Tocados y casi hundidos: los españoles no están preparados para otro confinamiento
El tiempo para recuperarse de los daños psicológicos no ha sido suficiente y los psicólogos temen una actitud generalizada de brazos caídos.
Los datos no invitan al optimismo. Los contagios por coronavirus van en aumento y las cifras de nuevos casos empiezan a parecerse demasiado a las de finales de abril, cuando aún ni siquiera se podía disfrutar de los primeros alivios del confinamiento y las horas pasaban entre cuatro paredes.
Fueron días de miedo a la enfermedad, días de incertidumbre y días que pasaron factura psicológica a cerca de la mitad de los españoles. Oír ahora hablar de una segunda ola (si es que este rebrote no lo es) e incluso de un nuevo posible confinamiento hace temblar a muchos. Porque si algo tienen claro los especialistas en salud mental es que no estamos preparados psicológicamente para ninguno de estos dos escenarios.
“No estábamos preparados para la primera ola y menos para la segunda”, afirma tajante Pedro Sánchez, del Colegio de Psicólogos de Madrid (COP). El especialista asegura que estos dos meses de nueva normalidad no han sido suficientes “para reestablecer el nivel de estabilidad psicológica que teníamos antes” de comenzar la crisis.
Los daños están en los informes. Según el texto Las consecuencias psicológicas de la COVID-19 y el confinamiento, realizado por la Universidad del País Vasco en colaboración con otros cinco centros, un 46% de los españoles mostraron malestar psicológico en diferentes niveles al terminar la cuarentena, y fue más significativo entre las mujeres.
Desde la Asociación Nacional de Psicólogos Clínicos y Residentes (Anpir) señalan que “si al año hay en España entre un 8% y un 10% de la población con problemas de salud mental, en las circunstancias actuales esa cifra podría incrementarse entre un 15% y un 20%”.
Irritabilidad, angustia, miedo a perder a los seres queridos, problemas de sueño, estrés, agorafobia e incluso depresión son algunas de las alteraciones manifestadas en los últimos seis meses. No se ha podido pasar página, asegura Andrés Quinteros, de Psicología Madrid. “El miedo aún sigue presente y sólo es posible superarlo cuando el peligro ya no está, pero no es el caso”, añade el especialista. Y no sólo se teme enfermar, también estresa la amenaza de un nuevo confinamiento y las nefastas consecuencias que traería, tanto a nivel económico como social.
Demasiadas incertidumbres
Preocupan los datos actuales y preocupa lo que está por venir. “Vemos septiembre con temor y desolación”, reza una de las frases menos alentadoras del comunicado compartido el pasado jueves por el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos (CGCOM) para pedir responsabilidad ciudadana y evitar un nuevo colapso sanitario. Ellos confiesan estar lastrados por "el cansancio de meses de trabajo intenso y jornadas agotadoras” y saben que no están psicológicamente preparados para una segunda ola. Los aplausos de las ocho fueron alentadores, pero habría que ver si ahora se repetirían.
“Escuchaba el otro día a un representante del sindicato de enfermería que decía que estaban detectando desánimo y desilusión entre los sanitarios. Si ellos están así, ¿cómo vamos a estar nosotros?”, pregunta Sánchez.
Según explicaba en junio la psiquiatra especialista en ansiedad y depresión M.ª Inés López-Ibor, los expertos en salud necesitarían seis meses para recuperarse de las secuelas psicológicas que les ha dejado la pandemia. Uno de cada cuatro profesionales sanitarios han experimentado ansiedad, alteraciones del sueño o síntomas depresivos en este tiempo.
Septiembre puede ser, en palabras de Fernando Simón, “una mezcla explosiva” que hay que contener a toda costa. Con el fin de las vacaciones y la vuelta a las ciudades “se va a juntar gente proveniente de zonas con diferente situación epidemiológica”, alertó este lunes al comunicar los más de 16.000 contagios registrados durante el fin de semana del 15 de agosto. No se olvidó de la vuelta a las aulas, cargada de incertidumbres y señalada como un posible foco de nuevos contagios.
Todas esas dudas no hacen otra cosa que alimentar la inestabilidad psicológica. No hay respuestas para la gran mayoría de preguntas —cuándo dejaremos de llevar mascarilla, qué pasará con el verano de 2021, qué posibilidades hay de que nos confinen por comunidades autónomas...— y esa falta de control produce inevitablemente ansiedad.
