Unreal country
Hay unas reglas, más allá de la política, que Donald Trump se ha saltado.
Si Estados Unidos es un país de emigrantes… ¿quién es realmente norteamericano? ¿Todos, nadie, ninguno? O la pregunta debería ser más bien… ¿Quién consigue aparentar ser más norteamericano?
Aparentar, sí. Parecer que eres es suficiente. Engañar para acceder al sueño americano. Triunfar bajo las apariencias. El verbo justifica todo para un norteamericano. El escaparate. El márketing. El producto. El éxito sobre la verdad.
Hace ya tiempo que esta propaganda vital llegó a nosotros también, instrumentada, sobretodo, a través de su cine y su televisión. La idea de un mundo a través de la imagen. Una imagen absoluta. Única. Global. Mercantil. Ya todos somos norteamericanos.
En esencia la política estadounidense no varía mucho por el cambio de presidencias. Históricamente sus políticos han sido capaces de mutar para triunfar. Cuando se creó el partido republicano se defendía la abolición de la esclavitud desde sus filas. Y los demócratas del sur, muy racistas, fueron los secesionistas del momento. Con el tiempo los polos ideológicos se han invertido. Sin embargo, la alternancia en el poder de estos dos partidos políticos no ha cambiado la dirección del país. Por ejemplo la intervención militar fuera de sus fronteras es una política continuada por todos los gobiernos norteamericanos. Estados Unidos es como un vector. One way.
Trump se ha convertido en una amenaza económica para los que manejan los mercados. Para el propio mercado. El caos no es bueno para la bolsa donde invierten tanto demócratas como republicanos. Hay unas reglas, más allá de la política, que Donald Trump se ha saltado.
Pelucas, peluquines, tintes ni peinados cambian una cabeza. Trump deja una brecha en la línea de flotación de la democracia norteamericana. Pero la nave del país continúa ¡Proa al viento Biden! Distinto pero no diferente.