Todo lo que la clase política debería aprender de Fernando Simón
Estos son los valores con los que nos han hecho recuperar la fe en que hay otras formas de ser un personaje público y de trabajar por el bien común.
A partir del próximo martes nos faltará algo cuando abramos las webs y no esté él, cuando en las redes no podamos pinchar el vídeo de su genial respuesta del día. El fin del estado de alarma nos privará de la presencia diaria del hombre más querido, admirado y vilipendiado de toda la pandemia. Los partidos y los medios de extrema derecha le han crucificado pese a los doce ministros de Sanidad -de izquierdas y derechas- con los que ha trabajado desde que fuera nombrado por Ana Mato, la del PP de Aznar y Rajoy.
A partir de ahora, Fernando Simón solo aparecerá dos días ante los medios (los lunes y los jueves) y sus comparecencias se irán diluyendo durante el verano. Pero cuando esta pesadilla pase a los libros de historia, es muy probable que su imagen sea el icono que ilustre las pantallas de texto. Nosotras también hemos caído rendidas ante todo eso que representa Simón, quien sin pretenderlo ha puesto frente al espejo a la clase política que nos rodea. Cuando más necesitábamos creer en alguien, apareció él y dio una lección a este país de que se puede ser auténtico, sincero, amable, generoso y dejar el ego en casa.
Así que, queridos políticos y asesores de comunicación, tomen nota a ver si logran parecerse un poquito a él. Estos son los valores que nos ha transmitido y nos han hecho recuperar la fe en que hay otras formas de ser un personaje público y de lo que significa trabajar por el bien común, esa máxima que resulta tan gastada y a la que Simón ha devuelto su valor.
Importantísimo, se ha dirigido a la gente como seres inteligentes y no como un rebaño al que no merece la pena explicarle las cosas como son porque no las va a entender. Hacía tanto que no apelaban a nuestras neuronas que casi nos habíamos olvidado.
Autenticidad
Simón no ha podido ser más coherente, actuando de acuerdo a lo que piensa y siente, refiriéndose a los hechos con objetividad pero sin dramatismo. Con la naturalidad por bandera, se ha dirigido a los ciudadanos como si les estuviera contando los hechos en el mismo salón de su casa, con el respeto que mantendría un invitado en su primera visita. Una imagen en las antípodas de la gravedad que el presidente buscaba en sus comparecencias o el agravio pretendido por Casado.
Independencia
Le han querido tildar de cargo ideológicamente dependiente del Gobierno, pero la realidad aplasta a veces las mentiras. Y esta es una de esas ocasiones en las que ponerle un sello a alguien es imposible. Jamás, en tantos días, ha hecho una declaración que pudiera interpretarse políticamente. Su fidelidad está con la gente, no con unas siglas.
Confianza
Esencial. Simón ha sido la persona de la que fiarse, quien ha generado confianza. La sinceridad con la que se expresa, su mirada transparente y la expresión bondadosa han contribuido a que haya podido conectar con quienes ávidos de información veraz, estaban deseando escucharle cada día. La seguridad en que a pesar de lo terrible de la situación se estaba haciendo lo correcto, transmitía serenidad frente a la crispación teledirigida y el histerismo que se iba adueñando de una parte de la población. Su convencimiento y entusiasmo servían de escudo protector.
Sentido del humor
Es verle y se te dibuja automáticamente una sonrisa. A pesar de que Vox le tildó de ‘psicópata’, entre otras lindezas, por reírse en una rueda de prensa, Simón se ha resistido a perder el sentido del humor. Su risa sincera y oportuna es el mejor arma contra preguntas inoportunas u ofensivas, ha sido como ver la luz al final del túnel. En la era de lo políticamente correcto y los ofendidos por cualquier nimiedad, el director del Centro de Coordinación de Alertas ha demostrado que todavía queda esperanza, que no está todo perdido, que la risa es sanadora y que en los peores momentos hay que sonreír, aferrarse a la alegría como a una tabla de salvación y saber transmitirla.
Humildad
La ausencia de humildad en la esfera pública es tan patente que cuando de repente llega un Fernando Simón, no das crédito. ¡Aleluya! Pero si es capaz de reconocer que hay cosas que ignora, que no tiene respuestas para todo y que solo puede hablar de lo que sabe. “Preferiría que hablasen otros de legislación y derechos laborales, y yo a lo mejor no debo dar mi opinión como ciudadano al respecto”. Esta respuesta se la deberían clavar en la pared del despacho todos aquellos que opinan de lo que sea, porque ellos lo valen. Cómo no sentirse identificado con alguien tan humano, que en ningún momento pretende ser lo que no es.
Ser comprensible
Otro de los éxitos de Simón es el de usar un lenguaje común, que cualquiera pueda entender. Lo que no es nada fácil cuando de la noche a la mañana había que familiarizar a la población sobre una enfermedad desconocida. Era crucial que sus palabras llegasen a todos, desde las élites a las personas que han tenido complicado el acceso a una educación. Se trataba de explicar lo que era un virus, los tratamientos, las medidas para frenar los contagios, desmontar bulos… Ahora todos parecemos expertos epidemiólogos, pero no logramos comunicar con su sencillez y precisión.
Ignorar los ataques
Desde la tribuna del Congreso resulta evidente la falta de temple muchos políticos. A los que un ego desmedido les hace blanco fácil de sus rivales cuando les quieren sacar de quicio. No entrar al trapo, no convertir en una vendetta personal los ataques es impensable para tantos líderes que uno se pregunta qué fue de la mesura. Por qué son incapaces de situarse en un plano más elevado, de estar por encima de tantas tonterías que desvían de lo importante. Si alguien ha estado en el centro de la diana durante estos meses, ha sido Fernando Simón. ¿Alguien le ha visto aprovechar el micro para devolver el golpe a sus detractores? Aprendan, por favor.