Vivir entre volcanes y estupideces
Muchos buscadores impenitentes se empeñan en llevar la contraria a la verdadera historia.
El 26 de octubre de 1971 estalló el volcán ‘Teneguía’ en la isla canaria de La Palma. Desde semanas antes se registraban ‘enjambres’ sísmicos, cada vez más cerca de la superficie. Y en algunas cuevas y ‘galerías de agua’ – pozos horizontales al fin y al cabo- se escuchaban ruidos raros. “Parecen lamentos de gigantes”, decían en los periódicos. Yo estuve allí y lo vi todo.
En realidad, según supimos en aquellos días, quien primero detectó los seísmos fue una estación secreta de escucha submarina de la CIA en Puerto Naos, que estaba camuflada como parte de una investigación científica de una universidad americana: en realidad espiaba el tránsito de submarinos rusos en el Atlántico medio. Su potente red de hidrófonos lograba captar el 22 de mayo de 1968 la implosión y el hundimiento del submarino nuclear norteamericano SSN-589 ‘Scorpion’ con toda su tripulación, 99 hombres, a 400 kilómetros al suroeste de las islas Azores.
El 10 de octubre de 2011, cuarenta años después del ‘Teneguía’, entró en erupción el volcán ‘Tagoro’, inicialmente llamado 1803-02, en el fondo marino de la Restinga, en El Hierro, en el ‘Mar de las Calmas’. Al cabo de seis meses de echar lava el ‘edificio’ sumergido alcanzó una altura de 312 metros, pero a 89 de la superficie. El primero de esta serie moderna fue el de San Juan, en 1949, muy cerca del actual, que ya veremos qué nombre se le pone. O sea: tres volcanes en mi vida – nací en el 48- aunque solo tuve la oportunidad, y la suerte, de cubrir el de 1971, desde antes de nacer hasta su defunción, cuando se fue apagando.
Empezó, lógicamente, provocando incertidumbre y temor, pero fue terminando sus días como una atracción turística. Se organizaban vuelos chárter y hasta un colegio, el ‘Heidelberg’, fletó un avión como ‘actividad extraescolar’ para que los alumnos, y sus padres, pudieran ver y sentir en directo, ‘presencialmente’, diríamos ahora, la fuerzas desatadas de la naturaleza.
Sí. Los isleños vivimos no solo alejados entre nosotros y con respecto a la España peninsular, casi 2.000 kilómetros, y éramos ultramar y ahora somos una RUP (Región Ultra Periférica) europea, sino marcados por las fuerzas de la naturaleza, y esa circunstancia nos da una característica especial sobre la vida.
Somos conscientes de nuestra pequeñez. De nuestra fragilidad. De nuestra, sí, impotencia frente a estas adversidades: Los volcanes, el siroco, que es como una autopista aérea que nos trae la arena del desierto, la langosta ‘peregrina’, y quizás nos trajo en los 60 la radiactividad de las pruebas nucleares francesas en la Argelia profunda; y el duro Atlántico que nos rodea, que nos une y nos separa y viceversa a la vez, ahora con todas las interrogantes de los efectos de un cambio climático que ya se va notando, por ejemplo, con la migración de especies como la sardina: huye hacia el norte la canaria de toda la vida y llega la de Cabo Verde… por ejemplo.
Este nuevo volcán, que nos vuelve a recordar que la Tierra está viva por fuera, y por dentro, coincide con otro fenómeno de la naturaleza: la pandemia (covid-19) provocada por el coronavirus, que la extrema derecha mundial y la derecha tontorrona española, incluida la judicial, ha convertido en arma política. Ya es desfasado hablar de ‘órganos de Stalin’; es más acertado hablar de ‘órganos de Trump’: fabricación de una realidad alternativa edificada sobre bulos y manejos indecentes que convierten a la Constitución, a Leyes Orgánicas y al propio Parlamento en tentetiesos o en patitos de puestos de tiro en las ferias de pueblo.
Resulta que, ‘cousas da vida’, que diría Castelao, la pandemia y el volcán tienen una legislación común, aunque espero que algunos pintorescos juristas que descienden a profundidades doctrinales abisales buscando un ancla perdida, esta vez se queden sentaditos en la tele: les recomiendo ‘Sálvame de Luxe’, eficaz sustituto del Lexatin.
