Todas las violencias
El machismo necesita a “todas las violencias” y a “todos los hombres” para ocultar la violencia de género y a cada uno de los maltratadores que la llevan a cabo.
La resistencia tiene muchas formas de evitar el avance, puede cavar rampas, poner obstáculos, cortar caminos, presentar desvíos inexistentes, negar el destino… en cambio, la acción solo puede avanzar hacia el objetivo pretendido a través de los cauces que nos damos como sociedad.
Cuando de lo que se trata es de avanzar para dejar atrás las grandes injusticias de una cultura androcéntrica hecha a imagen y semejanza de los hombres, las posibilidades de la resistencia son aún mayores, pues no sólo se pueden utilizar elementos objetivos como los que hemos nombrado, sino que basta con la manipulación de la normalidad para crear una falsa conciencia de realidad, o directamente generar confusión para llevar a la gente al distanciamiento y a la inacción.
Es lo que ocurre con la violencia de género, una violencia tan objetiva que se traduce en 60 homicidios de media al año y en cientos de miles de mujeres maltratadas, a pesar de lo cual se sigue negando de forma explícita desde la ultraderecha, y de manera indirecta desde la derecha y sus juegos de palabras nada inocentes.
Es lo que ahora vemos en Madrid cuando la candidata Isabel Díaz Ayuso, al preguntarle por la violencia contra las mujeres dice que los hombres sufren más violencia y que hay que hablar de “todas las violencias”, o cuando el presidente de su partido, Pablo Casado, comenta que hablar de violencia de género es enfrentar a los sexos.
Todo ello se integra en su estrategia para generar confusión. De manera que ya tienen tres estrategias: el negacionismo, el afirmacionismo y ahora el confusionismo. Y en esta estrategia confusionista de la violencia de género sin duda la referencia a “todas las violencias” ocupa el protagonismo.
La idea no es nueva, cuando alguien tiene que posicionarse ante diferentes posibilidades y no quiere hacerlo, pero tampoco quiere reconocer aquello por lo que se le pregunta, acude a la táctica inclusiva de englobar en su respuesta todas las opciones. Por ejemplo, si hay diferentes trabajos y se pregunta a alguien cuál es el mejor, pero esta persona no quiere reconocerlo, contesta que “todos son buenos”. Sí hay varias películas y le preguntan por cuál es la de más calidad, dice que “todas están bien”. Si se trata de varios sillones y preguntan por cuál es el más confortable, responde que “todos son muy cómodos”.
Con esta estrategia globalizadora se oculta el factor que define la realidad de cuál de los elementos es el más destacado entre los que no tienen la calidad o características sobre las que se preguntan. O sea, lo que se hace es una manipulación que evita destacar lo importante y necesario para poder adoptar una posición, al tiempo que impide descartar y rechazar aquellas opciones o situaciones cercanas que están dificultando abordar la realidad, debido a su proximidad con el elemento sobre el que hay que actuar y a la confusión que originan.
Es lo que sucede cuando se pregunta sobre violencia de género y se dice que “todas las violencias son importantes”. Con esa respuesta lo que en verdad se dice es que la violencia de género no es importante, pues se equipara a otras violencias que no tienen las características etiológicas basadas en la construcción cultural, ni generan el impacto objetivo de 60 homicidios anuales, cientos de miles de mujeres maltratadas, y más de un millón de niños y niñas sufriéndola en sus hogares.
A nadie se le ocurriría decir ante la pandemia que “todos los virus son importantes”, o ante los accidentes de tráfico que “todos los accidentes son importantes”, menos aún si tienen responsabilidades sobre esas áreas. En cambio, en violencia de género es una de las respuestas habituales para que no se hable de ella, que repiten, incluso, quienes tienen responsabilidades políticas.
La perversión es mayor cuando junto con esa afirmación se manda el mensaje que hace creer que hablar de violencia contra las mujeres significa desconsiderar al resto de las violencias.
Referirse a todas las violencias debe ser el punto de partida para abordar cada una de ellas con su especificidad y sobre sus elementos, no el destino para mezclarlas, confundirlas y ocultar la que históricamente ha sido invisibilizada y negada, como ha sucedido con la violencia de género.
En medicina se tratan todas las enfermedades, pero cada una sobre sus elementos etiológicos y fisiopatológicos. A nadie se le ocurre decir ante una campaña contra la hepatitis C que todas las hepatitis son importantes, que hay órganos que sufren más patologías que el hígado, o que al hablar de hepatitis C se está discriminando a las personas que tienen otro tipo de hepatitis.
Resulta curioso que quienes hacen referencia al argumento de “todas las violencias” para ocultar la violencia de género, son los mismos que cuestionan que se hable de “todos los hombres” como elemento común y posición de partida de todos aquellos hombres que deciden ejercerla dentro de la normalidad de la cultura androcéntrica.
La conclusión es sencilla, el machismo necesita a “todas las violencias” y a “todos los hombres” para ocultar la violencia de género y a cada uno de los maltratadores que la llevan a cabo.