Radiografía de la ultraderecha en Europa: así es el club al que ahora se suma Vox
El 28-A se rompió el hechizo: el Congreso de España dio paso a la ultraderecha. “Tú también, Bruto”. Ya no más formamos parte de esa rara excepción, del club selecto de países -restan Portugal, Irlanda, Malta y Luxemburgo- en los que los radicales carecen de representación parlamentaria.
Vox ha logrado 24 escaños (2,5 millones de votos logrados, lo que supone el 10,24 % del electorado) y, aunque no pueda ser llave de Gobierno, sí que tendrá una fuerza inusitada para hacer, como nunca, lo que llevaba haciendo desde hace meses: presionar en los debates públicos, marcar la agenda y hasta forzar un giro a la derecha de partidos conservadores clásicos e incluso declarados centristas.
El partido de Santiago Abascal hace más grande el fantasma de la extrema derecha populista que recorre Europa, que ya está tocando poder, que aprueba y anula leyes, que sirve de bastón a otras formaciones y condiciona su labor, y que amenaza con arrasar en las elecciones comunitarias convocadas para el próximo 26 de mayo.
¿Por qué crecen?
No es una sola causa la que ha hecho que prolifere esta ultraderecha xenófoba, antifeminista, antieuropeísta y ultranacionalista en el seno de la Unión Europea (UE). El Instituto de Estudios Políticos de París, uno de los que vienen avisando desde hace tiempo de este ascenso, sostiene que hay cinco “elementos esenciales” que, “indispensablemente sumados”, explican esta irrupción: se trata de la crisis económica iniciada en 2008, el fenómeno migratorio intensificado con el éxodo de refugiados de 2015, la corrupción política, el desgaste del crédito político de los gestores políticos tradicionales y la inacción de estas grandes fuerzas ante la aparición de nuevas fuerzas, como si hubieran desdeñado lo grave que podría ser su amenaza. Aunque son partidos dispares, ese es su “corpus ideológico”.
Todo eso ha hecho que incluso naciones en las que el pasado fascista pesa como una losa, como Italia y Alemania, hayan vuelto sus ojos a estas opciones radicales, incluso dejando que toquen poder. Insólito desde la Segunda Guerra Mundial.
No son exóticos, mandan...
Que sólo cuatro naciones europeas sigan sin estas formaciones en sus Cámaras da muestra de su ascenso. Ya no son exóticos partidos de esos que llamamos raros que concurren elección tras elección. Ahora mandan.
Hay nueve países de la UE en el Ejecutivo, bien sea como aliado o directamente gobernando. En solitario llevan las riendas de Polonia, Hungría y República Checa, mientras que coaligados están en Italia, Austria, Finlandia, Letonia, Eslovaquia y Bulgaria. En Dinamarca, el Partido Popular Danés da apoyo puntual al Gobierno en el parlamento.
En Francia, la Agrupación Nacional de la famosa Marine Le Pen tiene ocho escaños en la Asamblea Nacional (sobre 577), y en Holanda, el Partido de la Libertad (PVV), de Geert Wilders tiene 20 escaños (sobre 150).
... y van a la conquista de Europa
La situación de cara al 26-M no es buena si hablamos de preservar los valores esenciales sobre los que Europa se levantó y se sustenta. Estas formaciones se han dado cuenta de su poder y, en algunos casos, han decidido aliarse para concurrir con una lista fuerte, que haya mella en el Parlamento Europeo. La estrategia de Vox: combatir a las instituciones desde dentro. De ahí que sea tan (tan, tan, tan) importante acudir a las urnas y frenar la oleada. De ello depende que se mantenga el marco común de convivencia, que no haya retrocesos.
Encabezados por la francesa Le Pen, el holandés Wilders y el italiano Matteo Salvini (Liga Norte), han impulsado el Movimiento Europa de las Naciones y de las Libertades (ENF), con apoyos del Vlaams Belang de Bélgica, Libertad y Democracia Directa de la República Checa y el Partido de la Libertad de Austria. Aspiran a formar un bloque que desequilibre, que influya en la Eurocámara.
En el caso específico de las instituciones europeas, se suma una razón más a esas cinco citadas por SciencesPo para entender su época de bonanza: el descontento porque la Unión no acaba de dar respuestas a todas las necesidades de los ciudadanos, la incapacidad de ver lo que realmente aportan de bueno a nuestro día a día, y la supuesta disolución de la identidad nacional.
