"Un país de maricones"
Puede ser bueno si lo hacen ellas, pero es malo si lo hacen los hombres
El machismo tiene dos grandes vías de hacerse presente, una es el refuerzo de su modelo a través de la potenciación de sus elementos (ideas, valores, mitos, estereotipos, costumbres, tradición, creencias…) y otra, por medio de personas que actúan como referente y “portaltavoces”, una combinación de “portavoz” y “altavoz” que lleva sus palabras a todas las esquinas de la sociedad, y sube el volumen de su mensaje para que todo el mundo lo escuche.
Desde que con el cambio de milenio las políticas de Igualdad comenzaron a hacerse realidad de una manera más coordinada, profunda en cuestiones esenciales y transversal, las posiciones tradicionales del machismo entraron en una especie de silencio decidido que, desde el punto de vista estratégico, se tradujo en una resistencia general y en una crítica puntual, en gran parte basada en la generación de confusión sobre los elementos que definen la realidad, para así crear la sensación de amenaza y ataque. Es lo que hemos denominado como “posmachismo”. Pero nadie defendía públicamente los postulados más tradicionales ni cuestionaba los derechos de las mujeres, tampoco la necesidad de actuar contra la violencia que sufrían. Se resistían, pero no atacaban de forma directa y explícita, al menos desde posiciones institucionales y de representación.
Todo ello cambió con la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos con su machismo exhibicionista. De repente, todo el temor a plantear en voz alta lo que en verdad se pensaba desapareció, y la política, las tertulias y las columnas se llenaron de palabras que unieron por primera vez en su mensaje la crítica a la igualdad y sus políticas y el ataque a quien las promovía, especialmente al feminismo y a los partidos de izquierdas por desarrollarlas. La derecha se llenó de “conservadurachismo”, una combinación de conservadurismo al uso y de machismo explícito, y los líderes se dieron cuenta de que jugar con ese mensaje daba puntos y votos. Así ocurrió con la ultraderecha, que aprovechó lo que ella misma considera la “derechita cobarde” y su posición, para plantear estos temas “negacionistas” de la desigualdad y la violencia de género de forma directa y vociferante.
Ahora, uno de los discípulos más avanzados de Trump, Jair Bolsonaro, ante la dramática evolución de la pandemia en Brasil ha intentado reforzar sus ideas y modelo al manifestar hace unas semanas que, “todos vamos a morir algún día. Tenemos que dejar de ser un país de maricones”.
Al margen de las responsabilidades que emanan de unas declaraciones de este tip, en quien tiene la posición para evitar que el impacto de la pandemia alcance la dimensión catastrófica que ya tiene en su país, sus palabras reflejan el modelo de sociedad que quiere y defiende. Para Bolsonaro y el machismo todo lo relacionado con las mujeres es negativo, puede ser bueno si lo hacen ellas, pero es malo si lo hacen los hombres.
De manera que los cuidados y una actitud temerosa ante la realidad, al ser elementos históricamente asociados a las mujeres, cuando se relacionan con los hombres hace que estos pierdan su condición, y se conviertan en una especie de quimera. Un ser con una doble estructura, la de “hombre-mujer” en la que lo femenino desvirtúa la condición masculina y la convierte, directamente, en lo que él considera que es un “maricón”. Un hombre que no es hombre, porque ser hombre es un pack que incluye la heterosexualidad junto a la fuerza, ser duro, no necesitar cuidado ni cuidar, esconder las emociones, no expresar afectos...
Y todo lo que no sea de ese modo es un desorden social, no una opción individual, porque el machismo ha definido una cultura que interpreta la naturaleza bajo una referencia antropocéntrica, y al antropocentrismo desde una visión androcéntrica.
De ese modo la realidad social es la que viene definida por la cultura a partir de esa concepción antropocéntrica de la vida que toma a los hombres como referencia. De manera que esta creación sitúa a los hombres como reyes de la creación, y a su creación (la cultura y la sociedad) como reino para su reinado.
Y en ese reino los hombres son los reyes y todas las demás personas sus súbditos, tanto más sometidas cuanto más se alejen del modelo dado y de las funciones, roles, tiempos y espacios definidos para ellas.
Para el machismo es preferible que la gente muera por cientos de miles que faltar a las referencias del modelo. Y no solo ocurre ahora con la pandemia y el COVID-19, ha sucedido siempre, como demuestra el hecho de que la identidad masculina esté en la base de conductas como la violencia homicida, el suicidio, los accidentes de tráfico y laborales, la mortalidad por enfermedades que necesitan de una detección precoz y un cuidado personal... en las que los hombres aparecen sobrerrepresentados.
Pero al machismo y a sus líderes parece darle igual todo ello, para ellos y su modelo, más vale un machista muerto en el ejercicio de sus funciones que un “maricón” en la calle.