Trump no dispara, pero da "megáfono" y "gasolina" a los supremacistas
El presidente de EEUU, al fin, condena el racismo blanco que tanto han avivado sus propias declaraciones. Pero antes ha sembrado mucha división en su país
8 de mayo de 2019. Panama City Beach, Florida, EEUU. El presidente norteamericano, Donald Trump, participa en un mitin con sus partidarios. Minutos de quejas sobre la “invasión” de extranjeros, los “criminales” que se esconden entre los sinpapeles, la “inseguridad creciente” en localidades fronterizas con México. ”¿Cómo se detiene a estas personas?”, se pregunta. Un entusiasta seguidor le responde a gritos: “Dispárales”. El comentario genera risas en el recinto. El magnate guarda silencio y también sonríe, se regodea de la escena unos instantes. Luego suelta un chiste local y se acaba el episodio. El mensaje está lanzado: Trump dio ese día su aprobación tácita al uso de la violencia contra los migrantes.
Él no tira a matar ni se lo ordena a nadie, evidente, pero sirve de “altavoz” y de “gasolina” a los que anhelan hacerlo, que cada día son más, sostienen los analistas. Sus compañeros republicanos se llevan las manos a la cabeza ante las acusaciones de ONG, de la prensa mayoritaria y del Partido Demócrata de que, si no es responsable directo de los dos tiroteos que hemos tenido este fin de semana -en El Paso (Texas) y en Dayton (Ohio), con 29 muertos como balance-, sí que contribuye al menos al clima de violencia. “Dios mío, ¿alguien realmente está culpando al presidente? La gente está enferma”, ha rechazado en la NBC su jefe de gabinete, Mick Mulvaney.
Vayamos a las palabras, a los hechos y al análisis. Este lunes, tras un fin de semana de silencio mientras jugaba al golf en Nueva Jersey, apenas roto por unos tuits, el mandatario norteamericano ha comparecido para condenar, de forma expresa e insólita, “el racismo, el fanatismo y el supremacismo blanco”, un llamamiento que pide a su pueblo que entone “con una sola voz”. Hasta ahora, este terrorismo doméstico al que se niega a llamar así -demasiado parecido al yihadismo, entonces, demasiado contundente para cierta base de su electorado-, lo había rechazado con mucha tibieza, con palabras como “acto de cobardía”. Ahora ha añadido: “Estas ideologías oscuras deben ser derrotadas”.
Presionado por la opinión pública, la prensa y sus asesores, lo ha dicho algo más claro, pero en una comparecencia en la que desde luego no ha valorado si él mismo tiene o no responsabilidad en lo ocurrido, con sus declaraciones incendiarias, y en la que ha añadido excusas complementarias para explicar lo ocurrido: ha hablado de posibles enfermedades mentales de los atacantes (no verificadas a esta hora por médico alguno) y del papel de la violencia de los videojuegos y la televisión. No ve un problema, de nuevo, en la tenencia de armas. “Son la enfermedad mental y el odio las que aprietan el gatillo, no la pistola”, ha sentenciado. Por eso, de reforma legal sobre el asunto, nada.
Analistas como el abogado George Conway ya habían avisado en Twitter de que esto pasaría. Tras el silencio, unas bonitas palabras, pero sin más fondo. Nadie espera en Washington que la postura del presidente respecto de la inmigración cambie. “No hay esperanza en pensar que se reformará (...). Los asesinatos son una posible (y predecible) consecuencia de su retórica”, denuncia el director de The Atlantic, Jeffrey Goldberg.
Y es que viene de lejos, de muy hondo. Trump ha defendido que los extranjeros que llegan a su país son “criminales”, “violadores”, que proceden de “países de mierda”, “infectados”, con la misión de llevar a cabo la “invasión” de EEUU. Hay tuiteros que han contado las veces que ha usado esa palabra, “invasión”, en lo que va de año. Son unas 65 en 217 días. Es justo el término que usó el atacante de El Paso en el texto que publicó poco antes de la masacre, en el que decía que quería limpiar de hispanos su “querida Texas” porque se lo iban a quedar todo.
“La gente odia la palabra invasión, pero es lo que es. Una invasión de drogas, de criminales y de gente”, dice uno de los tuits más polémicos del mandatario. Como escribe el jefe de corresponsales de The Washington Post en la Casa Blanca, Philip Rucker, siempre hace un uso “implacable” de cualquier “púlpito”, a voces o a dedo limpio, con un lenguaje agresivo que es ya “una característica consistente y definitoria” de su presidencia.
El asesino del Walmart quiso dejar claro en su documento que no actuaba movido por Trump, sino que su pensamiento sobre los extranjeros data de antes de la campaña del magnate, 2015-2016, cuando comenzó con el racismo como hilo argumental, con tan buenos resultados. Vamos, que Patrick Crusius, que así se llama el chico de 21 años, ya era racista de antes.