Según las proyecciones del Parlamento Europeo, basadas en encuestas nacionales y citadas por la Agencia EFE, el ENF se situaría como cuarta fuerza en las elecciones de finales de mes, tras los populares, los socialdemócratas y los liberales. Los dos primeros ya no suman una mayoría absoluta. Necesitarán más apoyos. Como en España, esto ya no es cosa de dos.
Las formaciones que componen este movimiento han tenido reuniones en varios lugares de Europa para escenificar su unión y, aunque no se han sumado como tal, han recibido apoyos públicos de la Alternativa para Alemania (AfD), el Partido Popular de Dinamarca, y el Partido de los Verdaderos Finlandeses. Vox ha sido invitado a una de estos eventos, en Milán, pero no mandó representantes.
El ENF es un conglomerado ideado, en realidad, por un norteamericano, Steve Bannon, que fue estratega jefe del republicano Donald Trump en la Casa Blanca y que ha desembarcado en Europa para forjar lo que él llama un “supergrupo”, que sea clave en el PE.
Su verdadera fuerza
Más allá de coaliciones, sumas, alianzas o escaños, la verdadera fuerza de estos partidos reside en su poder de marcar el paso. La Fundación Por Causa, en un informe titulado Antinmigración. El auge de la xenofobia populista en Europa, resalta “su capacidad para contaminar la posición de los partidos tradicionales y trasladar el eje del debate público hacia la derecha, forzando a contestar cuestiones que hace unos años hubiesen sido sencillamente intolerables”. Hablamos de reduccionismo, de racismo y xenofobia, de rechazo a Europa...
“Los partidos autoritarios de la derecha radical emergen cuando los partidos de derecha moderados convergen hacia el centro dejándoles su espacio vital”, y es cuando los ultras hacen negocio en un río revuelto de desconfianza en la UE, sentimientos antiglobalización y nacionalismo al alza.
El abanico es amplio: los neofascistas clásicos, los antieuropeos liberales, los antiestablishment, los de ideario firme y los que sólo tienen un líder vistoso y mucho odio acumulado. Todos han logrado inocular un miedo, sea en lo económico, en lo cultural, en lo religioso... Así se entienden discursos atrincherados en el nacionalismo español que, en los últimos meses, han dejado de ser sólo cosa de Vox. Los que querían comerles votos también han adoptado ese discurso o han incorporado, al menos, estos debates, tan jugosos para la ultraderecha, tan poco importantes para los ciudadanos, como desvelan encuestas como el CIS o el Eurobarómetro.
Quédate con sus caras
Entre el ramillete de radicales, populistas y conservadores clásicos virados a la derecha, destacan tres apellidos: Orban, Le Pen, Wilders y Salvini.
En Hungría, Viktor Orban, con su partido Fidesz, lleva gobernando el país desde 2010. De su mano va Jobbik, un partido neofascista, de estética paramilitar y xenófono. Aunque está dentro de la familia del Partido Popular Europeo (PPE), Orban decidirá después de las elecciones de mayo si permanece en él o no, ya que ha recibido críticas reiteradas por sus polémicas reformas en el sistema educativo y judicial, así como a las restricciones al trabajo de las ONG con los inmigrantes.
La gala Marine Le Pen (de Reagrupación Nacional, RN), consiguió pasar a la segunda vuelta de las últimas elecciones presidenciales, aunque sucumbió frente a Emmanuel Macron. Su rostro es, posiblemente, el más reconocido dentro de los de su tendencia.
En Italia, Matteo Salvini, vicepresidente, ministro del Interior y líder de la Liga Norte, lograba alcanzar el poder gracias a su alianza con el Movimiento 5 Estrellas, y desde esa plataforma y con un intenso dominio de la redes sociales se ha alzado como figura clave.
Y en Holanda, el jefe del Partido de la Libertad (PVV), Geert Wilders, que había prometido que sacaría a Holanda de la UE si gobernaba, logró 20 escaños en 2017, pese a que las expectativas de voto eran mucho mayores para su formación.
En Polonia está Jaroslaw Kaczynski, de Ley y Justicia (PiS), que gobierna en solitario desde 2015, y a quien Bruselas abrió a principios del mes pasado un expediente para proteger a los jueces del control político.
En Austria, el partido ultranacionalista y xenófobo de Heinz-Christian Strache, Partido de la Libertad (FPÖ), es la tercera fuerza, están en el gobierno con el Partido Popular austriaco (ÖVP) y dirigen los ministerios de Exteriores, Defensa e Interior.
En la República Checa, el millonario Andrej Babis, líder de la populista Alianza de Ciudadanos Descontentos (ANO) y sobre quien pesan sospechas de fraude con fondos comunitarios, gobierna en solitario con el apoyo de euroecepticos.