Venezuela: las claves para entender la negociación entre chavistas y opositores en Noruega
Tras una primera ronda de contactos "positiva", las dos delegaciones se vuelven a ver en Oslo con agendas dispares y mucha distancia que salvar.
Noruega, segundo asalto. Esta semana, una delegación del gobierno de Nicolás Maduro y otra de los opositores venezolanos que lidera Juan Guaidó se verán por segunda vez (o quizá ya se estén viendo, tal es el grado de secretismo) en Oslo, en un intento de “buscar una solución a la situación del país”. Son las palabras que usan los anfitriones del encuentro, que se cuidan mucho de hablar de crisis, de dictadura o golpe de estado, de legitimidades.
Precisamente su prudencia y su posición de espectador neutral le han permitido, nuevamente, tender manos entre partes enfrentadas, ser un facilitador de encuentros, como ya lo hiciera con los palestinos y los israelíes (1993) o con Colombia y las FARC (2016). Ahora toca Venezuela.
El camino no está sin explorar. Ha habido intentos de negociación entre chavistas y disidentes desde 2014, pero todos han fracasado. Por eso el simple hecho de que los dos adversarios decidan volver a la mesa, tras una primera ronda a mediados de mayo, ilusiona.
Años de acercamiento y ruptura
Desde que murió Hugo Chávez han sido varios los intentos de buscar soluciones pacíficas. La primera vez que oficialistas y críticos decidieron dar el paso de negociar fue en abril de 2014, con encuentros directos entre Maduro y representantes de la oposición, en la misma Venezuela. Si se sentaron es porque las cosas se habían puesto aún más feas: las multitudinarias protestas que sacudieron las calles de Caracas ese año dejaron 43 muertos y cientos de heridos, así como el arresto y condena del entonces líder opositor, Leopoldo López, por incitar a la violencia.
Como recuerda Europa Press, Maduro planteó un diálogo con la mediación de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y del Vaticano para acabar con la violencia y propiciar la reconciliación de la sociedad venezolana, empezando por sus líderes políticos. Aunque asumió algunos “errores”, dijo no a varias reformas reclamadas por la Mesa de Unidad Democrática (MUD), que aglutina a los opositores, que buscaban transparencia y justicia de cara a las siguientes elecciones. Por eso la llamada Conferencia por la Paz se quedó en una foto y los contactos cesaron menos de un año después.
Todo parado hasta octubre de 2016, cuando Maduro y los líderes de la oposición se vieron de nuevo en Caracas. Se llegaron a crear hasta subcomités para hablar de los principales problemas por sectores (economía, derechos humanos, elecciones...), cada uno de ellos con un observador internacional para mediar y estimular el debate. Quedó en nada.
Vuelta a debatir en 2017, gracias en parte a las presiones de EEUU y Europa, en forma de sanciones. Fueros los críticos al Gobierno los que desvelaron que se estaban viendo con el chavismo en República Dominicana, unos encuentros en los que participaba el expresidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero. Todo fue nada, de nuevo. Los disidentes sostienen que Maduro no dio permiso para que varios ministros de países latinoamericanos fueran garantes del proceso.
A principios de 2018, unos tres meses después de esta última pelea, la línea de diálogo quedó indefinidamente congelada, tras seis rondas de debate. Entre otras cosas, todo se fue al garete porque el Ejecutivo dijo que los opositores les habían dado información para dar con un militar crítico, que acabó abatido. Mientras, el nivel de violencia del conflicto seguía en lo más alto, con 120 muertos y más de 5.000 detenidos en protestas populares en ese último año, con una crisis económica de dimensiones trágicas.
¿Por qué ahora?
El acercamiento se retoma ahora porque han cambiado muchas cosas en Venezuela en este 2019. En enero, el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, se declaró “presidente encargado” del país, acogiéndose a la Constitución.
Desde entonces, se han sucedido las manifestaciones masivas en el país y una cincuentena de países han reconocido al opositor como legítimo mandatario del país. Entre los que han dado este paso está España, en consonancia con la postura europea mayoritaria. EEUU se ha mostrado públicamente como su mayor valedor, algo que lleva a Maduro a hablar de “golpe de estado liderado desde Washington”.
