Trabajo en una residencia y he necesitado meses de terapia para asimilar lo que vi con el covid

Trabajo en una residencia y he necesitado meses de terapia para asimilar lo que vi con el covid

Era una mujer superfuerte y me convertí en una muñeca de papel. Me ha costado mucho volver a ser la que fui, aunque el arañazo en el alma persiste.

PalomaSERGI GONZÁLEZ

Este blog forma parte de la serie Resistir. Crecer. Evolucionar, un proyecto global del HuffPost en el que distintas personas narran cómo les cambió la vida hace dos años la pandemia de coronavirus.

Soy Paloma*, vivo en Madrid y trabajo en una residencia de ancianos. Me pedís que os cuente cómo fue mi experiencia y la de las trabajadoras de este sector cuando estalló la pandemia. No puedo sentarme a escribirlo sin ponerme a llorar. Sólo puedo decir que fue horrible. Todo fue un caos, una situación de indefensión tremenda. 

Antes de que se declarara en marzo el estado de alarma, ya teníamos casos de covid, tanto en el personal como en los residentes. Al principio nos dijeron que no nos pusiéramos mascarillas porque podíamos asustar a los residentes. Cuando se vio que la gente iba cayendo como chinches, ya era tarde. Tampoco había material en ese entonces, ni EPIs para todas las trabajadoras. Con suerte, íbamos con una mascarilla quirúrgica que nos duraba dos o tres días. Íbamos con miedo al trabajo, nos daba pánico llevar el virus a casa, o enfermar nosotras. 

Al final, todas caímos. Estábamos en primera línea de fuego. Pero en quienes más impactó el virus fue en los residentes. El 20 de abril, cuando yo me contagié, ya habían muerto 63 de los 180 internos de mi centro. Fue todo un caos. Yo viví desde dentro el impacto que tuvo la circular de la Comunidad de Madrid que prohibía derivar a residentes a los hospitales. Había cadáveres metidos en bolsas. Los ancianos estaban encerrados en sus habitaciones, les llevábamos la comida en bandejas, sin poder asegurarnos de si comían o no. Fue un ataque tremendo a la dignidad humana.

No me imagino el sufrimiento de la gente que ha tenido a un familiar en una residencia o un hospital sin poder cogerle la mano antes de morir. Debe ser la peor de las torturas

Las familias no sabían nada, les daban la información con cuentagotas, muy minimizada. Nos prohibieron que utilizáramos nuestros móviles para que los internos pudieran hablar por videoconferencia con sus familiares. Debió ser durísimo no saber de ellos. Yo he tenido el privilegio de que mi gente ha muerto agarrada de mi mano: mi padre, mi madre y mi hermana. Sin moverme de su lado. Es un sufrimiento, sí, pero no me imagino el sufrimiento de la gente que ha tenido a sus familiares metidos en una habitación de una residencia, o de un hospital, sin poder cogerles la mano para despedirse. Creo que esa es la peor de las torturas que puede tener un ser humano. Me ha costado llegar a decir esto, pero me alegro de que mi hermana se muriera un año antes de la pandemia. Me alegro de haber podido estar con ella.

  PalomaSERGI GONZÁLEZ

A lo mejor soy hipersensible con este tema. En lo peor de la pandemia, cuando una vecina mía, que tenía a su marido en mi residencia, me pidió que pasara a ver al hombre para luego contarle a ella cómo estaba, no pude negarme, aun a riesgo de enfrentarme a sanciones. El hombre estaba en la sexta planta, tenía fiebre, y yo iba a verlo para reconfortar a mi vecina. Los responsables de mi residencia me acusaron de subir a la sexta planta para fotografiar a los muertos. Necesité meses para atreverme a soltar eso en la consulta del psicólogo… me daba hasta vergüenza. 

He estado preparada para afrontar todo en esta vida, pero el dolor de ver así a los ancianos no he podido superarlo

El día 20 de abril del año de la pandemia me contagié. A nivel físico, tuve fiebre, perdí el olfato y el gusto, me salieron manchas en la piel, se me cayó el pelo, tuve arritmia y taquicardias, que se me han quedado. He recuperado un poco el olfato y, a ratos, el gusto. A nivel psicológico, tuve que empezar a ir a terapia. Siempre he sido una mujer muy fuerte, siempre me he negado a reconocer mi vulnerabilidad. En mi vida personal he pasado mucho, mucho. He cuidado durante años a mi hermana, con una incapacidad del 99%, y a mi madre. He estado preparada para afrontarlo todo, todo, pero el dolor de ver así a los ancianos, de verlos confinados 24 horas al día, eso no he podido superarlo. 

