Y punto
¿En qué momento de nuestra vida perdemos las mujeres esa seguridad para significarnos?
Marta todavía no cumplió tres años. Tiene los ojos bien azules y despiertos, un gran lazo en el pelo y una posición en el mundo que siempre consigue mi admiración, mi sorpresa y un cierto regusto interior que identifico como orgullo de género.
Últimamente termina sus intervenciones con 'y punto'. Ayer, por ejemplo, dijo: 'Hoy no me voy a bañar. Y punto'. Por supuesto su madre, sin demasiada diplomacia ya a esa hora, la metió bajo el agua y la llenó de jabón. Seguramente Marta ya sabría lo que iba a ocurrir, pero eso no la amedrenta para expresar su parecer con contundencia y seguridad. No quiere bañarse, es su voluntad, y aunque no coincida con la del resto del mundo y finalmente tenga que tragarse su anhelo, cuenta con arrojo más que suficiente para comentarla. En su casa y dónde haga falta.
Y yo me pregunto ¿En qué momento de nuestra vida perdemos las mujeres esa seguridad para significarnos? ¿Cuándo empezamos a dudar de nuestro valor y optamos por ser complacientes y buscar de manera incansable el consenso antes que por enunciar una opinión, un sentimiento o un deseo? Claro está que es muy importante ser agradable y procurar la armonía, vivimos en sociedad, pero no a costa de horadarnos por dentro, bajar la cabeza e irnos arrugando como un papel para tirar.
En algún momento de nuestra historia reciente pareció, o al menos me lo pareció a mi, que estábamos conquistando algo más la vida pública y lográbamos terreno en la privada, que empezábamos, como mujeres, a decir nuestra postura, aunque fuera de manera tímida; sin embargo hemos vuelto a una juventud que vive cada vez más cerca de estereotipos trasnochados que nos anulan, a ritmo de reggaetón, y, como si ese tibio florecer hubiera sido solo producto de un descuido, de nuevo estamos desapareciendo del escenario, en silencio.
Hay veces, justo cuando acaba el día, que siento un cierto desasosiego, algo de incomodidad... no muy grave. Entonces me paro, respiro un rato y me doy tiempo para mirar alrededor. Es en esos momentos cuando soy capaz de decodificar esta realidad callada que, sorprendentemente, a diario, la vivo casi de manera natural. Es cierto que la inercia del mundo nos adormece y no nos ayuda a crecer, pero también es cierto que no nos anula la capacidad para hacerlo. Creo firmemente que cada una de nosotras está preparada para sentirse bien plantada, arraigada y con una voz interesante y potente.
Decido entonces acordarme de Marta. La siento como una aspiración, tan contenta y satisfecha, tan sin complejos mientras la secan después del baño: 'Ahora voy a cenar. Y punto'.
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