Una historia cruel de adolescentes
El insulto, la burla, el juicio implacable y con difusión es lo que les parece normal a quienes calcan el trato de las series americanas
Me cuentan unos amigos que decidieron sacar a su hija adolescente del colegio al que había ido desde el comienzo de su escolarización, preocupados porque empezaba a normalizar los malos gestos, las palabras hirientes, los desprecios. Una suerte de maltrato sutil, aunque cada vez menos, que, desde la revolución hormonal de la edad, imperaba en su grupo de siempre, el que formaba con las mismas niñas con las que tiene fotos en todos sus cumpleaños.
Habían adoptado un comportamiento calcado de las series juveniles americanas, de estética impecable, en las que impera la dañina competitividad feroz y el todo vale con tal de ser la más. Así, se urden maniobras maléficas en las que nadie tiene escrúpulos, ni el más mínimo atisbo de empatía, ni, por supuesto, compasión; ya sean, las protagonistas, mejores amigas, madre e hija o cualquier otra relación. No siempre, pero en general, los hombres salen mejor parados.
El cambio en el trato, en el caso que nos ocupa, empezó con detalles imperceptibles, algún secreto en reunión, una crítica velada a una prenda, a su relación con otra amiga que no fuera del grupo… y, poco a poco, durante meses, cual lluvia fina, y tal como describe Hanna Arendt en su informe sobre la banalidad del mal, salvando las distancias, se fueron empapando todos en el núcleo familiar.
La estrategia era lo suficientemente ambigua como para denunciarla como acoso, imagino que como ocurre normalmente. El efecto no fue tan desgarrador como el que seguramente idearon las espinosas líderes y sus seguidoras, a modo de burócratas, por continuar con el ejemplo de Arendt, aunque esto es solo mérito de la fortaleza de la víctima y sus herramientas.
Entiendo que los padres y las madres vivimos en una carrera y que la falta de tiempo nos hace buscar sustitutos a la desesperada para que, mientras los niños están entretenidos, ir avanzando en lo que pensamos urgente. De este modo, muchos han ido dejando la educación en manos de la serie de moda en la que, rara vez, sus protagonistas se mueven por criterios de humanidad.
Pensamos que son licencias sin demasiadas consecuencias, solo un pasatiempo inocuo, pero, al discurrir de los años, a falta de practicar, aquellos niños se van olvidando de todo lo que a los seres humanos nos hace felices de verdad: la gratitud, la compasión, la generosidad, la confianza, la amistad sincera. Y van creciendo en una insatisfacción que no terminan de identificar, pero que se les va agarrando a la entraña y se camufla bajo una armadura de seguridad, a menudo insolente e insultante, que hace que su conducta, incluido el lenguaje, sea crispada, cruel y sin ninguna capacidad de ponerse en la piel del otro.
Quizás tenga algo idealizada las relaciones de mi niñez y juventud, pero las recuerdo, en general, impregnadas de sororidad, el triunfo de la otra, muchas veces fraguado en equipo, era el de las demás también. Varias de esas mujeres siguen hoy arropando mi camino.
Por supuesto que hay desengaños con amistades que, en un momento dado, uno prefiere perder. Pero no recuerdo una orquestación del castigo sin más motivo que la opacidad del otro, como condición imprescindible para el brillo propio, fraguada además desde la naturalidad, sin esfuerzo. El insulto, la burla, el abuso, el juicio implacable, parcial y con difusión es lo que les parece normal.
Vivir esta realidad, cada vez más frecuente, no solo en los ámbitos juveniles, puede ser devastador, sobre todo si se desarrolla en silencio. Pero transmutar la experiencia y convertirla en un trampolín, en una oportunidad para construirse desde la conciencia de lo que se quiere ser, de lo que uno anhela para que lo rodee en su existencia, también es posible.
Elegir este camino, el del amor en lugar del miedo, no solo es un bálsamo para el que lo recorre y un apuntalamiento en su fortaleza, también lo es para quienes lo rodean; pues su energía, de nuevo brillante, es capaz de trascender y calar hasta en aquellas personas cuya aspiración, inconsciente, es convertirse en una de las protagonistas de Riverdale.