Empecé a tener trastornos del sueño, pesadillas, siempre tenía ganas de llorar, y una impotencia terrible. Las pesadillas con esas personas me minaron, me rompieron. Todo el cuerpo se me dio la vuelta. Pasé de ser una mujer superfuerte que podía con todo a sentirme una muñeca de papel. Mi médico de cabecera me derivó automáticamente a salud mental. 

  Detalle durante la entrevista.SERGI GONZÁLEZ

He estado en terapia un año y dos meses. Ahora sigo teniendo un arañazo en el alma, eso no se me va a quitar nunca, pero he aprendido a vivir con ello. En terapia me sacaron del pozo. Me negué dos veces a tomar medicación, porque, cuando empecé con ella, me dejaba tonta, como en un limbo. Sentí que ese no era mi problema.

Tardé mucho en escupirlo todo, pero en el momento que pude reventar, hablar y soltar todo aquello que me estaba minando empecé la remontada, aunque me ha costado volver a ser la persona que fui. Al menos, sigo teniendo esa fuerza y esas ganas de luchar y de vivir que en algún momento perdí. Tuve mucha suerte con el psicólogo.

Las pesadillas me minaron, me rompieron. Pasé de ser una mujer superfuerte a sentirme una muñeca de papel. Cuando pude soltarlo todo, empecé la remontada

Volver a la residencia después de esos meses también fue muy duro. Cuando vi cómo habían quedado los que habían quedado, se me puso un nudo en el estómago. Todo el día me repetía: ‘Vamos, Paloma, tira, que has pasado por cosas peores’. Al final, te acostumbras.

Me queda la alegría de pensar que mi trabajo puede cambiar la vida de la gente. Conseguí, por ejemplo, que el marido de mi vecina pudiera volver a andar después de meses hospitalizado por covid.  

Nuestro trabajo es vocacional. Cuando fichas y ves esas caritas, se te olvida todo lo demás. Pero los responsables de este sector no deberían aprovecharse de eso. Estamos en unas condiciones pésimas. Una gerocultora cobra, por convenio, 985,34 euros brutos al mes. Yo, que tengo un contrato parcial, gano 645 euros. Hay que tener calidad de vida y calidad de muerte, y en pandemia no se tuvo ni una cosa ni la otra. 

Somos la piel de los residentes, las que vemos las primeras señales de alarma si algo va mal, las que damos el primer aviso. Nuestra responsabilidad es alta, pero la remuneración y la consideración son bajas. Somos las ‘limpiaculos’.

  Detalle durante la entrevista.SERGI GONZÁLEZ

Las residencias tienen que dejar de verse como un negocio. Ahora, que hay menos residentes, los empresarios intentan rentabilizar de alguna manera. ¿Y cómo se hace eso? Recortando en material y en personal. Tenemos un desgaste físico tremendo, un desgaste emocional fuera de lo común, y una sensación terrible de frustración. Pero no se contrata a más personal. 

Ahora hay menos residentes, sí, pero con mayores necesidades, tanto físicas como de afecto, de cariño y de apoyo. Muchos han quedado muy desorientados, y eso es muy difícil de recuperar.

Nuestra responsabilidad como gerocultoras es alta, pero la remuneración y la consideración son bajas. Somos las ‘limpiaculos’

Todas estas carencias las ha puesto de manifiesto el covid, pero esto ya existía de antes. El único consuelo que nos queda ahora es que todos los residentes están vacunados. Y que si vuelve a entrar el virus nos pillará más preparados y protegidos. 

Pero no podemos obviar que todos nos hemos quedado bastante tocados después de lo que vivimos. Después de ese aislamiento tan tremendo, las facultades de los residentes se han visto seriamente perjudicadas. Y también las de las trabajadoras. Yo no soy la única, ni mucho menos, que ha pasado por terapia. Casi todos los sanitarios han necesitado ayuda psicológica. Y esto tiene que cambiar. La situación no se soluciona saliendo todos los días al balcón a aplaudir a las 8. Parece que no hemos escarmentado. 

*Paloma ha pedido mantener su anonimato para evitar posibles represalias por parte de su centro.

Este texto ha sido redactado por Marina Velasco a partir de entrevistas con Paloma.