Cansancio y pocas de ganas de luchar
“La gente está muy cansada”, continúa Quinteros, que explica que vivimos en “un estado de alarma intenso constante y eso es agotador”. Las pautas de higiene que deben adoptarse al salir de casa siguen produciendo tensión, saber que un contacto con un positivo puede alejarte durante dos semanas de la vida social y laboral genera inestabilidad y tampoco acaba de tranquilizar que no haya fecha para la llegada de la vacuna.
“Hay que aprender a pensar que es un problema a largo plazo y que el virus llegó para quedarse”, continúa Quinteros, para quien el primer confinamiento se sobrellevó mejor por el factor sorpresa pero esta vez pocas bazas juegan a nuestro favor. “Lo único es que no se desvalijarían los supermercados”, señala.
Sánchez relaciona cansancio con desánimo, que puede llevar a una actitud generalizada de brazos caídos. “El ser humano hace esfuerzos cuando cree que merecen la pena, que va a tener recompensas, pero la falta de resultados hace que decaiga el ímpetu”, explica: “Y la desilusión es la antesala de la depresión”.
“Si hice un gran esfuerzo y veo que no he obtenido resultados, ¿para qué voy a seguir?”, continúa. “A mí me gusta poner un ejemplo: tengo un terreno que se me inunda, lo arreglo y cuando parece que lo tengo listo de nuevo, viene una segunda riada y vuelve a estar como al principio. Entonces tiro la toalla”, ilustra.
Una generación poco preparada
No es España una población débil psicológicamente, asegura Quinteros, aunque reconoce que no está preparada para catástrofes de esta magnitud. “Nuestros abuelos han vivido la Guerra Civil, en Europa se han vivido dos guerras mundiales, pero esta generación está acostumbrada a que la vida se lo haya puesto fácil”, explica. “No han tenido que hacer esfuerzos y por eso a los jóvenes les cuesta tanto aceptar las medidas para contener la pandemia”.
Son los más tocados psicológicamente: el grupo de edad entre 18 y 25 años manifestó los niveles más altos de estrés, ansiedad y depresión tras el confinamiento, por encima del rango de 26 a 60 años. Influyó, según los autores del estudio, que participaron sobre todo estudiantes y no fue fácil adaptarse al nuevo contexto educativo.
Sin entrar en terrenos económicos, Quinteros está convencido de que un confinamiento sería inviable a niveles psicológicos y aboga por las restricciones en áreas sanitarias localizadas.
De esta falta de preparación ya habló Elke Van Hoof, profesora en Psicología de la Salud de la Universidad de Vrije en Bruselas y especialista en estrés y trauma, en una entrevista con la BBC. “Podríamos haber estado mejor preparados si hubiéramos abordado la importancia de la recuperación de la salud mental antes de la covid-19”, denunció a finales de junio, y lamentó no haber sacado ningún aprendizaje de los meses anteriores. “Desafortunadamente no veo que la salud mental se haya vuelto un tema más importante. Y creo que es algo que nos perdemos, porque existe la posibilidad de que esto vuelva a suceder”.
Siempre nos quedará la resiliencia
El panorama se dibuja complicado, pero los especialistas son optimistas. Con confinamiento, con nueva ola o con lo que esté por venir, abogan la resiliencia innata del ser humano. Su capacidad para superar las circunstancias traumáticas y reinventarse en la adversidad. “Siempre pensamos que lo que nos está pasando es lo peor pero siempre ha habido un fin para todo”, asegura Quinteros, que recuerda que las pandemias son parte de la historia y todas se han superado.
“Hay que seguir manteniendo la actitud combativa”, insiste Sánchez, que asegura que esta es la forma de enfrentarse a una segunda la o la restricción de libertades que pueda venir. El especialista insiste en que la dejadez sólo empeoraría la situación, ya que lo único claro es que el confinamiento bajó los contagios y eso al final es el objetivo.
Quinteros recomienda que, independientemente de lo que ocurra en los siguientes meses, lo que hay que hacer ”es fortalecer los vínculos afectivos importantes y de apoyo, podamos o no podamos ver a gente”. De esta manera, resultará más inspirador seguir las restricciones.
“Y luego diría que racionalicemos, que no nos preocupemos porque no aprovechemos tanto el tiempo como han podido hacer otros estudiando idiomas, haciendo deporte en casa o dedicándose a cocinar”, continúa. “En consulta hemos atendido a gente angustiada porque no ha hecho nada en los tres meses de confinamiento y yo insisto en que hagan lo que puedan y les haga sentir bien. No podemos presionar más a las personas”, apunta.
Es una carrera de fondo y no hay que malgastar la energía ni los ánimos.