″¿Hace falta esa precisión para que no confundan al cerebro del atentado? Es un detalle preocupante, porque recuerda a aquello de excusatio non petita... O sea, que la ideología de uno y de otro están tan alineadas, a ojos del atacante, que tiene que puntualizar. Hemos llegado a un punto, tristemente, en el que no analizamos si Trump va a actuar contra las armas y cómo, sino si él mismo contribuye a que estas matanzas ocurran”, lamenta el analista belga Johan Van Looveren, especialista en control de armas y colaborador de entidades como Oxfam.
A su entender, Trump lleva años “generando divisiones en cuanto a raza, religión e identidad”, dentro de una “estrategia política para lograr el apoyo de sus seguidores blancos, posiblemente de zonas deprimidas, que aún creen que su problema es lo que les quitan los de fuera”. Por ejemplo, cita la llamada “teoría del gran reemplazo”, defendida por la ultraderecha, que sostiene que los blancos (cristianos, sobre todo) están siendo sistemáticamente sustituidos en “su” tierra por árabes, subsaharianos... cualquiera que no sea como ellos. “Trump no lo ha defendido directamente, pero sí ha cuestionado la identidad de EEUU como nación multiétnica, defendiendo sólo la migración de personas blancas, como fue el caso de su abuelo de Baviera. “De bien”.
“Eso, con los días, independientemente de las motivaciones finales de los tiradores [se ha descubierto ahora que la hermana y el novio del de Ohio, Connor Betts, están entre las víctimas y se abren por eso nuevas vías de investigación], hace que se avive el miedo al otro y el odio al distinto, hablemos de latinos, negros o musulmanes. Sí, hay una cierta relación causa-efecto, pero no podemos decir sin riesgo a equivocarnos en qué porcentaje, cuán determinante es”, sostiene Van Looveren.
Básicamente, resume, echa “gasolina” sin preocuparle “lo cerca que está la llama”. “Hay que reiterar que lo que dice el presidente no es algo excepcional, sino una manera de pensar que tienen no pocos ciudadanos de EEUU y que antes no se verbalizaba ni se expresaba o, como mucho, con un nick, en internet”. Ahora proliferan los chats especializados en supremacismo, como 4Chan y 8Chan, donde el intercambio de información, de planes, de lecturas, se hace a cara descubierta, porque no da “vergüenza”. Hasta el creador de uno de ellos ha pedido que se cierre, visto lo que alimenta. “Cerrad la página. No le está haciendo ningún bien al mundo. Es totalmente negativo para todos, excepto para sus usuarios. ¿Y sabes qué? Es malo para ellos también. No se dan cuenta”, ha dicho Frederick Brennan.
Una “volatilidad” insólita
La experta en autoritarismo Ruth Ben-Ghiat, en una entrevista con el grupo francés Mediapart, explica que Trump es egoísta y racista, pero que todo tiene su método. Es estrategia. Exitosa. “Su retórica es un intento concertado de construir y legitimar una ideología de odio contra personas no blancas y la idea de que los blancos serán reemplazados por otros”, señala. Claro que las palabras solas no matan, pero la especialista recuerda el marco, donde todo suma: leyes de tenencia de armas muy laxas en cuanto a la consecución de licencias y a las multas por mal uso, más discursos con rango oficial y tuits para un público mayoritario con “incitaciones” a la violencia. ¿Resultado? Una “volatilidad” nunca vista, en la que la mecha puede prender en cualquier momento.
Leonard Zeskind, activista pro derechos humanos y autor de Blood and Politics (Sangre y política), un compendio sobre el nacionalismo blanco en EEUU, también está concediendo diversas entrevistas en la prensa de su país (NBC, CNN) y transmite una idea similar: los supremacistas son “autónomos” respecto a cualquier formación, no son todos republicanos, pero las declaraciones “furibundas” de Trump “energizan” a los seguidores de esta ideología. “Les da voz, es su megáfono”, resume. Eso acaba por lograr dos cosas: que se cree una “atmósfera” en la que “algunas personas interpreten que el presidente lanza una buena señal para sus propósitos” y que estas personas se vean “legitimadas” en sus idearios.
En el seno del partido demócrata, el más crítico con Trump, ha habido una escala variada de denuncias. Desde el candidato a la Presidencia Cory Booker, el más polémico por decir sin medias tintas que el republicano es “el responsable” de estos dramas porque “aviva los miedos, el odio y la intolerancia”, a otra candidata, Kamala Harris, que se ha ceñido a un “las palabras del presidente tienen consecuencias”, pasando por el aspirante más carismático y progresista, Bernie Sanders, quien ha avisado de que cuando tu lenguaje es “racista y antiinmigrantes” hay “personas mentalmente inestables en este país, que ven eso como una señal para hacer cosas terribles”.
Los republicanos sostienen que son acusaciones “repugnantes” y “erróneas”, que sólo buscan hacer campaña a dos años de la elección presidencial y con el liderazgo demócrata en juego.
