Todas las mentiras y burradas que ha dicho Trump sobre el coronavirus
El presidente ha dado positivo, junto a su esposa Melania, a un mes justo de las elecciones
En una jugada del karma, Donald Trump ha enfermado de coronavirus. También su esposa, Melania. El presidente de EEUU, el que negó la importancia de la pandemia, el que se negaba a ponerse mascarilla, el que lanzó ideas perniciosas para la salud como solución, ahora tiene que estar en cuarentena, un hecho que pone patas arriba la campaña electoral de cara a las elecciones del próximo 3 de noviembre.
Desde que estalló la crisis del Covid, Trump ha dicho muchas tonterías y muchas mentiras. Ya en febrero, casi al principio, sabía del letal peligro que representaba el coronavirus, mientras en público minimizaba la gravedad de la pandemia e incluso, cuando más de un mes después aceptó públicamente esa seriedad, reconoció haber hecho la minusvaloración de forma consciente, y querer seguir haciéndolo, según él “para no crear pánico”. Lo reconoció en varias entrevistas que concedió al periodista Bob Woodward y que se conocieron el mes pasado, provocando un auténtico terremoto político en EEUU.
El 26 de febrero, en rueda de prensa, Trump decía que EEUU podría tener solo “uno o dos casos en breve” y aseguraba que habían tenido “muy buena suerte”. Y el 9 de marzo colgaba un tuit urgiendo a pensar en los muertos anuales de la gripe y en que no se hacen confinamientos ni se paraliza la economía.
En otra entrevista con Woodward, el 19 de marzo, fue cuando Trump ya asumió: “Siempre quise restarle importancia. Sigo queriéndolo porque no quiero crear pánico”. Informar a la población era fomentar el pánico, parece. Joe Biden, su adversario del Partido Demócrata, afirmó que había cometido una “traición” al pueblo americano.
A raíz de esas revelaciones, el editor jefe de la revista Science, Holden Thorp, publicó un duro editorial contra Trump, acusándolo de mentir “de plano” y “deliberadamente” sobre la gravedad de la Covid-19 a los ciudadanos, algo que ha costado la vida a “muchos” de ellos. “Este puede ser el momento más vergonzoso en la historia de la política científica de los Estados Unidos”, resume.
No sólo ha ocultado la verdadera trascendencia del problema, sino que ha dicho unas cuantas burradas sobre esta coyuntura sanitaria sin precedentes. Al principio, por ejemplo, no quería ponerse mascarilla. ¿El motivo? “Parezco el llanero solitario”. Una fábrica de test, en Maine, tuvo que destruir su producción después de que el republicano la visitase sin usar mascarilla.
También aseguró que la crisis no sería tal cuando llegase el verano, porque con el calor el virus desaparecería con el calor. En un ejercicio más de “cuñadismo”, Trump pasó de las bases científicas, dijo literalmente: “El calor, hablando en general, mata este tipo de virus”. En los días en los que dijo esto, en marzo, también arremetió contra la Organización Mundial de la Salud (OMS): “Bueno, creo que el 3,4 % es realmente un número falso. Ahora, esto es solo mi intuición, pero basada en muchas conversaciones con mucha gente que hace esto, porque mucha gente lo tendrá y es muy leve. Se pondrán mejor muy rápido. Ni siquiera ven a un médico”, dijo Trump en Fox News.
Luego vino con los consejos de automedicación, por llamarlos de alguna manera. A su juicio, el coronavirus podría tratarse con inyecciones de desinfectante en el cuerpo, de lejía en vena. De inmediato, se generó una importante alarma en la comunidad médica, que tuvo que recordar que los desinfectantes son sustancias muy peligrosas y que la exposición a a altas radiaciones puede causar daños irreversibles en la piel, los ojos o el sistema respiratorio. Varios cientos de personas fueron atendidas por hacerle caso al prócer de la patria.
También propuso que se irradiara a los pacientes con luz ultravioleta, ante la mirada atónita de una médica que le acompañaba en su comparecencia. “Suponiendo que golpeemos el cuerpo con una luz tremenda, ya sea ultravioleta o simplemente muy poderosa”, dijo el presidente, dirigiéndose a la doctora Deborah Birx, coordinadora de la estrategia sobre el coronavirus de la Casa Blanca, “creo que usted dijo que eso no ha sido probado pero iba a ser probado”. A lo que añadió: “Supongamos que introdujéramos la luz dentro del cuerpo, a través de la piel o de alguna otra manera. Creo que dijo que eso iba a probarse también. Suena interesante”. El mundo lo miraba ojiplático, como esa doctora.
Más tarde, encontró otra fórmula mágica: la hidroxicloroquina, un fármaco muy eficaz contra la malaria. “Creo que funciona en las primeras etapas (de la enfermedad)”, argumentó Trump, que afirmó que se estaba tratando con él para evitar contagios. “No hay nada que perder”. Parece que no ha sido efectivo, al fin, al presidente del país más afectado por la pandemia. casi a la vez, afirmó que el 99% de los casos de coronavirus “son totalmente inofensivos”. De nuevo, sin base científica alguna.
Twitter y Facebook tuvieron que censurar sus mensajes cuando dijo también que los menores son casi inmunes al virus, para defender la apertura de escuelas. “Por el motivo que sea, los niños manejan muy bien el virus chino, y puede que se contagien pero si se contagian no tiene demasiado impacto en ellos”, dijo Trump. “Son capaces de deshacerse de él (del virus) con mucha facilidad y es algo increíble porque con algunas gripes se enferman mucho y tienen problemas con gripes y tienen problemas con otras cosas”, añadió. Lo de “virus chino” es ya un clásico en su vocabulario.
Quizás para justificar su despreocupación en hablar sobre el coronavirus, Trump trató de comparar esta crisis con la desatada por el ébola hace un años. Pero, misteriosamente, le salió mal. El 25 de febrero, el mandatario aseguró que “nadie había escuchado nunca hablar del ébola en 2014”. Puede que él no supiera qué era, pero el ébola (con una tasa de mortalidad de, aproximadamente el 50% frente a entre el 1 y 2% del coronavirus), fue descubierto en 1976.
Lo último ha sido prometer cien millones de vacunas contra el virus, pese a lo que dicen los expertos, que no ven posible distribuir esa cantidad hasta 2021.
“Desaparecerá. Desaparecerá. Las cosas desaparecen. No me cabe ninguna duda que desaparecerá”, es una frase que ha repetido hasta cansarse el magnate. Por ahora no tiene pinta de irse. Y se ha instalado en su propio cuerpo.