Vivir mejor: un reclamo populista contra la desigualdad
El común denominador entre España y América Latina.
(Este artículo ha sido redactado conjuntamente con Alberto Muiños, asesor político en América Latina)
Europa y Latinoamérica son dos mundos distintos, dos realidades opuestas, dos culturas políticas difíciles de emparejar, casi misión imposible identificar coincidencias dirían algunos. Pero no hay nada mas alejado de la realidad. Nos separa un océano, sí, pero nos une una historia, vivimos en diferentes latitudes y hemisferios, pero nos une una misma lengua y sí, también compartimos algunos problemas. Saquemos la lupa y analicemos qué aflora en estas dos partes del mundo, “un fantasma recorre Europa” –que diría Marx−, pero también América Latina, y no, no es el del comunismo; es el de la desigualdad. Este fenómeno azota a un lado y al otro del Atlántico, situándose en el centro del debate político. De cómo se canalice la respuesta dependerá el nuevo ciclo; inclusión y progreso o desafección e inestabilidad.
España y su principal problema: la inmovilidad de la riqueza
En términos relativos, España es uno de los países más desiguales de Europa Occidental. La desigualdad, entendida como la disparidad existente en un país a la hora de acceder a los servicios públicos, a bienes y servicios de primera necesidad, o como unidad de medida entre el patrimonio de una persona media y el patrimonio de los más ricos, se acentúa cuando los mecanismos de redistribución de la riqueza fallan –o son ineficientes− en su labor de paliar la brecha.
Cuando la riqueza se mantiene o aumenta durante generaciones en las mismas manos, y a su vez la pobreza se mantiene o aumenta durante generaciones en las mismas familias, se generan las condiciones idílicas −el terreno fértil−, para que brote la mala hierba de la desigualdad. Una hierba difícil de arrancar en cuanto hace acto de presencia.
España, según Oxfam Intermon, es el cuarto país más desigual de la Unión Europea. Pero además, a todo esto, se le suma que es uno de los más inmóviles en cuanto a variación de la riqueza e ingresos respecta, siendo el cuarto país de la OCDE donde es más probable seguir estando en el 20% más rico tras cuatro años.
Otro informe, en este caso del World Inequality Lab (elaborado por el prestigioso economista Thomas Piketty) muestra cómo el 1% de los españoles más ricos posee un 25% de la riqueza patrimonial del país, mientras que el 50% más pobre solo dispone del 6,7%.
Por estos y otros motivos, el falso discurso de la meritocracia no se ajusta a la realidad, es una mentira mal contada que a base de repetirla se ha convertido en hegemónica, porque la realidad es que el ascensor social está roto. La libertad, el éxito y el fracaso, son proporcionales a los recursos –tangibles e intangibles− de los que se dispongan. Por un lado, más recursos implican más opciones, y por ende, más opciones implican más oportunidades de éxito. Por otro lado, el que no tiene recursos no tiene opciones, no tiene libertad de elección. Sufre la eterna condena del estancamiento social.
En nuestro país, el 26,4% de la población española está en riesgo de pobreza o exclusión social, es decir, un total de 12,5 millones de personas. Y más de tres millones de personas no pueden permitirse comer carne o calentar la casa.
La realidad y los datos mostrados son crudos, golpean y te dejan sin aliento, pero no resultan ajenos, ¿quién no es consciente hoy día de las colas del hambre, la falta de oportunidades, la pobreza energética o la vulnerabilidad que sufren muchos compatriotas?
Durante mucho tiempo fuimos pioneros en la conquista de derechos civiles y en la lucha contra la desigualdad. Salimos de la autarquía económica, de las cartillas de racionamiento y de los tiempos más grises de nuestra historia, pero desde hace décadas nos hemos dormido en los laureles. Luchamos porque no nos quiten los derechos existentes; porque no se lleven a cabo recortes salariales, en las pensiones o en materia laboral; porque dejen de desmantelar los servicios públicos; porque no se vuelva a una situación en donde manifestarse o dar la mano a tu pareja te cueste una paliza. Sin embargo, todo esto no debería ser suficiente, hay que dejar de estar a la defensiva y pasar a la ofensiva. El espíritu nunca fue conformarse con lo que se tenía; el espíritu siempre fue de ir por más, por más derechos, por dejar un país mejor a las generaciones venideras, por no dejar de avanzar nunca. En definitiva, la lucha siempre fue hacia delante: por vivir mejor. Y en eso, tristemente, hemos dejado de ser vanguardia.