Un Guaidó al que se le impedía la salida del país y se le retenía el pasaporte acababa cruzando la frontera con Colombia, participando en un concierto antichavista y haciendo una ronda internacional en busca de apoyos. Al la vuelta no fue detenido, sino que siguió liderando las marchas y buscando apoyos desesperadamente.
El 30 de abril se produjo un levantamiento militar con el que confiaba tomar el Palacio presidencial de Miraflores, pero que se le quedó corto, sin el apoyo del Ejército que había calculado. Al menos, logró liberar a Leopoldo López, mentor de Guaidó, que seguía en arresto domiciliario. De seguido, el aún presidente ordenó la detención de decenas de opositores de alto rango, asesores y diputados afines al líder opositor.
Maduro, días después, anunció que adelanta un año las elecciones a la Asamblea Nacional -la única institución en manos opositoras-, previstas inicialmente para 2020, un gesto insuficiente, dicen sus críticos, que no ha evitado que la opción de una intervención militar esté sobre la mesa y en las declaraciones de los opositores, hasta de la Casa Blanca.
Es el momento de intentar evitar una escalada bélica, cuando otros intentos de acercamiento recientes estaban fracasando, como los de México, Uruguay y la Comunidad del Caribe a través del llamado Mecanismo de Montevideo, que no acaba de arrancar.
Así se está negociando
El pasado 17 de mayo, a través de un sencillo un comunicado, Noruega informó de que se habían producido “contactos preliminares” con representantes de los principales bloques políticos de Venezuela, para “apoyar la búsqueda de una solución a la situación del país”. Solución política, no armada, que nadie desea realmente.
El proceso se encuentra en una fase exploratoria, pero es positivo que, tras ese primer tanteo, se repitan las reuniones, esta semana. El 25 de mayo, el Ministerio de Exteriores noruego anunció formalmente de que “los representantes de las principales fuerzas políticas de Venezuela tomaron la decisión de regresar a Oslo” de inmediato.
Las delegaciones están formadas aún por portavoces de nivel medio. Por parte del Ejecutivo de Maduro acuden Jorge Rodríguez, ministro para la Comunicación y la Información; Jorge Arreaza, actual titular de Exteriores, y Héctor Rodríguez, gobernador del estado de Miranda.
Por parte de los críticos acuden el vicepresidente segundo de la Asamblea Nacional, Stalin González; el exministro de Transporte y Comunicaciones, Fernando Martínez Mottola y el abogado Gerardo Blyde, ambos asesores políticos.
Se sabe muy poco del contenido y de las formas de estos encuentros. La radiotelevisión local, NRK, ha adelantado solamente que estas conversaciones se iniciaron en Cuba y, tras ver que podían tener futuro, pasaron a Noruega. Este mismo medio sostiene que las partes se vieron el lunes para hablar de la posibilidad de convocar nuevas elecciones y que las reuniones se prolongarían hasta final de semana.
De momento, la canciller noruega, Ine Eriksen Soreide, ha aplaudido los “esfuerzos” de las dos partes para seguir viéndose y hablando para reducir tensiones e intental alcanzar una solución pacífica.
En el proceso, informa la BBC, están también implicados otros actores internacionales, como el Grupo de Lima (que agrupa a una quincena de países del continente americano, favorables a Guaidó) y el Grupo Internacional de contacto sobre Venezuela impulsado por la Unión Europea, Costa Rica, Uruguay, Ecuador y Bolivia. Hay otras naciones en contacto, “informadas pero no implicadas” por ahora.
Lo que opinan Maduro y Guaidó
Si han mandado a su gente a Noruega, obviamente, Maduro y Guaidó apoyan está vía de acercamiento, pero lo hacen de manera diferente y cada cual con sus condiciones previas.
