Viaje a las tripas de Ikea

Viaje a las tripas de Ikea

Entramos, paseamos y cotilleamos Älmhult, el pueblo en el que se fundó (y se sigue pensando) la tienda de muebles más famosa del mundo.

EL HUFFPOST

Sólo hay verde. Verde claro, oscuro, más oscuro todavía. Nunca verde amarillento. Es verde, verde. Ese tono es lo que prima sobre todas las cosas en el transcurrir del paisaje que desemboca en Älmhult, un pueblito en la región sueca de Småland. Un pueblo que, si no fuera por lo que es, pasaría desapercibido para locales y visitantes. Cierto es que se sitúa muy cerca de un concurrido lago, y que tiene una bonita iglesia con su picudo campanario. También que tiene un hotel sencillo y cómodo a buen precio y varios restaurantes apreciados por su comunidad. Además de muchas peluquerías, un clásico en Suecia. Pero todo eso da igual. Älmhult interesa por una cosa: por ser el corazón de Ikea. Aquí nacieron y aquí se siguen pensando sus productos y sus estrategias. Aunque no, no se fabrican aquí: no hay más que mirar sus etiquetas para comprobarlo.

Este pueblo de apenas 15.000 habitantes situado en el condado de Kronoberg está a unas cinco horas por carretera de Estocolmo, la capital de Suecia, pero más de uno decide tomar un generoso desvío por la curiosidad que causa. De ahí que, pese a su escasa población, tenga un hotel con más de 250 habitaciones y una tienda de Ikea nuevecita. ¿Cómo no iba a tener una ciudad del tamaño de Baeza o Guadarrama su propia tienda de esta cadena de muebles, si la vio nacer?

En realidad, a quien vio nacer Älmhult fue a Ingvar Kamprad, el creador de Ikea y cuyas iniciales dan nombre a la cadena. Un visionario que ya tiene 91 años y que logró lo que todos quieren: saber qué necesita la gente. Y la gente quiere muebles sencillos, fáciles y a buen precio.

  Ingvar Kamprad en una de sus últimas imágenes públicas, tomada en Lausana (Suiza) en mayo de 2013.Denis Balibouse / Reuters

Kamprad empezó en su pueblo (vendiendo cerillas y sacando un pequeño margen), allí fundó Ikea en 1943, desde él se desarrolló y expandió y en él se ha convertido en uno de los hombres más ricos del mundo, con una fortuna estimada por Forbes de unos 20.000 millones de euros. Hoy siguen viviendo en la misma región, retirado y discreto. Aquí no encontrarán una entrevista con él. Ni aquí ni en ninguna parte: no las da.

Discreto (lo de retirado ya ha quedado claro) es también el pueblo. Un lugar sencillo, cómodo, fácil, con un estupendo colegio internacional al que acuden niños del pueblo, muchos de ellos los hijos de sus trabajadores, de más de 50 nacionalidades. Su calle principal está invadida, a principios de junio, por una legión de obreros con chalecos amarillos que tienen el asfalto levantado. También por unos cuantos jubilados que miran las obras. Lo normal. Tampoco pasa nada: aquí no sufren los rigores de los 35 grados que azotan a España entera, sino que no les queda otra que conformarse con 12 o 14 y con ver el cielo despejado un par de veces al día.

  La calle principal de Almhult, gris y en obras.EL HUFFPOST

Por la calle, en una vuelta rápida (siempre es rápida: hay poca cosa) por sus cuatro calles, pocas pistas indican que este sea el pueblo de Ikea, como casi todos lo denominan. La zona más residencial y de paseo está dividida (todo lo dividido que puede estar un núcleo en el que viven 15.000 personas) de la zona Ikea. En ésta, más cerca de las vías del tren, se hallan el hotel de Ikea (con el restaurante Ikea en el que ¡sorpresa! no hay albóndigas en el menú), el museo de Ikea, el centro polivalente Ikea 1, el centro de convenciones Ikea of Sweden, el test lab Ikea o el centro de comunicaciones Ikea. Vamos, que se ve por dónde van los tiros.

En toda esa zona es donde la multinacional sueca —que en 2016 facturó 34.200 millones de euros en sus 28 mercados, 1.385 de ellos en España, donde tiene 16 de sus 340 tiendas y donde el año pasado batió récords de ventas— monta cada año su gran show, sus llamados Democratic Design Days (días del diseño democrático), en el que invita a más de 500 periodistas y trabajadores de todo el mundo a descubrir (y subir a redes, cómo no) sus novedades y su pueblo de nacimiento. Raíces y futuro adobadas con muchos paraguas y café.

Estas jornadas (que tienen hasta su propia app) son una especie de keynote, como las que organiza Apple, con su escenario oscuro, sus presentadores con tarjetones y micrófonos a lo Madonna y sus retransmisiones en directo. Sólo que la de Ikea es más de andar por casa, con ensaladas de arroz y salmón, carros llenos de bollos de canela y con los sofás, y no las tabletas, como las grandes estrellas.

