Una reflexión sobre “salvar la Navidad” en tiempos de pandemia
Habrá bastantes sillas vacías en las mesas que se prepararán las próximas semanas...
Diciembre viene marcado en el calendario de todos por ser un mes de celebraciones y con las fechas señaladas por la Navidad, que la mayoría espera por los deseados reencuentros familiares, los niños por sus regalos y cada vez menos por el simbolismo religioso. Además, este año esta festividad llega marcada por una crisis sanitaria en forma de pandemia, que emergió con furia en la primavera, sembrando de vientos de destrucción y tempestad tantos hogares y negocios.
Incluso ante el incesante vocabulario que se ha prodigado durante este año, con tantos eufemismos, podíamos hasta añadir junto a expresiones como “la nueva normalidad” o “la desescalada” el que ahora se hable de “salvar la Navidad”.
Centrándome un poco en la historia hay varias versiones igualmente válidas, por lo que recojo la del Papa Julio I, quien en el año 336 decidió que el nacimiento de Jesús se celebrara el 25 de diciembre en Roma, y de una u otra manera se ha venido festejando, con guerras y desastres incluidos, por lo que la Navidad de este año, aunque distinta, llegará puntual en unos días. Distinta o diferente lo es siempre para quienes acarreamos problemas de salud, porque este no respeta fechas ni calendarios. De hecho los pacientes de dolor crónico la denominamos la otra Navidad.
Me sigue sorprendiendo que a estas alturas del año, y a pesar de los mensajes de responsabilidad y advertencia, parece ser que no se ha aprendido la lección. Escucho en demasía que hay que “salvar la Navidad”, como si fuera un barco encallado en un puerto a merced de un temporal y sus tripulantes no tuvieran opciones.
Este año, al igual que otros, empezó cargado de ilusiones y propósitos renovados, pero ahora somos bastantes los que estamos deseando su fin, en la medida en que va a quedar marcado en la vida de todos.
Habrá bastantes sillas vacías en las mesas que se prepararán las próximas semanas. Y ello no por el número limitado de familiares, sino porque serán muchos los que no volverán a ocupar su lugar. Seguro que a estas familias no les importa si son seis o diez los invitados, porque en las sillas de siempre no se sentarán más los rostros de otros años, que les acompañaban con sus risas y abrazos.
Sin embargo, en estas fechas que se aproximan se dan los ingredientes perfectos para que se cree otra tormenta perfecta si no apelamos y hacemos propios los mensajes de sobra conocidos. Máxime cuando sabemos lo que esta pandemia ha supuesto para nosotros, los pacientes de dolor que hemos empeorado en todos los sentidos y escuchamos atónitos mensajes como el anterior, o los de esta primavera o verano, cuando nuestra rutina es quedarnos en casa con un huésped invitado sí o sí.
Tirando de ironía, me recuerda a la película de Salvar al soldado Ryan de Steven Spielberg (1998), en la que un grupo de militares da su vida para que una familia, que ha perdido a todos sus hijos en la Segunda Guerra Mundial, no pierda al que le queda. Pienso que la mayoría de la gente no está en esa tesitura, y que quiere y desea proteger a los suyos. Los pacientes de dolor seguiremos acompañados de ese huésped, el cual nos acompañará en estas fiestas al igual que en todas, y que no cuenta ni como familiar ni como allegado, ya que un día atracó en nuestras vidas y no se pierde una.
No es que el dolor regrese en Navidad, porque es un miembro de pleno derecho y con habitación propia en la casa de cada paciente, con un puesto en la mesa, también en la de Navidad, que obliga a muchos a ejercer de nuevo sus dotes de actriz o actor para que el resto de la familia disfrute de unos días de paz y armonía. En mi caso, y en el de otros, dejé ese papel hace tiempo, y no es porque se lo haya cedido a él, sino porque da igual que le pongamos silla o no, ya buscará él un acomodo. En mi caso se acabaron las mímicas y los disimulos, si se auto invita le dejo que actué como lo hace a diario, sin trampantojos ni caretas de por medio.
Algo que todos echaremos de menos, yo especialmente desde hace varios años, son los abrazos, esos que saben a vida, esperanza, que te encogen y te renuevan con las campanadas de año nuevo. Hace años que me faltan algunos, aunque es preciso apelar a la prudencia, porque los abrazos seguirán existiendo, solo están aplazados, y cuando lleguen serán aún más intensos, te reconfortarán como si no hubiera un mañana. Hasta que esto suceda nos quedan los mensajes que podemos transformar en abrazos a corta distancia, al igual que las palabras que curan, los compromisos y los gestos.
Tal y como indiqué al principio, los pacientes de dolor vivimos lo que denominamos la otra Navidad, en una cadencia sin pausa, razón por la cual intentamos sobrellevar estas fechas de armonía, que no existe en nuestras vidas, usando palabras que lo serenen, aquellas que quizás no hemos dicho y que siempre se pueden recuperar, no solo ahora, en cualquier fecha, las cuales se transformen en abrazos.
El dolor se vive a menudo en soledad, da lo mismo las fechas que marque el calendario, y en mi interior existe un ruido atronador que solo yo escucho. Y este debería ser una alarma para aquellos que o buscan una excusa para saltarse las recomendaciones, pensando que total unos besos y abrazos nunca deben faltar en la mesa. No dejemos a la protagonista, la Navidad, como el segundo plato de estas fiestas.
Recordando un clásico de estas fechas, un Cuento de Navidad, de Charles Dickens, en el que se puede leer: “Celebra la Navidad como te parezca conveniente, pero permite que yo lo haga a mi manera”, Piensa que es un bonito cuento con un final mejor. Eso sí, la situación que tenemos ahora no es un cuento y sabemos el final que puede tener.
Eso sí, felices fiestas.