Trabajo en tiempos de pandemia
La revolución laboral generada por el SARS-COV-2 no tiene nada que ver con la impronta que nos dejó la crisis del 2001 o la recesión económica del 2008.
El nuevo juguete de Marie Stahlbaum cobró vida la noche de Navidad y, después de derrotar al rey Ratón –tras una espantosa batalla– la llevó a un reino mágico habitado por muñecos. Este es el argumento, a grandes rasgos, de El Cascanueces, el precioso ballet de Tchaikovsky, que dura exactamente ochenta y cinco minutos.
Dos minutos menos que el tiempo medio que pierden al volante diariamente los trabajadores de todo el mundo para acudir a su trabajo. Eso es al menos lo que se desprende de un estudio realizado a comienzos de año –el Tom Tom Traffic Index 2019– en el que se analizaron cincuenta y siete países y más de cuatrocientas ciudades diferentes.
Según los autores, en nuestro país la ciudad más atascada es Barcelona y la menos atorada, al menos automovilísticamente, es Cádiz, que además puede presumir según el estudio de ser la segunda urbe menos congestionada a nivel mundial.
Las masificaciones al volante, las obras en la calzada… pueden llegar a desquiciarnos, provocando mal humor, ansiedad, estrés y colocar en nuestra epidermis al “yo” más violento que todos llevamos dentro. Y todo eso “solo” para ir a trabajar…
La etimología de “trabajo” ya nos debía haber dado alguna pista. Este vocablo proviene del latín tripalliare, que significa atormentar o torturar. En época romana se utilizaba un cepo llamado tripallium –tres palos– para inmovilizar a caballos y bueyes antes de proceder a herrarlos o examinarlos. Un adminículo que sería usado más adelante para subyugar a los esclavos.
La revolución laboral generada por el SARS-COV-2 no tiene nada que ver con la impronta que nos dejó la crisis del 2001 o la recesión económica del 2008. La COVID-19 ha modificado profundamente el mundo del trabajo mediante la incorporación del teletrabajo, el cual ha llegado a nuestras vidas para quedarse.
Entendemos por teletrabajo aquella situación que permite trabajar en un lugar diferente a una oficina o a unas instalaciones de producción mediante la utilización de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
El teletrabajo abre las puertas a un amplio abanico de situaciones laborales, al tiempo que ha puesto sobre el tapete que los equipos pueden ser más autónomos y mejorar sus canales de comunicación.
Pero también el teletrabajo nos ha mostrado su cara menos amable, entre la que se encuentra la falta de desconexión y la dificultad para la conciliación familiar, problemas que se han hecho verdaderamente acuciantes en algunos sectores debido a que el teletrabajo se ha implementado de forma improvisada.
Además, y esto es lo más importante, ha cercenado lo mejor de las relaciones laborales: la creatividad. Este fulgor intelectual surge del impacto interpersonal, especialmente, en los momentos más informales de nuestra jornada laboral.
Steve Jobs sabía muy bien que el clásico café es una de las semillas de la innovación, por eso buscaba que los diferentes departamentos que trabajaban para él interactuasen al máximo en los momentos de descanso.
Entonces, ¿cómo vamos a prender esta chispa desde el teletrabajo? No nos queda otra que aplicar la filosofía aristotélica: en el término medio está la virtud. Habrá que escrutar nuevas fórmulas en las que cohabiten, con sentido común, el trabajo de presencia física –el decimonónico– con el teletrabajo.
Volvamos por unos segundos al lado de la pequeña Marie Stahlbaum… menos mal que en tiempos de Piotr Ilich Tchaikovsky no había teletrabajo. Quizás, sólo quizás, en tal caso nos hubiésemos quedado sin este hermoso ballet.