Una conspiración sueca
Auténtica (y brillante) ficción enajenada “basada en especulaciones reales”, esta serie resume en seis capítulos el sinsentido social en tiempos de la posverdad.
En 1986, Olof Palme fue asesinado a la salida de un cine. Palme había sido el primer ministro de Suecia y, por aquel entonces, lideraba el Partido Socialdemócrata sueco. Desde los años 80, nadie ha podido arrojar luz suficiente sobre el caso para esclarecerlo, salvo especulaciones con mayor o menor fundamentación. Sobre la sociedad sueca ha sobrevolado desde entonces la idea muy lynchiana (o twinpeaksiana, si me apuran) de quién mató a Olof Palme.
El caso no solo quedó sin resolver, sino que, desde entonces, Suecia ha ofrecido 50 millones de coronas a quien pueda contribuir a dilucidar qué ocurrió realmente. Una oferta suculenta para quienes investigan magnicidios y temen que la verdad esconda muchas aristas de índole conspiratoria.
Patrik Eklund, Santiago Gil y Schiaffino Musarra son los creadores de Una conspiración sueca (We Got This, 2020), una miniserie con tintes de intriga, humor y suspense absorbidos por un histrionismo sin parangón. Sus seis capítulos conducen, aun sin quererlo, a la comedia en el sentido más nórdico de la palabra: con un humor enérgico e inteligente, sin carcajada, pero directo a la médula.
La serie está protagonizada por el propio Musarra, quien interpreta a George English, un padre de familia norteamericano y destroyer que, al verse ahogado por las deudas y el desempleo, intenta encontrar un nuevo modo de vida. Cuando un gato desaparecido se cruza en su camino, George verá en él la recompensa ofrecida por su dueña, Margareta Norlin (Léonore Ekstrand), un dinero que necesita urgentemente. Sin embargo, Margareta aparece ahorcada en lo que parece un suicidio. Lo paradójico es que la mujer, de avanzada edad, lleva puesto un chaleco antibalas y su residencia es un auténtico búnker de análisis de la muerte de Olof Palme.
A partir de entonces, George se sumerge en la investigación que Margareta dejó inconclusa, poniéndose en contacto con un extenso grupo de aficionados a la conspiración, quienes se valdrán de los más variados métodos para obtener sus informaciones. Junto con Alex (Alexander Karim), un periodista del Stadsbladet, Eva (Anki Larsson), una bibliotecaria de armas tomar, Björn (Olle Sarri), un escritor de la conspiración, y Sture Norberg (Hans Mosesson), un antiguo periodista que bebe su propia orina, el protagonista intentará esclarecer un caso que le conducirá a la fama e, irremediablemente, al peligro de muerte.
Auténtica (y brillante) ficción enajenada “basada en especulaciones reales”, Una conspiración sueca resume en seis capítulos el sinsentido social en tiempos de la posverdad. Solo hay que ver a Sofía (Sandra Andreis) y a Isabella (Ida Hedlund-Stenmarck), mujer e hija del protagonista, para entender que la crisis generalizada no ha hecho sino comenzar.
A pesar de la aparente liviandad de su argumento, el guion (escrito por sus tres creadores) no muestra fisura alguna, llegando a ahondar con precisión y crítica social en el precio de la sanidad, el futuro de la prensa, las relaciones de pareja, la carestía de la vida y las hendiduras de una sociedad que abandona a demasiada población en sus márgenes.
Con todo, algunos aspectos de We Got This son auténticamente hilarantes, como la escena en la que el grupo escucha Ah, non credea mirarti de la ópera La sonámbula y no saben interpretar el tono de la soprano, arguyendo que se está muriendo o que se está autolesionando. No menos jocoso es el hecho de que un asesino a sueldo escuche cursos de autoayuda mientras espera a su víctima, repitiendo en voz alta: “Soy una persona fuerte y valiente; social, positiva, capaz de tomar mis propias decisiones”.
No obstante, los pasajes más burlescos son los referidos al poder, a la CIA, a los Illuminati e incluso su propio protagonista, un antihéroe de libro que lleva años viviendo en Suecia, no paga sus impuestos y ni siquiera se ha esforzado en aprender el idioma.
A pesar de su calidad visual —increíble fotografía de Simon Rudholm— y de su ritmo frenético, su punto fuerte reside en su aparente naturalidad, la sensación de improvisación que marca a sus personajes, su total desconocimiento del terreno sobre el que discurren sus pasos y los ímprobos esfuerzos que realizan por aparentar ser investigadores, aunque sus ademanes, mal que les pese, sean de un manual de intriga política para dummies.
Olvídense de la trascendencia de Viktor Sjöström, de la profundidad de Ingmar Bergman, de la emoción de Lasse Hällstrom o de la crítica feroz de Ruben Östlund, porque We Got This es un producto sueco sin la raigambre intelectual de sus predecesores, aunque mucho más profunda de lo que pueda aparentar.