Es importante empezar por aquí, porque hay quien no se ha enterado de que los parlamentarios que elaboraron y aprobaron la Ley Orgánica 4/1981 de 1 de junio que regula los estados de alarma, excepción y sitio, eran ‘padres constituyentes’, es decir, habían participado en la elaboración y aprobación de la CE en 1978. Y por lo tanto, sabían perfectamente de qué iba la cosa y qué pretendían.
Pues a pesar de las evidencias, que como su propio nombre indica no necesitan demostración, muchos buscadores impenitentes del arca de la Alianza (Popular), o excéntricos de la teorías, tiquismiquis o meros jodelones, que de todo hay en la viña del señor o en la de Su Excelencia RIP, se empeñan en llevar la contraria a la verdadera historia.
El artículo cuarto de la LO 4/1981 establece que el estado de alarma se aplicará en:
a) “Catástrofes, calamidades o desgracias públicas, tales como terremotos, inundaciones, incendios urbanos y forestales o accidentes de gran magnitud”. V.g. si es necesario, en el estallido de un volcán.
b) ”Crisis sanitarias, tales como epidemias y situación de contaminación graves”. Por lo tanto, si vale para epidemias vale para pandemias. Y desde hace cientos de años, incluso miles, todo el mundo sabe –o debería, porque hay excepciones como estamos viendo- cuáles son los medios primarios para atajar o evitar los contagios: aislamiento, mascarillas, distancia interpersonal…
c) “Situaciones de desabastecimiento de productos de primera necesidad”. En una epidemia o una pandemia los productos sanitarios son de primerísima necesidad. ¿Equilicuá?...
Depende de la evolución de este nuevo volcán dependerán las medidas que se hayan de tomar. De momento se han desalojado caseríos, se ha prohibido el acceso a las cercanías, no se puede circular por determinados senderos… Como efecto secundario lógico en una zona de pinar, tanto alrededor de las ‘bocas’ como en su momento del río o ríos de lava, se producirán incendios… Aunque de momento no sea preciso, y la experiencia reciente nos susurre que no va a pasar ‘nada’, entendiendo por ‘nada’ una catástrofe, el ‘estado de alarma’ es un recurso pensado para estas ocasiones.
Como el volcán es solo uno y está en La Palma, el ‘estado de alarma’ – esto es un divertimento, tengo tanto derecho como un juez a la retórica e incluso a la contra demagogia- se circunscribe a una sola isla; igual que si fuera una pandemia insularista; pero si estallaran cientos de volcanes en la península, o cientos de incendios a la vez, o la pandemia se extendiera imparable por todo el territorio nacional…entonces el ‘estado de alarma’ sería el geográficamente equivalente: nacional.
Algunos curas y obispos, y hasta papas crédulos ha habido, optan por las rogativas, que aunque la OMS no las toma en serio y no les reconoce utilidad terapéutica ni vacunal, por lo menos entretienen y calman a los devotos y hasta, convertidas en romerías serían bienvenidas por las pymes de aldeas y villas.
A finales de los 60 un concejal de Sanidad de Las Palmas presentó en el Pleno del Ayuntamiento el primer plan municipal de desratización científica: empezó explicando que cuando las tropas napoleónicas entraron en España, debajo, bajo tierra, penetró un ejército igual de peligroso: las ratas, que se fueron extendiendo imparables y silenciosas.
Esto puede ser una metáfora, o una caricatura, de la situación actual en España, en gran parte de Europa, y en el mundo mundial. Con la ‘gran crisis’ económica, agravada enseguida por la social, a partir de 2007, fue apareciendo el ‘ejército de ratas’: la extrema derecha, que ya había asomado la patita bajo sus disfraces de ocasión, se fue organizando hasta dejar de ser un ‘snobismo’ de idiotas. Como el calabobos gallego, que no moja pero empapa, hoy es un peligro como lo fue en los años 30. En España, con dos peculiaridades: la nostalgia franquista tipo abascaliano refugiada en AP-PP, y el populismo amarillista antisistema adobado con la aportación de oportunistas, desencantados y la habitual ‘corte de los milagros’.
La semilla del odio está siendo sembrada con insufrible cinismo y desparpajo. Las enseñanzas de Bannon y el ejemplo de la infectación trumpista da alas a la predicación del autoritarismo, hasta llegar al oxímoron de una ‘democracia autoritaria’: Orban en Hungría, Putin en Rusia, Bolsonaro en Brasil, Xi en China…
No hay que olvidar que el franquismo decía, y presumía de ello, que era una ‘democracia orgánica’, traducido a la lengua del porrazo, por cojones. De palo y tente tieso.