Una necesaria reforma laboral donde priman los acuerdos
Todo lo que contribuya a que España avance es mal visto por una oposición a la que le da igual poner en juego los intereses de los españoles si con eso consiguen desgastar al Gobierno.
¿Imaginan el acuerdo como síntoma de derrota? Es impensable en el imaginario colectivo de cualquier sociedad porque no hay mejor palanca para el crecimiento económico, para la estabilidad, para el desarrollo social, para la evolución del bienestar o el alcance de mayores cuotas de progreso que el acuerdo que nace de la unión entre posiciones distintas.
Sin embargo, en estos tiempos que vivimos en los que cualquier asunto público es objeto de disputa por parte de la oposición, el alcance de acuerdos no está siendo ajeno a ello y algunos quieren convertir los logros colectivos en un barrizal de odio, crispación y enfrentamiento en el que han convertido el debate político.
Da igual que la propuesta sobre la que se alcanza acuerdo, parlamentario o extraparlamentario, como la reforma laboral, persiga un buen fin. Todo lo que contribuya a que España avance es mal visto por una oposición a la que le da igual poner en juego los intereses de los españoles si con eso consiguen desgastar al Gobierno.
Da igual también que la anterior reforma laboral fuera en contra del criterio de empresarios y sindicatos, que no contará con ningún apoyo parlamentario que no fuera el del rodillo de la mayoría absoluta del PP y echara por la borda un elemento clave de la democracia como es el diálogo social.
Todo les vale y critican la reforma laboral, como tantos otros proyectos legislativos, sin ni tan siquiera haber leído la exposición de motivos. Lo han hecho con leyes como el Ingreso Mínimo Vital o las pensiones, donde el acuerdo parlamentario de muchos es criticado y acusan al Gobierno de abrazar a quienes quieren romper la unidad territorial pero poco les importa dicha unidad si los votos de esos mismos diputados se unen a sus causas contra el Gobierno.
Pero esta vez todo es distinto. Su discurso contra la voluntad de dialogar y de poner de acuerdo a diferentes que el Gobierno de Pedro Sánchez tiene como eje prioritario de su acción política, recuperando el espíritu constitucional, no les va a servir. Una de las labores más nobles de la política es sumar voluntades para trabajar siempre en la búsqueda de objetivos compartidos como ocurre con esta reforma laboral.
Ese esfuerzo por dialogar, pactar, sumar, acordar es siempre necesario pero se hace imprescindible cuando el fin concierne a todos, traspasa las barreras de los intereses individuales para lograr un fin mayor, que no puede ser otro que el interés general. El primer acuerdo de la democracia para una reforma laboral entre sindicatos y empresarios, y entre estos agentes sociales y el Gobierno, es y debería ser siempre el mejor punto de partida sobre el que construir el futuro.
La Constitución establece que los sindicatos y las asociaciones empresariales contribuyen a la defensa y promoción de los intereses económicos y sociales que les son propios, y por tanto tienen capacidad para alcanzar acuerdos, como éste, que trascienden las ideologías y representan a una amplia mayoría social. Pero también, y esto es fundamental, porque estamos hablando de una importante reforma que va a modernizar nuestro mercado de trabajo, va a luchar contra la precariedad y la temporalidad y va a devolver, también por primera vez en democracia, derechos a los trabajadores y trabajadoras.
Hablamos no solo de una necesaria sino también de una ambiciosa reforma que pone en el corazón de las relaciones laborales la negociación colectiva como instrumento determinante y busca reducir el desempleo estructural, incentivando la contratación indefinida, permitiendo usar mecanismos de flexibilización para evitar los despidos y mejorando la formación continua de los trabajadores. Pero, también, una reforma, en la que priman los acuerdos con la mirada puesta en un horizonte de igualdad de oportunidades y de justicia para toda la ciudadanía.