Los hechos
El hombre que hoy dice sentirse “indignado y asqueado” por las matanzas es el mismo que, hasta ahora, se ha retratado con sus actos en favor de los criminales blancos. ¿Qué ha hecho su Administración? Cuando quien mata es un musulmán, se aplican vetos de entrada y viaje al país; si hay un caso en el que el malo es un hispano o latino, saca su plan de levantar el muro con México. Si es negro, reclama que se incrementen los policías y las penas. Si es blanco... “Pensamientos y oraciones”, es lo más que había dicho el presidente en Twitter hasta su comparecencia de hoy, en la que ha pedido “pena de muerte” y ejecuciones “rápidas” para los culpables.
Mientras, ha estado separando familias (900 en 13 meses), firmando nuevos acuerdos de deportación, tratando de convertir en zonas seguras países de extrema violencia como Guatemala o El Salvador, manteniendo centros para migrantes en condiciones lamentables o metiéndose con congresistas demócratas de origen extranjero o raza negra. “Ustedes no están consolando a nadie. Ustedes son parte de la maquinarias. Ustedes son parte del problema”, como denuncia el escritor Don Winslow, que ha hecho precisamente de El Paso un escenario importante en sus novelas.
Cada vez que ha defendido una de esas apuestas de puño de hierro se ha vanagloriado de tener a su lado a “gente dura”, “sin miedo”, “capaz de muchas cosas”, que “juegan duro” por EEUU. Más aliento para los violentos.
Con datos del FBI
Mucho más allá de analistas y partidos, los expertos en seguridad llevan tiempo encendiendo las luces rojas sobre esta radicalización del supremacismo blanco y su ligazón con Trump. Apenas cuatro días antes del ataque en Texas, Frank Figliuzzi, exdirector adjunto de contrainteligencia en el FBI, escribió una tribuna en The New York Times completamente reveladora. Apela a sus 25 años de experiencia en la casa para defender su “instinto” cuando ve una amenaza. Y ahora la amenaza es el presidente. “El instinto y la experiencia me dicen que nos enfrentamos a problemas en forma de violencia, de odio blanco, avivada por un presidente radicalmente divisivo. Espero estar equivocado”, arranca.
Porque sabe, pone datos sobre la mesa: desde octubre se han registrado 90 arrestos por terrorismo doméstico, en lo que engloba anarquistas, antisistema, extremismo no islámico y supremacismo blanco, entre otros. De 850 investigaciones pendientes en el FBI hoy, el 40% tienen relación con “extremismo por motivos raciales”. En 2017 y 2018, el bureau realizó más arrestos por este tipo de terror que por yihadismo. Estos datos los confirmó en el Senado hace un mes el director del FB actual, Christopher A. Wray.
“Los informes indican que las protestas de Trump envalentonan a los grupos de odio blanco y refuerzan a los blogueros racistas, sus sitios de noticias y sus plataformas de redes sociales”, señala, al hilo del ataque del presidente a cuatro representantes demócratas de origen extranjero. Una de ellas, Ilhan Omar, dijo entonces: “Estamos ante la agenda de los nacionalistas blancos, da igual si pasa en un chat o en la televisión nacional. Y ahora está llegando al jardín de la Casa Blanca”. Figliuzzi no puede ser más contundente: “Ella tiene razón”.
No se puede acusar al magnate de incitar directamente, dice, “pero faculta a las personas odiosas o potencialmente violentas con su retórica divisiva y con su reticencia a denunciar inequívocamente la supremacía blanca”. ¿Por qué replica con tanta fuerza a las acusaciones de la trama rusa o a un intento de juicio político demócrata pero no carga con igual severidad contra estos asesinos?, se cuestiona el experto. Se responde, en la línea de Ben-Ghiat: “ha elegido una estrategia de reelección basada en apelar a los distintos tipos de odio, miedo e ignorancia que pueden conducir a la violencia.
Haya o no petición expresa, “hay mentes desequilibradas entre nosotros que pueden no notar la diferencia” y sentirse alentados. Más aún, denuncia: “otorga una licencia a aquellos que se sienten obligados a erradicar lo que Trump llama infestación”. El exanalista del FBI ni siquiera tiene claro si el republicano es o no racista, pero es lo de menos. El relato le va, aunque “su camino puede conducir al derramamiento de sangre”.
Vaticina, incluso, una oleada de dolor desde sus asesores si se dan más ataques -lo tenía claro 96 horas antes de los más recientes-, compungidos y llorosos. “No os creáis ni una palabra”, dice a los lectores del NYT. “Los terroristas no hacen así: están inspirados, cultivados y dirigidos. Nuestra experiencia con la radicalización online ha demostrado que hay un camino claro hacia la violencia. Me temo que estamos en eso”, finaliza su tribuna, un éxito viral en las últimas horas.
De momento, hoy ha puesto cara de “yo no he sido” y voz solemne, ha sacado el dedo en alto para advertir y ha usado palabras más firmes que en otras ocasiones. ¿Servirá, cambiará algo? Poco, parece, si la estrategia está tan bien pensada. Trump quiere ganar en todos los frentes: con sus votantes blancos indispensables y con la opinión pública (que una cosa es que diga que le da igual que ladren los “mentirosos” de los medios y otra, soportar análisis tan contundentes como los de estos días).
La credibilidad, aún, no la tiene. La confianza, tras días escondido jugando al golf con dinero público, tampoco. La empatía...