Virus o vacuna
Un segundo mandato de Trump situaría al mundo un poco más cerca del abismo.
Esta semana, la campaña se ha centrado en la vuelta a los mítines de Donald Trump. Lo ha hecho sin aclarar si sigue siendo positivo por COVID, sin mascarilla y entrando en contacto con personas que tampoco llevan la protección más básica contra un virus que sigue causando muertes en todo el mundo. Y con un discurso que busca demonizar a Joe Biden, al que acusa de entregar a los demócratas a los “socialistas y marxistas”, algo que, tristemente, nos suena familiar a este lado del Atlántico.
En medio de largas colas para votar por correo y de sondeos que siguen dando ventaja a Biden, parece que Barack Obama entrará en campaña en algunos estados clave. Hay muchos aspectos que seguir en una carrera cada vez más agitada, pero no quiero centrarme solo en ellos: las elecciones de 2020 en Estados Unidos son una cita clave no solo para más de 300 millones de americanos y americanas, sino por sus efectos sobre la ciudadanía del resto del mundo. Los cuatro años de presidencia de Donald Trump han sido un durísimo golpe para la democracia internacional.
Más allá de sus actuaciones erráticas e improvisadas, y de los constantes cambios en su Gobierno –todo ello en un momento en el que compartimos muchos retos globales, con gran volatilidad e incertidumbre–, la administración Trump ha erosionado las instituciones de gobernanza mundial multilateral. La lista es larga.
Ha puesto en riesgo nuestra vida y la de las próximas generaciones abandonando el Acuerdo de París contra el cambio climático. Quiso acabar con cualquier tipo de institución que no ‘favoreciera’ a su país o a sus aliados más ultras al dejar el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, el organismo encargado de velar por el cumplimiento de uno de los tesoros más preciados de la humanidad: los derechos de la gente más vulnerable frente a la destrucción de las guerras mundiales. Enterró el derecho internacional con el traslado de su embajada a Jerusalén, ignorando décadas de resoluciones de la ONU firmadas por Estados Unidos.
Recientemente, en mitad de la mayor crisis sanitaria, económica y social del último siglo, decidió abandonar y retirar su aportación a los fondos de la Organización Mundial de la Salud, además de no participar en iniciativas para la distribución de vacunas en países con dificultades. Justo en el momento en que más necesitamos cooperar, porque sabemos que la salud de la gente de un país depende de la salud de todo el mundo.
También ha ‘reordenado’ unilateralmente las relaciones comerciales mundiales en su propio beneficio. Ha abandonado tratados comerciales como el TTIP o el TTP: acuerdos que hemos criticado por poner la economía por encima de los derechos laborales y medioambientales, y por ser poco transparentes y democráticos, pero que Trump no ha roto para promover unas relaciones comerciales más justas y beneficiosas para el desarrollo del planeta, qué va. Lo ha hecho para imponer nuevos acuerdos y esquivar las reglas que no le convenían. Ha usado el chantaje, impuso aranceles a productos agroalimentarios españoles y coches alemanes y pelea por evitar la imposición de impuestos a las grandes empresas tecnológicas en Europa. Además, comenzó una guerra comercial y tecnológica con China en la que, en vez de intentar resolver disputas en la OMC, optó nuevamente por la fuerza. Fuerza que ha llevado a aumentar la rivalidad, la confrontación y la desconfianza entre ambos países.
El mundo camina hacia una nueva etapa en las relaciones mundiales, un escenario que el coronavirus ha vuelto aún más complejo, y cuyo rumbo es difícil de adivinar. Lo que sí sabemos es que hay dos respuestas posibles: trabajar para fortalecer las escasas y frágiles reglas internacionales, defendiendo el multilateralismo, o deslizarnos por una pendiente que desemboca en un pasado marcado por el fascismo y la barbarie.
Por si todo esto no fuera suficiente, Trump ha comandado una ‘internacional reaccionaria’ de líderes autoritarios (Bolsonaro, Duterte, Erdogan, Orban, Putin…) que han extendido otro tipo de virus por todo el mundo: el de la polarización, la desigualdad, el racismo, el machismo, la xenofobia y la intolerancia. Un mal que ha llegado hasta nuestro país a través de Vox con la ayuda de Steve Bannon (exconsejero de Trump y acusado de defraudar cientos de miles de dólares de donaciones).
Un mal que pone en jaque la democracia de estos países, pero también la del resto del mundo, como bien explican Ivan Krastev y Stephen Holmes en su libro La luz que se apaga. Cómo Occidente ganó la Guerra Fría pero perdió la paz (2019). Solo podremos defender la democracia si defendemos la igualdad económica, unas vidas dignas para las mayorías, la igualdad ante la ley, unas reglas inviolables de convivencia… si no, las instituciones corren el riesgo de quedarse vacías. Peor aún, pueden ser utilizadas para perseguir a determinados grupos sociales señalados como ‘culpables’ en un momento de emergencia y caos. Como si la conquista de derechos del 99% –mayorías sociales, mujeres, migrantes…– fuese una amenaza para el conjunto de la sociedad. Y así, inmersa en una lucha del último contra el penúltimo, corre el riesgo de olvidar quiénes son los verdaderos responsables: entre ellos, muchos de esos hombres desafiantes, autoritarios, multimillonarios.
Los resultados de esta política internacional reaccionaria han sido claros, y su lista de agraviados es larga. Por citar algunos ejemplos: en muchos países de América Latina ha alentado las posturas más ultraderechistas en conflictos que necesitaban una salida dialogada, y ha atacado a las personas que buscaban huir de la pobreza; en Oriente Medio ha favorecido a Arabia Saudí e Israel, asfixiando a la Agencia de la ONU para refugiados palestinos y tratando de imponer la anexión ilegal de Cisjordania; y su postura en África podría resumirse con una de sus propias frases (“países de mierda”)…
En un artículo reciente publicado en Política Exterior, el periodista Ángel Ferrero explica que, “incluso ante el eventual escenario de una victoria de Biden, los últimos cuatro años de Trump no solo han cambiado a EEUU, sino que el mundo ha cambiado con él, en ocasiones a causa de EEUU y en otras debido a factores completamente ajenos”. Un diagnóstico muy acertado sobre las complejidades de este difícil 2020. Un segundo mandato de Trump situaría al mundo un poco más cerca del abismo. Un peligro que, sin embargo, no desaparecerá por el mero hecho de que Biden llegue a la Presidencia. El rumbo solo cambiará si tomamos conciencia, nos organizamos, plantamos cara a las actitudes fascistas, trabajamos por el feminismo, la ecología, la justicia social, los derechos humanos, el derecho internacional y la cultura de paz. Desde la instituciones europeas y españolas, y cada día en las calles de todo el mundo.