la mesa estaba principalmente Carmen Calvo.
A pesar del buen rollo con la mayoría de socialistas ahora, Díaz tiene en el otro lado a una gran enemiga: Nadia Calviño. La responsable de Asuntos Económicos ha sido su contrapeso interno estos meses, la voz contraria a subir el salario mínimo o a retocar la reforma laboral. Esta será la gran batalla que espera en los próximos meses en el Gobierno de coalición. Con la marcha de Iglesias, Díaz debía pasar, por el acuerdo PSOE-UP, a la Vicepresidencia Segunda. Pero Sánchez maduró la idea y contrarrestó: si quería mantener Trabajo, debía ser vicepresidenta tercera. En el PSOE y en Economía pensaban que la cartera dedicada al empleo no podía estar por encima de Calviño. Díaz lo aceptó sin poner resistencias.
Díaz sucede así a Iglesias, pero sin haber maniobrado para ello. Ella fue precisamente la primera que contrató al líder de Unidas Podemos hace muchos años para que fuera su asesor para una campaña gallega cuando estaba en Izquierda Unida. Ella es más “pablista que Pablo”, como reconoce un dirigente de UP. Siempre ha estado cerca de Iglesias, tienen muy buena relación, pero no fue del grupo fundador de Podemos al calor del 15-M. Otros dirigentes de Podemos indican que “ha ido a su bola”, con algunas malévolas lenguas apuntando a que sólo trabajaba para su imagen.
Su imagen política precisamente es uno de sus grandes valores. Unidas Podemos va a pasar de tener a un líder que genera rechazo a una referencia con buena puntuación en el CIS. Aunque no aprueba, con un 4,6, es el tercer miembro del actual Gobierno mejor valorado, sólo la superan Margarita Robles (5,1) y Nadia Calviño (5). De hecho, en algunos sectores del PSOE creen que puede ser una rival mucho más complicada que Iglesias a la hora de enfrentarse a las urnas.
Díaz además tiene tirón mediático y muy buena relación con los periodistas, sigue parándose con todos los informadores en el Congreso como hacía cuando era una diputada rasa, siempre con una buena palabra y llamando por el nombre a cada uno. Está al tanto de las últimas noticias, con pasión por las redes sociales, desde Twitter hasta Instagram, donde cuelga imágenes tanto de su labor ministerial como de su vida cotidiana con su hija Carmela.
Toda esta convulsión ha pillado a Díaz precisamente fraguando otro pacto: la ley de los ‘riders’, que pasarán a ser asalariados, y que está concordada con sindicatos y empresarios. Era otro tema también con el que llevaba muchas horas a cuestas, y más después de las sentencias judiciales. Ella ha confesado también que no compra en Amazon y que no pide comida a domicilio.
Díaz lleva la reivindicación en la sangre, desde su infancia. Desde pequeña le marcó criarse en el barrio de San Valentín, una cooperativa obrera, en Fene (Coruña), muy cerca de los astilleros. Su padre es el histórico sindicalista Suso Díaz, que fue líder de CCOO en Galicia, y ella conoció con apenas cuatro años a Santiago Carrillo. Su familia es esencial para ella, su bastión, su columna en la vida. Suele llevar cosas de su madre que son talismanes para ella, como unos pendientes y un abrigo.
Empieza una nueva etapa, con una coalición afrontando una durísima crisis económica y sin salir todavía de la pandemia. Con el reto, además, de tener que levantar un partido que pierde apoyos en cada cita electoral. Aquella luchadora abogada laboralista que llegó a ministra de Trabajo se convierte ahora en vicepresidenta tercera. Nada que ver con lo que soñaba aquella niña llamada Yolanda en tierras gallegas… ser música.