Ucrania, las refugiadas y el frío invierno
Con la escasez de gas y el encarecimiento de los precios, nos encontremos con un recrudecimiento de la crisis humanitaria.
Dos jóvenes cantan en el centro de Madrid, a escasos metros de la famosa Puerta del Sol. “Somos de Ucrania. Ayúdennos”, dice un cartón a sus pies. Nadie se para. Nadie las ve. Seis meses después de que estallara la guerra de Ucrania, las mujeres, los niños, los ancianos y las personas discapacitadas que tuvieron que abandonarlo todo para huir de las bombas –como en tantos otros conflictos- están en una encrucijada a la que no ven un fin cercano. Ni dentro del país ni en los países vecinos ni a miles de kilómetros.
Las imágenes de decenas de miles de personas cruzando la frontera de Ucrania hacia Polonia, Moldavia o Rumania parecen ya historia, pero ¿volverán con el frío invierno que se avecina? ¿Cómo serán acogidas si tienen que volver a escapar de sus hogares? ¿Se repetirán las escenas de discriminación en las fronteras? ¿Qué pasará con las personas ya acogidas en una Europa en crisis que no puedan volver a sus destruidos hogares?
Las preguntas, y con ellas la incertidumbre, acechan de punta a punta del continente. Desde luego, la peor parte se la llevan quienes siguen en la zona de conflicto, ahora circunscrito al este ucraniano, al Donbass, donde organizaciones como Alianza por la Solidaridad /ActionAid, que lleva meses trabajando en la crisis humanitarias generada por la guerra, tienen imposible entrar. “Sólo tienen presencia las ONG internacionales que se dedican a salvar vidas directamente, pero si que trabajamos apoyando a organizaciones locales que están trasladando a personas con discapacidades o ancianas hacia el oeste y que también proporcionan los medicamentos necesarios, por ejemplo para quienes padecen enfermedades crónicas, así como alimentos”, cuenta Triona Pender, una irlandesa que, como coordinadora de la respuesta humanitaria de Action Aid, lleva desde junio en Polonia. “Es difícil saber lo que va a pasar este invierno, pero si no se para la guerra podría haber otra salida masiva de población; de hecho, ya estamos ya planificando con Naciones Unidas un plan de emergencia para cuando llegue el frío porque, con la escasez de gas y el encarecimiento de los precios, nos encontremos con un recrudecimiento de la crisis humanitaria”, explica Triona.
Desde su llegada, nos relata cómo ha visto disminuir el flujo salidas de Ucrania, hasta prácticamente desaparecer. De hecho, más de la mitad de las personas que salieron en los primeros meses –casi todas mujeres con sus hijos- han regresado al ver que el conflicto se estancaba en la zona oriental. Desde febrero, según cifras de la ONU, salieron de Ucrania 10,6 millones de personas pero para el 10 de agosto habían vuelto 4,5 millones. Por Polonia, de los 5,4 millones que cruzaron la frontera, han regresado 3,4 millones. Muchos fueron a otros países del continente, como los 180.000 que llegaron a España, y los que siguen allí están acogidos por familias (el 40%) o en alquilar (el 41%) mayoritariamente. Los campamentos ‘solidarios’ han desaparecido.
A Alianza ActionAid preocupa, y ocupa, la situación de quienes ya eran migrantes en la Ucrania pre-guerra, de países asiáticos y africanos. Muchos salieron sin documentos y sin recursos y ahora se encuentran en una de esas “brechas” legales que se convierten en pozos de los que se les trata de sacar con asesoramiento y apoyo. La realidad es que ni pueden regresar adonde salieron ni pueden ir hacia otros destinos. También son “brechas” las que se encuentran las personas LGTBi que han logrado abandonar Ucrania o las etnias minoritarias, como la población gitana: ¿cómo superar la discriminación ante una diversidad sexual o cultural a la que no se quieren reconocer derechos?
Pero si en algo tiene el foco desde que comenzó el conflicto esta organización es en la situación de las mujeres, ucranianas o no, desplazadas por la guerra con sus hijos menores. “El hecho de que la mayoría de los solicitantes de asilo sean mujeres y niños significa un alto riesgo de explotación y abuso sexual. Es probable que a mediano plazo comiencen a surgir más casos de violencia sexual, dado que nunca es inmediato porque las mujeres tienden a poner las necesidades de sus familias e hijos por encima de las suyas. A ello se suma que llegan a países donde derechos que tenían, como el aborto, no existen”, menciona Pender. Preocupa también cómo se incita a las jóvenes dentro de Ucrania a militarizarse y un aumento del número de armas circulando que nadie recogerá cuando acabe el conflicto.
Afortunadamente, las organizaciones de mujeres dentro de Ucrania -con muchas de las cuales colabora Alianza por la Solidaridad-ActionAid-, se han fortalecido desde marzo, convirtiéndose en agentes humanitarios fundamentales. Otra cosa es que sus voces sean tenidas en cuenta en espacios de decisión en los que todo indica que tienen más credibilidad las organizaciones internacionales que las locales, pero están trabajando para mantener su espacio.
En otros países fronterizos con Ucrania, la situación no es mejor. En Rumanía o Moldavia, los equipos sobre el terreno ya detectan un sentimiento anti-refugiados en comunidades de acogida en las que se acrecienta la división entre el “nosotros” y “ellos”. El contexto económico, con la crisis de inflación en los precios, no auguran nada bueno. Ya se han denunciado campañas de desinformación, en las que se acusa a los y las refugiadas de recibir ayudas exageradas o de cometer delitos, mientras escasean iniciativas que promuevan la cohesión social.
Con este panorama, las preguntas del inicio siguen sin respuesta. La historia de otras guerras nos cuenta que la memoria social es frágil, que la solidaridad humanitaria (que no consiste en donar armamento de última generación) se rompe en añicos cuando nuestro nivel de vida occidental se resiente, que la pertenencia a “la tribu” -sea ésta pueblo, etnia o país- se hace fuerte ante crisis como la que se acentuará en unas pocas semanas si caen las temperaturas donde hoy siguen cayendo bombas.
Hoy, en nuestras calles, ya ni miramos al pasar al lado de refugiadas huidas de la guerra más mediática que se recuerda. Ser conscientes de que están allí y aquí y seguir apoyando la reconstrucción de sus vidas es lo que evitará que caigan en el saco, ya demasiado lleno, de la indiferencia social.