¿Tienen los laboristas posibilidades reales de ganar en el Reino Unido?
Starmer afronta el acelerado reto de relevar a Johnson: las encuestas le dan ventaja, pero se enfrenta a dos incógnitas: su propia personalidad y quién será su rival 'tory'.
Boris Johnson es ya un cadáver político. En el partido del aún primer ministro de Reino Unido, el Conservador, se matan por ver quién lo sucederá, mientras que los líderes de la oposición, los laboristas, entienden que este es, debe ser, su momento para tomar el testigo en Downing Street, tras 12 años de travesía del desierto. Su líder, Keir Starmer (Southwark, 2 de septiembre de 1962), un abogado especializado en derechos humanos que lidera la formación progresista desde abril de 2020, está llamado a darle la vuelta a la actual mayoría absoluta de los tories y el hundimiento de Johnson parecer ponerle ahora el viento a favor.
Y, pese a esto, hay una pregunta permanente en el país: ¿tienen los laboristas posibilidades reales de ganar en el Reino Unido? Las dudas surgen de una doble incógnita: si Starmer será capaz de mostrar más personalidad y cuajar como un verdadero líder fuerte ante los ciudadanos y quién será el rival que tenga enfrente, que puede hacer que su mayor virtud, la de mostrarse aburrido pero serio y estable, no sea suficiente para tocar poder. La fórmula valía para pelear contra Johnson, con un 61% de desaprobación, pero pasado el verano ya no estará y las cosas van a cambiar.
Los sondeos de la prensa británica le dan una ventaja a los laboristas de 11 puntos, con un 40% de los votos como media, frente al 29% máximo de los conservadores, como cita por ejemplo Yougov, la mayor referencia en la estadística electoral local. Un 37% de los británicos cree que Starmer sería el mejor premier, frente a un 20% que citaba a Johnson -aún no se han hecho prospecciones encarando al laborista con el líder conservador por elegir-. Son 17 puntos de distancia.
Hay encuestas internas publicadas por la BBC que sostienen que un 10% de los votantes que aportaron por los conservadores en las elecciones de 2019 ya han cambiado su voto hacia al laborismo. Y otras que indican buena predisposición de los liberales y de los verdes para apoyarle, en el caso de que no logre una mayoría absoluta. Un frente antitories.
Los datos parecen alentadores para los progresistas, pero ya se sabe que el diablo está en los detalles: sólo el 22% de los encuestados se imagina a Starmer como primer ministro y un 58% no lo ve siquiera como un mandatario en ciernes. Un 36% estima que es competente, frente a un 32% que no lo cree así, mientras que sólo un 22% de los entrevistados entiende que es un líder robusto; llegan al 44% los que dicen que no lo es.
Las cosas se le complican más aún porque el 70% de aquellos que entienden que él sería el mejor primer ministro sostienen que lograría el cargo por debilidad de Johnson y los suyos, no por méritos propios. Eso lo creen hasta seis de cada diez votantes laboristas. Apenas un 27% entiende que lo merece por sí mismo.
De la necesidad, virtud
La propia popularidad del candidato laborista ha sido oscilante desde que tomó las riendas de su partido, completamente perdido tras el liderazgo de Jeremy Corbyn. Era de un 28% nada más llegar al cargo, ha tenido picos de hasta el 33%, pero ahora no pasa del 22%. Es neutral para un cuarto de la población pero hay un 43% al que directamente no le gusta, y esa es una losa importante de levantar.
No ha remontado siquiera después de librarse de una multa por haber violado supuestamente las restricciones contra el coronavirus, cuando se fue de cervezas en abril de 2021. Un vídeo filtrado para hacerle daño lo mostraba botellín en ristre, pero siempre defendió que no había hecho las cosas mal, que lo suyo no era un partygate como el de Boris y, efectivamente, no ha habido sanción alguna. El problema es que se ha mostrado un poco altanero en su reacción, como si fuera intachable y no humano, y que se le han subido los críticos a la chepa, porque en cuanto prometió que dimitiría si la polémica iba a más comenzaron a pegarse codazos sus hipotéticos sucesores.
“Quiere mostrarse como un anti-Johnson, seguro, estable, confiable, con moral. Todo eso lo está logrando pero esa fama de aburrido que le precede y que no hace nada por combatir supone que también se le vea como alguien sin pasión, sin alegría. A las personas aburridas no se sabe bien qué les pasa, por qué están ausentes. La clave está en que su virtud sea interesante y convincente y que los electores lo miren, lo conozcan”, explica John Dien Xen, investigador universitario con estudios en la Universidad de Leeds.
“Lo que es aburrido es estar en la oposición”, ha dicho Starmer, saliendo al paso de las críticas. El diario The Guardian asegura que ya está movilizando a sus colaboradores para que dejen de ahondar en esa imagen, de la que por ahora no sale bien parado. El analista entiende que esa es sólo parte de su tarea pendiente, porque el grueso está “en que aún no ha articulado claramente qué representa el laborismo para el país y qué soluciones puede dar, no expone sus propuestas con claridad o las cambia sobre la marcha”, como el intento de poner más impuestos a las eléctricas ante la inflación, idea que le ha acabado robando Johnson.
A Starmer le pilló la pandemia de por medio y, en ese contexto, fue difícil darse a conocer y exponer sus ideas, porque había un mal total que todo lo abarcaba. Se le ha escuchado poco. Ahora tiene su oportunidad, pero durante los últimos meses estaba empeñado en derrocar a Johnson, y tampoco ha entrado a exponer sus planes económicos, por ejemplo, el gran caballo de batalla de las elecciones por venir con la inflación por encima del 9%, la peor en 40 años. Él, que hace gala de origen humilde -madre enfermera, padre empleado de fábrica-, y no de estudiar en Eton.
