Una gran huella humana, viajes y granjas sin control: el caldo de nuevas enfermedades
Las zoonosis transmitidas desde animales han crecido exponencialmente en los últimos años, principalmente por los cambios en los ecosistemas.
La viruela del mono ha resucitado ciertos miedos entre la población que vieron en las palabras de Fernando Simón sobre la transmisión de este virus en España, un flashback a marzo de 2020 y la covid-19.
Desde entonces, las enfermedades infecciosas y los virus zoonóticos —aquellos que se dan en animales y saltan en su transmisión a los seres humanos— han pasado a tener un protagonismo inesperado para gran parte de la población que ni siquiera se imaginaba pasar por una pandemia y cada vez ve más cerca la posibilidad de que la historia se repita.
Para Miguel Ángel Jiménez Clavero, profesor de investigación en el Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA-CSIC), esto tiene un componente psicólogico y perceptivo provocado por la pandemia del coronavirus.
“Hay un componente de percepción subjetiva forzada por los acontecimientos, de la historia reciente de la pandemia, que hace que estemos más sensibles a determinada información, que en otras circunstancias pasaría bastante desapercibida”, indica a El HuffPost y recalca que “esto lleva pasando mucho tiempo, toda la historia de la biosfera”. “Probablemente si no hubiera habido pandemia este brote de viruela del mono no habría sido tan relevante porque los ha habido anteriormente y la gente los desconoce, los ha habido tan cercanos como en 2018 en Europa”, detalla.
Para entender este cambio en la vida cotidiana y cómo puede afectar en que nuevos patógenos acaben infectando a los humanos con consecuencias más o menos alarmantes, los especialistas invitan a mirar atrás.
El experto en estudios ecoepidemiológicos y profesor de la Universitat de Barcelona Jordi Serra indica que ha habido tres fases de transición epidemiológica en la historia del ser humano y actualmente nos encontramos en la cuarta.
“La primera fue hace miles de años cuando se domesticaron los primeros animales como ganado, de tal forma nos pusimos en contacto con especies que antes no teníamos cerca y eso facilitó saltos de especie”, recuerda. En ese momento también fue cuando se dieron los primeros asentamientos poblacionales por lo que la transmisión fue mayor. “La segunda transición ocurre cuando entran en contacto imperios europeos con asiáticos. Esto dura muchos años y tenemos como ejemplo la peste de Justiniano que contribuyó a la caída del imperio romano”, detalla.
La tercera se produjo, según el especialista, cuando “las potencias occidentales colonizan nuevos continentes como el americano, africano o lo que es Australia”. “Se producen entonces epidemias muy graves”, recuerda.
En esta cuarta transición, Serra apunta a la globalización como fenómeno potenciador de transmisión de enfermedades especialmente por la movilidad y el aumento demográfico, que aceleran todos estos procesos y hacen que sucedan enfermedades que pasan del animal a humano con más frecuencia. Según datos de la OMS, las zoonosis constituyen un 75% de las enfermedades emergentes en humanos de los últimos 40 años.
“Nos movemos muchísimo y una enfermedad que se produce en China, al cabo de pocos días ya está en Europa y en EEUU, no hay barreras”, explica. “El incremento de población conlleva una mayor presión sobre los sistemas naturales. Eso nos lleva también a que parte de los individuos de nuestra especie entren en contacto en zonas del planeta que anteriormente no habían tenido contacto con la especie humana, al menos de forma masiva, y eso produce además alteraciones ambientales”, apunta. Sin embargo, el experto marca una clara diferencia con respecto a las transiciones anteriores: los avances médicos y científicos para combatir las enfermedades.
Precisamente el crecimiento de la población mundial, que en los últimos 40 años ha subido 3.000 millones, según datos del centro UNESCO del País Vasco—un dato mucho mayor al de los 40 años anteriores, entre 1940 y 1980—, hace que el impacto del ser humano sobre el planeta sea mayor alterando la biosfera y, con ello, el curso natural de las enfermedades.
“La huella que deja la actividad humana es mayor ahora que, por ejemplo, en el Paleolítico, que éramos muy pocos. Ahora mismo somos muchísimos y esa huella ha crecido exponencialmente. Somos muchos y el planeta tiene que abastecer de recursos a la humanidad”, explica Jiménez. Para él, este cambio demográfico tan rápido hace que las reglas del juego sean otras.
“Todo el mundo necesita comer, beber, recursos y actividades como la agricultura o la ganadería, por ejemplo, que sí pueden promover las zoonosis”, apunta.
