Toni Aira: “Iván Redondo sabe clarísimamente que emocionas o no existes”
Entrevista al politólogo, autor de 'La política de las emociones': “El coronavirus ha convulsionado la política”
¿Por qué tenemos la sensación de que la opinión pública y las maneras de influir en ella han cambiado tanto en los últimos años? Esta pregunta se hizo Toni Aira. Y empezó a estudiar detenidamente algunos de los liderazgos políticos más representativos de estos tintineantes tiempos: de Donal Trump a Angela Merkel pasando por Justin Trudeau, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
Ha llegado a una conclusión: las emociones son determinantes. Los líderes lo saben… y van a por ellas. “Siento, luego existo”. Lo ha plasmado en su último libro, La política de las emociones. Se afana en explicar cómo los sentimientos gobiernan el mundo. En España, tiene claro Aira (Barcelona, 1977), que el que mejor maneja esos estados de ánimo es Pedro Sánchez. Todo ello en una sociedad donde los platós se están convirtiendo en los hemiciclos. Pero, ojo, la llegada del coronavirus va a convulsionar todo, advierte este profesor de Comunicación Política e Institucional en la UPF Barcelona School of Management.
¿En la política actual sólo importan las emociones?
Tiene una sobredosis de emociones. Es hipertensa en lo que respecta a las emociones e hipotensa en el discurso más racional. No es que sólo importen las emociones, pero en el discurso pesa eso sobre todo y tiene consecuencias.
Es la época de la sobreinformación, hay centenares de medios, nunca los ciudadanos habían tenido tanto acceso a las noticias… ¿Es una paradoja que cuenten tanto las emociones?
Esto sorprende incluso a un escritor como Milan Kundera, autor de La insoportable levedad del ser, que se podría aplicar a la política actual. Él dice que paradójicamente somos las generaciones que más acceso hemos tenido a la formación y a la información, pero somos a la vez más sensibles que nunca a que nos apelen a la razón a través de la emoción. Ahí tiene que ver mucho nuestra manera de consumir mensajes y la audiovisualización de nuestras vidas, todo es pantallas y lenguaje televisivo. Nos hemos ido acostumbrando y tiene consecuencias. Al final el cómo consumes información también te condiciona el qué consumes.
¿Es más importante el plató de televisión que el Parlamento?
Se han dado casos en la política española que lo han demostrado. Recuerdo la anécdota de Ramón Espinar, que mientras se votaba en el Senado él estaba atendiendo a un programa de televisión. Le recriminaron eso y él respondió muy desacomplejadamente diciendo que su voto en este caso no era decisivo y que, sobre todo, le pagaban para explicar su posicionamiento en la televisión. Esa realpolitik en la que los medios pasan a ser en cierto modo hemiciclos en las sociedades modernas se impone. No es una cosa en concreto del populismo o de un país en concreto o de un liderazgo, sino que en diferentes niveles y dosis se trabaja en todo el mundo.
¿Quién es el político en España que maneja mejor las emociones?
Si tenemos que hablar de un líder político actual, sería Pedro Sánchez. Es un esgrimista y un personaje muy contemporáneo. Sin una línea argumental demasiado definida, los malos malísimos de enfrente lo hacen a menudo mejor de lo que pueda ser por sí solo. El resultado es que es el líder más votado y sin una oposición que sepa cómo tumbarlo.
¿Y a nivel internacional?
Si hablamos por países, Trump en el suyo no tiene rival. Es un huracán emocional, un personaje que consigue básicamente lo que hoy buscan los liderazgos políticos: no dejar indiferente y tener legiones de haters y de fans (más que de seguidores o votantes). Un personaje que contrasta con este exceso es Merkel, con un liderazgo político que conecta emocionalmente con su público. Genera además el sentimiento de la admiración. Y cuando lo tienes, tienes un tesoro. Todo lo que hagas a partir de ahí te da una credibilidad plus. No necesita polarizar tanto como Trump, no necesita ese blanco y negro.
¿Cómo es el votante de hoy en día? ¿Hasta qué punto le afectan las emociones?
Vuelvo a Kundera, él nos describió como homo sentimentalis. Es decir, que los humanos a día de hoy no somos el homo sapiens, sino el homo sentimental. Podríamos resumirnos como ‘siento, luego existo’. Tenemos casos de personajes que son muy populares en España, pero que no tienen un ápice de preparación o de valor añadido más allá de que se les reconozca una autenticidad o que se diga que se muestran como son. El votante no deja de ser al final ese ser humano que somos hoy en día. Prestamos atención a aquello que nos genera emoción.