El actual mandatario se ha manifestado dispuesto a trabajar en la agenda integral que se estableció en 2016, como punto de arranque. Plantea, como hizo ante la oferta de diálogo de Montevideo de principios de este año, tres puntos esenciales para empezar a discutir: un plan de recuperación económica que empieza por el cese de las sanciones al país y “el robo por parte de EE.UU del dinero de Venezuela en el exterior”; el fortalecimiento de la paz y el respeto a la justicia, y el “diálogo de entendimiento”, que busque “acuerdos en paz y armonía nacional”.
Maduro calificó de “muy positivo” el primer encuentro en Oslo. “Soy un hombre que cree en la palabra como vehículo para superar las diferencias (...). Ahora, no vayan a creer que soy un bobalicón, no vayan a confundirse que soy un inocentón; creo en la paz, creo en el diálogo, pero estoy preparando al pueblo para defender la patria, como sea, donde sea y cuando sea”, contrastó. Por ello, bromeó al decir que está “a Dios rogando y con el mazo dando (...) a Dios rogando y en Noruega conversando”, dijo el pasado 21 de mayo. “Diálogo, sí. Intervención militar gringa, no”, dijo un día más tarde.
La agenda de Guaidó es otra, una “hoja de ruta muy clara” que comienza con el “cese de la usurpación” en el poder por parte de los chavistas -entiende que Maduro sigue en el poder por unas elecciones que no fueron libres ni transparentes ni garantistas-, que se cree un Gobierno de transición y que finalmente se convoquen elecciones presidenciales libres, que es lo que la mayor parte de Occidente y otro buen grupo de América Latina le pide a Maduro desde la autoproclamación de Guaidó. Sin esto, sostiene, no hay “nada que entablar”. “Aquí todo el país sabe lo que quiere y lo que necesita”.
Se escuda en su plan, fuertemente, para protegerse de las críticas que recibe por parte de ciudadanos contrarios a Maduro y hasta de compañeros de su propio bloque, que entienden que hablar con el otro es una traición. “En que no entienda que tenemos que jugar en todos los tableros, que tenemos que tener presencia activa en todos los lugares (...), ese está entonces cooperando con otra causa”, ha enfatizado.
“Desde Lara hasta Noruega, desde Caracas hasta Washington, nuestras exigencias son las mismas. Quien pretende que renunciemos a la presión en la calle o a los escenarios internacionales para el cese de la usurpación se vuelve cómplice de la dictadura”, dijo el domingo en Barquisimeto, estado de Lara, informa AFP.
Noruega, de nuevo faro
Noruega, otra vez, demuestra al mundo que con empeño se puede acercar a dos adversarios, acabe como acabe esta nueva aventura. El país nórdico tiene una larga trayectoria de mediación, en la que se han convertido en especialistas, incluso con una unidad específica en Exteriores “de Paz y Reconciliación”.
Tiene una larga experiencia en la resolución de conflictos. Sus dos éxitos más sonados son la paz entre la guerrilla de las FARC y el gobierno colombiano y los Acuerdos de Paz de Oslo entre palestinos e israelíes, que sentó las bases de una solución de dos estados (por más que se violen a diario).
Han mediado en los conflictos de Sudán del Norte y del Sur, en Afganistán, Mali, Guatemala, Myanmar, Filipinas y Sri Lanka, con un notable éxito. Hasta reuniones entre la banda terrorista ETA y el Gobierno español hospedaron en 2006. Su estrategia siempre es la misma: actuar y callar. Nunca dan detalles, por eso ahora tampoco los hay.
Por supuesto, es una apuesta de Gobierno, pero además Noruega tiene otros valores que la hacen ideal para la diplomacia: tiene intensas relaciones con Estados Unidos, se lleva bien con los países de izquierda por su larga tradición socialdemócrata, está en la OTAN y suele ser tibia en sus reacciones iniciales ante un conflicto, justamente, para poder ser mediador. En el caso de Venezuela, no ha reconocido a Guaidó como presidente, aunque sí que ha pedido que se celebren elecciones libres en el país. Suficiente para que las dos partes en litigio crean que pueden cruzar la puerta que les ofrece, abierta.