Esto hace que cada vez se expandan más las zonas de cultivo y explotación ganadera, minera e incluso residencial, en lugares salvajes donde se encontraban sus propios patógenos entre los animales o vectores —mosquitos o garrapatas—, quienes se ven principalmente afectados por estos cambios en el territorio.
“Por ejemplo, la construcción de un embalse para regadío puede producir hectáreas y hectáreas de terreno que son proclives a la cría de mosquitos, que actúan como vector de determinadas enfermedades víricas. Al final, el resultado que tenemos es que en ciertas zonas en las que no se observaban enfermedades transmitidas por vectores, empiecen a aparecer”, señala.
Precisamente estos insectos son los principales afectados por estos cambios de temperatura y de clima, tal y como apunta Vanessa Vila López, docente del Máster Universitario en Epidemiología y Salud Pública de la VIU. “Los mosquitos y garrapatas aumentan su población con la subida de temperaturas lo que hace que muchas enfermedades se transmitan”, señala.
Jiménez indica que estas enfermedades transmitidas por mosquitos no son las únicas potenciadas por los usos y actividades humanas y que detrás de todas ellas “hay unos cambios en la naturaleza que trastocan un poco el equilibrio que hay establecido y que mueven unos organismos a invadir determinados territorios o a prosperar, que pueden ser vehículos de transmisión de virus”.
El especialista pone el ejemplo de un virus que puede emerger en mitad de la selva, pero que si esta se tala y se instalan cultivos o granjas e incluso un poblado, se genera “una bomba”. “Podemos estar poniéndole una plataforma a los virus que puedan estar evolucionando en esa selva y poniendo en bandeja una plataforma para que salten e invadan otros territorios”, detalla y recuerda que esto ha ocurrido con patógenos como el virus Nipah en Bangladesh hasta los Ébola en África Occidental en 2014 o 2015. “Esto está pasando más porque somos más y nuestra huella es más profunda, es lo que asumimos desde la ciencia”, indica.
Para Vila, los cambios también están produciéndose por la contaminación tanto atmosférica como de los ecosistemas. “Si esos ecosistemas se ven alterados por la deforestación, el cambio del uso del suelo, todas las alteraciones de la fauna que vive en esos ambientes y van a tener que buscar otras zonas y un acercamiento hacia los humanos”, señala.
“Por otro lado, la contaminación y las ciudades superpobladas también propician enfermedades respiratorias —algunas leves como alergias o asma— a otras más graves o cardiorrespiratorias”, indica y apunta a otros factores asociados a la vida urbana como el sedentarismo o el estrés.
Serra apunta a que, por ejemplo, en el caso de la viruela del mono, ya se conocía la enfermedad desde 1958, pero la alteración de sistemas naturales hace que haya muchos más casos de enfermedades similares. “Nos lleva a que haya más oportunidades de que se produzcan saltos de especie, patógenos, microbios que no son específicos de nuestra especie y puedan adaptarse a ella”, detalla.
Los expertos coinciden en que, aunque la transmisión de animales a personas de ciertos patógenos ya se daba con anterioridad, la amplia movilidad ha acelerado y multiplicado estas enfermedades.
“La viruela del mono no solo afecta al mono, también a roedores, por ejemplo, ratones y ratas o ardillas, que están mucho más en contacto con la especie humana”, apunta Serra. “Lo que estamos viendo es una enfermedad que se conoce desde el año 1958, cuyo primer caso se produjo en la década de los 70, que era endémica y se restringía a la región centroafricana, a la parte más tropical. Pero ahora nosotros vamos allí de turismo, de intercambio económico o cultural, y en pocas horas una persona puede pasar de una parte a otra del mundo”, sentencia.
Jiménez coincide con Serra en que, “aunque hay cierto control internacional” la transmisión de patógenos de un país a otro está mucho más acelerada por los transportes.
“Lo básico es asumir y conocer que la emergencia de los patógenos, de nuevos virus y bacterias es algo natural en la naturaleza, que ocurre de tanto en cuanto en el ecosistema”, explica.
Los especialistas apuntan además que los grandes focos poblacionales son los que fomentan el incremento de contagios. De ahí que muchas enfermedades surjan en el sudeste asiático, donde las ciudades están en muchos casos superpobladas.
“En esa población donde hay más gente, se producen fenómenos de amplificación. A partir de ahí entramos en la movilidad. Si esta zona donde se ha producido la amplificación está muy conectada con el resto del mundo, esto se dispersa y se propaga por todo el planeta o por casi todo el planeta”, explica Serra y apunta como ejemplo a la covid-19 y la ciudad china de Wuhan. “No es casual porque es una de las zonas donde han habido más transformaciones de impacto ambiental, una deforestación tremenda, en 40 años se ha perdido el 30% de la masa forestal. Eso ya lo dice todo”, sentencia.