Hoy en España discutimos ya la necesidad por esbozar un horizonte donde la certidumbre, la mejora de lo cotidiano y la conquista de nuevos derechos sea lo habitual y no la excepción. Encima de la mesa está la reducción de la jornada laboral a 32 horas, la mejora de los servicios públicos, la creación de nuevas instituciones con un Estado Emprendedor que impulse la economía del mañana, o reequilibrar la balanza en favor de los agentes sociales y la negociación colectiva. Queda lo más difícil: persuasión, consenso y puesta en marcha. Este y no otro será el tablero político de los próximos años. Lo demanda el pueblo y ante el pueblo se ha de responder.
América Latina nos ha tomado la delantera, aquí se libra la disputa:
Sin duda, la década entrante será la década de las protestas en todo el mundo, en la que los ciudadanos de muchos países van a señalar las vulnerabilidades de la democracia y a reclamar más derechos cívicos y sociales. Y América Latina esta tomando la delantera.
Por ejemplo, según un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), alrededor del 60 % de la población latinoamericana está dispuesta a marchar por una mejor educación, salud y otros servicios básicos.
Entre los principales puntos débiles se destacan la percepción de que se gobierna para una minoría, una desigual distribución de la riqueza y las diferencias en el acceso a la justicia, la educación y la salud.
Solo en este contexto podemos entender la victoria en Chile de Gabriel Boric: un joven líder estudiantil surgido de la lucha contra las políticas neoliberales de Sebastián Piñeira, todo ello bajo una simple y revolucionaria premisa: vivir mejor.
Pero este no es un fenómeno aislado, desde hace un tiempo venimos asistiendo a un cambio en el tablero mundial en donde la redistribución y la lucha contra la desigualdad está en el centro del debate. El presidente de los Estados Unidos pide un impuesto mínimo global de sociedades, el FMI pide aumento de impuestos a los ricos, y hace tan solo unos meses asistimos también, en Europa, al ascenso de un nuevo Canciller socialdemócrata alemán, con la revolución del respeto y las reivindicaciones de la clase trabajadora como bandera.
En el corazón de Europa, en el Despacho Oval o en la región latinoamericana late ahora una posición socialdemócrata. Hablan distinto idioma, pero todos son el resultado de una época que nos dice que el sistema neoliberal está llegando a su fin. Que los perdedores de la globalización ya no quieren seguir siendo los mismos, que hay que repartir la carga y que no hay nada que justifique el status quo. “Queremos vivir mejor” gritaron los chilenos el pasado mes de diciembre, y ese grito ha sido escuchado en todo el mundo.
¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? Las razones son profundas y el tiempo extenso, pero si observamos como el sistema ha funcionado durante la pandemia, en Latinoamérica, podemos vemos como los más ricos se reproducen. A comienzos de 2020 había 76 latinoamericanos con un patrimonio superior a los mil millones de dólares. Pese a la crisis, o quizás gracias a ella, la lista de los milmillonarios ha crecido: ya son 107. Su patrimonio conjunto (480.000 millones de dólares) casi se ha doblado y supera con creces el PIB de toda Centroamérica.
Hoy, la lucha por la dignidad y la democracia se juega en el terreno de la desigualdad. Apostar por la educación, la formación, las políticas fiscales progresivas, los servicios públicos como garantía de derechos y nivelador de condiciones, el control de los grandes capitales, la integración regional, los mecanismos de apoyo financiero internacionales, o una transición energética justa son los ejes de acción que todo gobierno debería tener en su agenda política.
América latina esta girando y vuelve a estar en pie. Y un actor regional tan potente posicionado en favor de la redistribución, un orden social más justo e inclusivo puedes ser decisivo en la conversación global.
Desde México hasta Chile hay una voz que clama y reivindica ser escuchada. Una que reclama que es el momento de las gentes sencillas, de la revolución de los «cualquiera».
¿Europa, te sumas a vivir mejor?