Un domingo nada plácido. A propósito de un comunicado
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El comunicado de Plácido Domingo a raíz de las revelaciones-denuncias de ocho cantantes y una bailarina sobre los acosos sexuales que el cantante les infligió ahorran el eterno debate entre el derecho de las víctimas a no callar y a no ser silenciadas cuando consiguen sacudirse el pánico y el derecho del inocente a no ser condenado sin pruebas. Lo repasaremos.
Domingo lo inicia con una defensa-ataque típica: las pruebas no son fiables puesto que las denunciantes son anónimas. Con este comienzo oblitera y fulmina a una, a la mezzosoprano Patricia Wulf (EE.UU., 1958), y ojo al detalle, cantante de ópera jubilada tras una larga carrera; es decir, ya no tiene que temer ninguna represalia profesional. El patriarcado siempre se ha servido de la supuesta falta de pruebas en este tipo de casos para excusar sus torpezas, perpetuar su poder y seguir disponiendo sexualmente de las mujeres. Además, son, según él, acusaciones «inexactas» (inaccurate, en el original). Quizás no son precisas pero lo importante es que no las niega.
A pesar de inexactitudes y de anonimatos es doloroso ¡para él! tener que oír decir que ha molestado o incomodado a alguien. Y se aplica por segunda vez el mismo cataplasma: los muchos años que han pasado, recuerda que son hechos del pasado. Si para él ahora es doloroso, que intente ponerse en la piel de las denunciantes cuando las abordó y pruebe de imaginarse qué es el dolor.
A continuación vemos, pues, que se administra un parche sor Virginia. A tenor de lo que declara la nada anónima Wulf, hay que tener una extraña percepción de las cosas para pensar que había consenso. Parece mucho suponer. Después dedica un breve párrafo a un tópico de manual.
Afirma indirectamente que las denunciantes no lo conocían o no habían trabajado con él y apela a personas que sí lo han hecho. Una vez más, inexacto: Wulf trabajó con él en la Ópera de Whasington. Dos de las denunciantes afirman que nunca más fueron contratadas para actuar con él.
«Los que me conocen saben como soy y saben que siempre he valorado igual a las personas». ¿Les suena? Es un clásico. Son las palabras del exministro Miguel Arias Cañete tras decir una machistada tal como que había disimulado su inteligencia (la de él) para no abrumar a la candidata socialista Elena Valenciano en el debate que acababan de tener.
Que Domingo dañara, ofendiera o avergonzara a alguien no implica que perjudicara, ofendiera o avergonzara a todas las mujeres. Seguro que a Montserrat Caballé, no (al menos en este sentido). La diva reveló en una entrevista de treinta años atrás a Mercedes Milá que el tenor no quería trabajar con ella porque estaba gorda. Que lo podía demostrar con cartas de diferentes directores de teatros de ópera. A ella, concretamente, la quería bien lejos. Las dos caras de una misma moneda.
Pensar que un depredador, por masivo que sea, no es selectivo, es ir contra toda evidencia. Una vez escuché decir a un político ex seminarista que la pederastia de la Iglesia no existía porque a él no le había acosado ningún cura durante su estancia en el seminario. Si volvemos al caso desgraciadamente todas y todos tenemos pruebas de la astucia y el frío cálculo de los abusadores sexuales, ningún puesto de trabajo se escapa a ellos: trabajé en un instituto donde el director lo era. Al margen de la acosada (o acosadas, que no lo sabemos) nadie se había dado cuenta; al contrario. Liga con las declaraciones de incrédulas vecinas y vecinos sobre la pretendida bondad de un maltratador cuando le pillan.
He aquí la madre del cordero. La «normalidad» del abuso a las mujeres, a las compañeras de trabajo, especialmente si el agresor tiene poder y/o prestigio. Una confesión en toda regla que, de paso, desmiente a sus defensoras. Acosaba porque podía, porque no pasaba nada, porque las mujeres no piaban, y si piaban, recibían. Menos mal que una parte más o menos grande de hombres con poder y/o prestigio no se regían por estos laxos estándares en cuanto a agredir las mujeres.
Termina, pues, con una curiosa pirueta que mezcla dos tipos de estándares. ¿O está diciendo que al ser un tenor tan formidable tiene bula, no se le debe tener en cuenta nada? Como todavía se hace con los políticos (Jair Bolsonaro, Donald Trump, Rodrigo Duterte, Vladimir Putin, Joe Biden...), o con hombres impulsados por dicho poder político (parece que de 1991 a 2018 no haya cambiado nada: tanto Clarence Thomas como Brett Kavanaugh son miembros del Tribunal Supremo yanqui a pesar de las fundamentadas denuncias de Anita Hill y Christine Ford, respectivamente), o con los futbolistas de élite.
Dos detalles.
Uno. Varias profesionales (es otro clásico que se recorra a voces femeninas para defender a machistas) han salido en defensa de Domingo. Perfecto. A grandes rasgos vienen a decir que a ellas no las ha acosado. Es curioso como lo explica a veces la prensa. El titular de un diario rezaba así: «La soprano Pilar Jurado defiende a Plácido Domingo: ‘Es un perfecto caballero’», pero ya el subtítulo da alguna pista de la opinión mucho más matizada de Jurado: «La presidenta de la SGAE afirma que ‘nunca se ha sentido acosada’ en su relación con el tenor». Y el cuerpo del artículo, lejos de la imagen intachable e impoluta del cantante que presenta su titular, apunta algo tan razonable, irrebatible y lógico como lo siguiente:
Dos. Al margen de las nueve denunciantes, hay una gran cantidad de testimonios que hablan del secreto a voces del mal comportamiento, de los acosos constantes de Domingo. Muchas de las mujeres que lo acusan explican que había colegas que les advertían repetidamente que nunca se quedaran a solas con Domingo, ni siquiera en el ascensor. Tengo una amiga que hace ya más de treinta años que no sube con ningún desconocido a un ascensor. Educadamente le o les deja subir antes que ella. Se la tildaba de desconfiada, de despreciar a los hombres, de exagerada, de radical. El tiempo acaba poniendo las cosas en su lugar.