El procés fue pura emoción también, ¿no?
Tuvo unas dosis de emocionalización del discurso por las dos partes y tiene poca comparación con lo que hemos vivido en los últimos años. No quiere decir que fuera el único caso. Pero si buscáramos uno paradigmático que retrate cómo las emociones acaban condicionando un liderazgo político o una causa, es lo que se vivió en Cataluña con el procés.
Antes hablabas de Sánchez. Uno de los grandes especialistas en emociones en España, que además lo citas en el libro, es su jefe de gabinete, Iván Redondo. ¿Cómo maneja esas emociones y cómo ve la política?
Es un personaje que sabe clarísimamente que emocionas o no existes. Es un ejemplo de esos spin doctors y de esos asesores de comunicación y estrategia que sabe que no sólo es importante hacerlo sino que se proyecte esa imagen bien. Y eso hoy en día pasa mucho por generar unos estados de ánimo y de opinión y proyectar un tono que conecte con aquello que definió Zapatero en su día del talante. Eso lo ha trabajado muchísimo Redondo con Sánchez y le ha dado muy buenos resultados, como mínimo a nivel de apoyo popular. Otra cosa es la gestión. La pandemia nos demuestra cómo se han tensionado las costuras de los liderazgos políticos. El coronavirus ha puesto a prueba todos los liderazgos institucionales y políticos del planeta.
¿El coronavirus ha cambiado la política?
La política no es estática. Más que cambiar, ha convulsionado la política. Ha trastocado todos los planes y ha provocado estrategias de reajuste importantes por parte de los gobiernos y de los liderazgos. Ha forzado a ajustar la dosis de emoción en la política porque estábamos corriendo un riesgo de sobredosis. Si de una cosa ha servido como toque de atención, es que la gente necesita de la emoción para centrar su atención en la política pero también necesita soluciones prácticas y gestión.
Esa emocionalidad la hemos visto de manera muy potente en los nuevos partidos, basta con escuchar un discurso de Vox, dirigido a los instintos más básicos.
Como en todo, hay grados. En el capítulo dedicado a Podemos, escribo que se trabajó un sentimiento de euforia, por lo que significaba recoger el 15-M. Dio unos resultados muy óptimos pero luego se ha ido reconduciendo. En el caso de Vox, es obvio que esta formación, como todas las populistas y de extrema derecha, lleva al extremo un proceder. Se irrumpe para romper consensos, eso no se hace con un tipo de comunicación plana y un discurso moderado. Se juega con el malestar, con el enfado. Se utilizan como arma arrojadiza contra el resto de partidos. Vox lo ha demostrado con la crisis del coronavirus, ha pasado de jugar con las palabras a hacerlo con los muertos (con la imagen de los ataúdes en la Gran Vía de Madrid).
En el libro hablas de la “tabernización” de los Parlamentos…
Esta expresión liga con lo que hablábamos antes de los platós y las Cámaras de representación. Al final la tentación es convertirlas en platós. Para que la gente pare el mando y se quede unos momentos contigo tienes que entretenerla y generar algún tipo de expectativa de trifulca y de que pase algo más allá de lo aburrido y administrativo. Todos han jugado a ello, sólo hay que ver las tomas de posesión de sus señorías.
Qué emoción caracteriza a…
Pedro Sánchez: Satisfacción, por la habilidad que tiene de encontrar antagonistas malos malísimos que llevan al público a apostar por él para darse el gustazo.
Pablo Casado: Tiene el problema de que genera poca emoción o mucha menos emoción que la de Sánchez, su gran antagonista, y Abascal, su competidor. Peligro de indiferencia.
Santiago Abascal: El enfado, juega con el malestar de capas de la población injustamente maltratadas pero que pueden creer que él puede ser la solución de manera injusta.
Pablo Iglesias: Euforia, fue lo que le impulsó. Pero nadie puede vivir en la euforia de manera permanente. La caída a partir de ella es dura. Gestionar la euforia a largo plazo es muy complicado.
Inés Arrimadas: Busca un sentimiento casi de compasión. Con lo que fue Cs o pudo haber sido, le han dejado un panorama muy difícil. Lo está intentando abordar con un posicionamiento menos duro que el de Rivera.
Carles Puigdemont: La impaciencia, ese sentimiento que atropelló a la política catalana, incluso a la española, durante un periodo de tiempo.