Otro foco al que no pierden de vista los expertos son las granjas de aves como pollos debido a la gripe aviar (H5N1), que tantos titulares copó en 2004 y 2005. Según el CDC se trata de un “virus presente de forma natural en aves acuáticas que puede infectar a las aves de corral, aves en general y otras especies animales”.
Su origen está en China en 1996 y, aunque su salto a humanos es prácticamente nulo, los científicos la ven como uno de los patógenos con más posibilidad de generar una epidemia.
“Todo lo que es gripe aviar, que normalmente afecta solo a las aves y puede afectar a las personas de una forma más marginal preocupa muchísimo a la OMS”, explica Jiménez, quien recuerda que se están dando algunos saltos de especie a humanos y que pueden ser “muy graves para el hombre”.
Serra también focaliza el origen de este virus en el sudeste asiático. “Allí muchas de las ‘granjas’ de aves de consumo humano están en unas condiciones que son increíbles, lastimosas y sin muchos controles sanitarios o sin controles directamente. Esto conlleva un riesgo importante”, detalla.
En España la situación es muy distinta, tal y como recuerda Vila, hay protocolos y vigilancia institucional que “hacen mucho hincapié en intentar controlar eso, mediante desechos y materiales de bioseguridad, como que no puede entrar cualquiera a una granja”.
“Hay protocolos como el ’todo dentro o todo fuera’, que cada vez que hay un ciclo productivo de un lote de pollos no se meten más hasta que salen y se desinfecta todo para evitar ese cruce que puedan infectar a otros que están dentro y pueda acabar con todo”, detalla. “Esto depende del propio ganadero o ni hablar de otros países o las explotaciones pequeñas que viven igual en bosques y tienen contacto con fauna un poco más salvaje y hay esa transmisión”, señala.
Vila recuerda que el tráfico de especies o la compra de animales exóticos también juegan un papel fundamental. “Todas las especies que se ponen de moda durante un tiempo y vienen de mercados de animales vivos, también son un foco y las que vienen del mercado ilegal más aún”, señala.
Sin embargo, la gripe aviar no es el único patógeno que ha aumentado su transmisión en los últimos años. Jiménez apunta que otras como el virus del Nilo Occidental, la encefalitis japonesa, el dengue o el zika también lo están haciendo. “Antes estaban prácticamente restringidos en los trópicos con raras incursiones en zonas templadas y en los últimos 20 años han pegado una explosión importante de casos en varias regiones de la tierra”, señala.
Esto lo achaca a los transportes y también a los cambios ambientales. “Están creando temperaturas y condiciones favorables para que alcancen una mayor distribución los vectores que a su vez canalizan infecciones de virus emergentes”, señala. “Todo esto está trayendo nuevos virus al Mediterráneo, por ejemplo, la malaria que es un parásito pero también pasa”, explica.
Los especialistas apuntan a que la situación no es reversible pero sí puede preverse mediante investigación. “Nos tenemos que adelantar a saber cuáles son las dinámicas de estos virus para poner barreras”, explica Serra, quien recalca que no habría que actuar una vez que la enfermedad salta, sino antes.
En este sentido, Jiménez enfatiza en la importancia de los sistemas de vigilancia epidemiológica, que hacen que “podamos localizar con cierta previsión tal o cual patógeno en una zona de manera que podamos implementar medidas preventivas para evitar que se expanda, que haga más daño o que sea global”.
La detección de los primeros casos de estas enfermedades es crucial para los especialistas, aunque aseguran que los primeros casos que se anuncian no suelen ser los primeros reales, sino los primeros detectados. “Por cada euro que uno gasta en vigilancia puede ahorrar una barbaridad. Solo hay que pensar en el coste no solo económico sino humano y de recursos que supone una pandemia”, reivindica.
Por su parte, Serra recuerda que en muchos casos estos patógenos llegan no solo por viajes, sino por intercambios comerciales a los que habría que prestar más atención y someter a controles sanitarios más concretos. “Tendríamos que tener mucho más cuidado en lo que son los intercambios comerciales ya que con ellos muchas veces nos llegan también patógenos o especies que pueden llevarlos”, indica y recuerda el caso de los mosquitos tigre en España que llegaron con unos neumáticos encharcados.
También vio un caso similar en una investigación con ratones en Canarias, que tenían coronavirus europeos, por lo que se pensó que estos animales venían contagiados en barcos.
“El mosquito tigre o el animal es como la jeringuilla, solo falta que llegue el patógeno para que el mosquito tigre nos pueda infectar de enfermedades como el dengue, el zika, etc. de las que ya se están dando casos”, explica.