  Momento de la presentación de la colaboración de Ikea con la NASA durante sus Democratic Design Days.EL HUFFPOST

Democracia y democrático son dos palabras que se repiten a menudo en el universo Ikea. Como explica Marcus Engman, jefe de diseño de Ikea, en la presentación de estas jornadas maratonianas: "Ikea es diseño democrático: grandes sueños para carteras finas". "Estamos para solventar problemas y crear soluciones, soluciones a problemas que todos tenemos", afirma, antes de dar paso a un plantel de colaboraciones que pocas marcas no querrían para sí (y que muy pocas, obviamente, pueden permitirse).

Así, en 2018 la empresa sueca tendrá colecciones realizadas por creadores punteros: el diseñador industrial estrella Tom Dixon (con Orden del Imperio Británica y todo, creador de los sofás estrellas del próximo año), Bea Åkerlund (estilista de Madonna, Lady Gaga o Beyoncé, con cojines en forma de —sus— labios o sombreros de copa en cristal), Hay (la marca danesa más puntera en diseño, que aporta la colección más grande jamás creada por un colaborador para Ikea, con 72 piezas), el ilustrador James Jarvis (con ocho de sus viñetas convertidas en esculturas de cristal), Chris Stamp (creador de la firma de moda juvenil Stampd en 2011, que ha creado un patinete para la marca sueca); y con un colectivo de 12 artistas africanos de siete países que ya ha creado, entre otros, una versión de las míticas bolsas Frakta de la casa sueca en plateado, a base de 32 bolsas recicladas de patatas fritas cada una.

Para 2019 han sabido aliarse con marcas nicho, y anuncian colaboraciones puntuales (que no colecciones completas) con el mundo de la moda y la tecnología: con Virgil Abloh (creador de la firma de moda Off White); con el perfumista Ben Gorham, creador de Byredo, unos exclusivos perfumes; con el grupo de djs y tecnología musical Teenage Engineering (que cerró la presentación con una actuación en directo); e incluso con la NASA, con la que experimentarán equipando naves espaciales para testar la resistencia de sus productos.

Esos tres días en los que Ikea lleva a 300 periodistas a su pueblecito sueco son más que una simple muestra: son un show, puro espectáculo, con móviles al aire para captar los momentos más motivadores, con una célebre presentadora de la televisión sueca y una gran fiesta de cierre con los más modernos DJs suecos en un bucólico granero...

Nada de esto parece del estilo de Ingvar Kamprad, un hombre que, según dicen ciertas fuentes, vuela y hacer volar a sus trabajadores en clase turista, que tiene un Volvo —sueco, claro— de los años noventa y que pide que los folios se usen por las dos caras, por favor. El despliegue à la Silicon Valley parece cortocircuitar con los principios del creador de todo el asunto pero, en el siglo XXI, esta nuestra era de Instagram, es lo que toca.

Hay que renovarse, cambiar, crecer... De ahí que la propia villa de Älmhult estáé sufriendo una transformación desde hace unos años. Además de los obreros que campan por la calle principal, uno de sus principales y flamantes atractivos es su museo. Dedicado al gigante de los muebles, se inauguró en junio de 2016 y cuenta con una tienda estupenda tres plantas que repasan la evolución del gigante. Grupos de escolares y de jubilados son los más habituales por los pasillos de esta antigua tienda (de Ikea, claro) transformada en historia. No se preocupen: en Älmhult no se han quedado sin su correspondiente establecimiento de muebles. Han hecho uno nuevo a la entrada del pueblo. Y más grande.

  La iglesia y el cementerio de Almhult.EL HUFFPOST

Además de la visita al museo, lo cierto es que Älmhult tiene poco más que hacer. Una plaza bastante bonita, una tienda de muebles vintage (en la que no se ven demasiadas piezas de quien podríamos imaginar), el clásico restaurante chino, el indio, el thai y el japonés, además del bistró romántico de rigor... Poco más. Podría tratarse de un pueblo cualquiera en cualquier país europeo (con buenas precipitaciones de por medio).

En tren, este lugar con 15.000 habitantes está a poco más de hora y cuarto de Mälmo (al sur del país, en la frontera con Dinamarca), con más de 340.000. De ahí que sean sobre todo las familias quienes se quedan a vivir aquí gracias a su vida tranquila y su colegio, mientras que los más jóvenes van y y vienen a diario a Mälmo: hacen parte de su jornada en el tren y las reuniones se organizan para que se puedan marchar y llegar a horas decentes a casa.

Älmhult será la capital mundial de las estanterías y las albóndigas, pero su vida no ha cambiado mucho por ello. Tiene un centro de convenciones nuevo, un museo muy tranquilo y su calle principal está siendo reasfaltada. Poco más. Allí, a las 10 de la mañana de un miércoles cualquiera, hay un par de mujeres que siguen acercándose al cementerio de la iglesia a quitar hojas secas de sus tumbas, a adecentarlas y a regar las flores. Eso sí, con regaderas de Ikea.

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