Una comedia que vino del futuro para rodarse hace 30 años
Me acerco a la Academia de Cine de Madrid. Está pegado a Génova, desde la puerta se ve la sede del PP. Tanto arte junto podría producir una eclosión. Yo prefiero llamarlo oxímoron. Espero en el hall maquillada como una puerta, por motivos que tampoco vienen al caso, y entonces entra ella. Cuando Ana Belén aparece, todo lo demás no existe. Tiene esa ráfaga de luz acompañándola que te deja ciega. Me sonríe y me abraza, tras ella Víctor Manuel, sereno, feliz (no como cuando fue productor, que al parecer con el título te dan unos pantalones con los bolsillos rotos). Ellos son una de esas parejas que querrías ver todo el rato.
Entramos en la mesa redonda de El vuelo de la Paloma. Por orden ocupan sus asientos Fernando Lara (exdirector del Instituto de Cinematografía y las Artes Audiovisuales y de la SEMINCI), Juan Echanove, Ana Belén, José Luis García Sánchez (director), Víctor Manuel (productor) y Fernando Arribas (director de fotografía).
El vuelo de la Paloma es una película que vino del futuro para rodarse hace 30 años. Esto es lo que más sorprende: José Luís García Sánchez escribió con Azcona y dirigió una película de forma brillante que hoy tendría tijera por osada, por sarcástica... por fomentar la higiene mental. Sainete crítico que diluye la simplicidad de una ama de casa en una Madame Bovary. El personaje de Paloma es sencillamente sensacional, con una ejecución brillante por parte de Ana Belén. Una bestia parda de la actuación. No van descalzos Sacristán, Resines, Galiardo, Huete, Ciges, Rellán, Cañete o Adánez, que subliman la trama.
Expresiones contextualizadas en un guion irreverente como "¡qué pasa con los negros!" o "con el lío de la violación de las niñas (...)" o ese momento incómodo-placentero del personaje de Sacristán que acusa al de Resines de pederasta por acosar a su hija mayor (una María Adánez claramente menor de edad, y este segundo le replica inapelable: "si eso fuera así, me gustaría la menor de tus hijas, no la mayor") hacen imprescindible volverla a ver para sacudirnos el polvo en el que nos hemos visto enterrados con la Ley Mordaza y los tiempos de lo políticamente correcto.
La película habla de las vivencias en un metarodaje. Un rodaje dentro de otro, donde pasa de todo, pero no dentro, sino fuera: seducción, deslealtades, pillería, inteligencia, manifestaciones sindicales reales (la del 14 de Diciembre de 1988), chascarrillos y, sobre todo, humor. Humor vestido de una sátira impecable marca de su director (José Luís García Sánchez) y del maestro Azcona donde asistimos a un destilar de talento y de una agudeza perenne que este film sigue conservando intacto.
No deshilvanaré la trama porque está tan de moda que parece, como decía al comienzo, que se rodó mañana y me niego a hacer spoiler. Al fin y al cabo es una película tan recomendable como necesaria y no quisiera yo quitar el placer de que cada cual reflexionase a su manera a la salida del cine, con una bajada del IVA hecha ya realidad.
Por cierto: en la película vemos a un Juan Echanove orondo. Él mismo se encarga de contarlo con ese talante serio que te hace llorar de la risa. Nos cuenta que pesaba noventa y cuatro kilos y que si no bajaba de peso se libraría de la mili y podría seguir con su carrera de actor. Temiendo adelgazar y que se frustrara su sueño y su vida, le daban prioridad en los descansos del rodaje para comer: "Primero que coma Juan, que no queremos que adelgace". La historia tuvo un final feliz, por un lado porque él llegó a pesar ciento catorce kilos y superó con creces el sobrepeso que necesitaba para que no le militarizaran (muy a pesar de sus arterias) y, por otro, porque el servicio militar con el tiempo se vio rancio y obsoleto. Como el artículo del servicio militar obligatorio está todavía presente en nuestra Constitución, mi llamamiento a que no nos relajemos y no hagamos como con el humor, que nos cortan los capilares y el cine de ayer parece del mañana.