¿Votas o no votas?
Atrás quedaron los “¿estudias o trabajas?” o “¿tienes un cigarro?” como forma de conocer gente. Hoy la prueba del algodón, la pregunta del millón es otra: ¿votas o no votas? Si un hombre, mujer, animal o cosa te dice que “no le interesa la política” y que “nunca vota”, sal corriendo como si acabaran de declarar un incendio. No te detengas a coger el bolso ni los objetos personales. No mires hacia atrás. Borra su teléfono de tu agenda y, si puede ser, envía una nota de voz a todos tus contactos para que intenten evitarlo.
Ese ser no es del planeta Tierra. O vive encerrado en un zulo sin agua, sin luz, ni acceso a las noticias, o no tiene sangre en las venas, no le importan las personas, ni llegar a fin de mes o que muera gente inocente. ¿Acaso crees que le vas a importar tú?
“La política es aburrida”. No lo es, pero hay que reconocer que nadie nos educa en ella. En el cole hacemos figuritas con miga de pan, postales para el día de la madre, del padre, de los reyes y San Valentín, ceniceros amorfos de colores, pisapapeles… Pero lo de formar parte de una comunidad y tomar decisiones que afectan a todos los que te rodean no debe ser importante como para verlo en clase.
Con 18 años “acudir a las urnas” nos suena más a hacer un trekking por una cordillera del Nepal que algo que nos confiere poder y autoridad. No existe una cultura política. La mayoría accedemos a ella sólo cuando somos adultos y de forma mediática: viendo a los presidentes insultarse por la tele.
No sabemos qué es un hemiciclo, ni cada cuánto son las autonómicas, ni qué es la izquierda o la derecha. Como para saber qué es VOX y lo que representa. Somos unos analfabetos políticos y preferimos decir que no nos interesa a admitirlo.
“No creo en los políticos”. La política tiene mala fama, pero es como todo: sólo nos quedamos con lo negativo. Gracias a la política podemos manifestarnos, tener voz, cambiar las cosas, tener un sueldo mínimo, carreteras, sanidad, ciudades limpias y seguras, estudiar (todo menos la propia política) y hasta podemos protestar. Las personas que votamos también somos política.
Decir que no crees en ella es como decir que no crees en ti mismo/a. No tenemos culpa de no sentirnos parte de ella porque nadie nos ha inculcado ese sentimiento. Parece que son unos pocos los que manejan el cotarro, pero en realidad trabajan para nosotros, somos sus jefes, tienen que hacer lo que nosotros digamos. Todo se entiende mejor si le damos la vuelta a la jerarquía.
“No me siento representado/a”. Yo tampoco, pero formar parte de ella es la única manera de cambiarla. Asumamos ese trocito de sociedad que nos toca y activémoslo de alguna forma. El primer síntoma de que nuestra política está mal es la alarmante falta de paridad. No me representa un elenco de candidatos en el que no hay ninguna presidenta. No soporto a los partidos cuya estrategia es descalificar a los otros. No puedo con los líderes que gritan y están siempre cabreados. No creo en la política que se basa en el poder de unos pocos ni en los que se agarran a la silla. Precisamente porque creo que es necesario un cambio no me voy a quedar de brazos cruzados.
Dejémonos de poner excusas, todo lo que hacemos es política. Comprar es política. Consultar un medio es política. Viajar es política. Hasta amar es política. No votar también lo es. Esconder la cabeza bajo tierra para que otros decidan por ti es hacer mala política. Siempre he huido de los cobardes, de los pusilánimes y de los que no toman decisiones por miedo a que algo salga mal. Da igual a quien votes. Puedes equivocarte… pero no puedes no hacer nada. ¡A las urnas a votar!