Dian denuncia que no se está reconociendo la tarea llevada a cabo por el líder laborista, “que ha reparado la fama destrozada del laborismo, ha aportado estabilidad a la formación y ha resuelto un problema interno grave”, en referencia a las denuncias de antisemitismo a la anterior dirección. “El mérito de dejar atrás el corbynismo es grande”, porque la formación venía de su peor derrota desde 1935 y la cogió “es descomposición”. Recientemente, recuerda, los progresistas han tenido buenos datos en las elecciones municipales parciales de mayo. “Tiene que aprender a capitalizar todo eso, porque ha convertido de nuevo al partido en opción de Gobierno, por mérito propio o demérito ajeno”, incide.
Iain Watson, el corresponsal político de la BBC, resume que en la “montaña electoral que hay que escalar”, Starmer tiene que pasar por tres fases: la primera, la de mostrar un nuevo liderazgo de partido competente, ya está lograda. Vendía integridad y moderación frente al giro más izquierdista de Corbyn y se ha consolidado. La segunda era la “descorbynización”, y esa está a medio hacer, está quitando de primera línea a los partidarios de su predecesor, de forma discreta, restando “radicalidad”. Esa batalla está casi ganada, aunque si se despista, como con la no multa, hay muchos colegas esperando su silla.
Lo urgente, ahora, es que aborde la tercera fase de una vez: la de mostrar su visión de un Reino Unido laborista, más social y justo, aunque con ramalazos liberales-centristas si los tiempos lo reclaman. Starmer es socialdemócrata, pero de los tibios. “Su meta -indica el profesor- es reiniciar la economía, revitalizar los servicios públicos, especialmente afectados por la pandemia, y mejorar la vida cotidiana de los ciudadanos. Ese es el marco. Tiene que decir cómo lo quiere lograr”. Pedagogía, divulgación, son palabras que repite con insistencia.
También le piden en su partido audacia para reconocer que los tiempos duros, a lo mejor, piden soluciones inesperadas, como un mayor intervencionismo, del tipo de Francia. Ya han logrado que diga públicamente que no va a dar marcha atrás al Brexit, el corcel en el que se aupó Johnson para ganar y machacar a Theresa May, porque “no ayudará al crecimiento económico, no rebajará los precios y no mejorará la competencia” de las empresas nacionales.
El nuevo rival
En eso estará el juego de las semanas por venir, con una complicación añadida: hasta ahora, Starmer trataba de hacer una oposición a la medida de Johnson, pero Johnson ya hay no más, vendrá otro líder y tendrá que amoldarse a quien sea. Hay nombres que le preocupan especialmente, como los del antiguo titular de Economía, Rishi Sunak, o la secretaria de Estado de Comercio, Penny Mordaunt, los favoritos en la carrera. Son mucho más serios y formales que Johnson en su comportamiento diario, menos estridentes, con buena apreciación social, y podrían arrebatarle ese mérito de ser un buen tipo que borre las locuras de Boris.
Los sondeos señalan que hay una ligera ventaja ideológica de los conservadores, y que lo que molestaba era el primer ministro actual, con sus escándalos y el reciente el éxodo masivo de casi 60 miembros de su Gobierno, hartos de su gestión y sus escándalos. Pero si hay otro candidato tory disponible con mejor expediente, no necesariamente se inclinarán por los laboristas. No hay una población inclinada al rojo, y hasta los laboristas han cambiado su color corporativo a un tono más, rosa que a veces se torna morado para mostrar su espíritu feminista.
Los medios más conservadores plantean, ufanos, que Starmer no es un Tony Blair, el socialdemócrata que irrumpió en 1995 provocó el cambio de tendencia con su famosa Tercera Vía, una opción centrista con la que se convirtió en alternativa a John Major, sucesor del thatcherismo. “Si el sucesor de Boris Johnson tiene un enfoque y una ambición reales, y soluciona el caos en el número 10 de Downing Street, hay todo por lo que luchar”, escribe en el Daily Mail el veterano Andrew Neil. Entonces el enfado por las políticas salvajes de la derecha era mucho, pero el miedo a un Gobierno rojo también era notable. Blair se vendió como un cambio pragmático, sin estridencias izquierdosas, y como además el bipartidismo era lo que había, ganó de forma arrolladora. Logró un 43,2% de los votos, 418 escaños que iniciaron el periodo más largo en que el laborismo ha estado en el poder.
“De la capacidad laborista de buscar el ángulo a los conservadores, de la sagacidad de los asesores de Starmer y del cansancio de la población depende que llegue a Downing Street. Posibilidades reales tiene. Un camino complicado, también”, cierra el analista. Tiene dos años por delante, aún, para dar el salto en las elecciones, un tiempo en el que todo puede pasar, de ahí que pelee por un adelanto electoral que es complicado que llegue, porque pueden matarse en el Partido Conservador, pero no quieren soltar la mayoría absoluta que hoy les garantiza todo en el poder.
“A todos los votantes que nos vieron como antipatriotas, irresponsables o soberbios, les prometo que nunca más, bajo mi liderazgo, nos presentaremos a unas elecciones con un programa que no suponga un serio plan para gobernar”, aseguraba Starmer en la presentación de su hoja de ruta. Ahora tiene que bajar a la arena, porque ese marco no es más que buenismo. Ideas y liderazgo propios, más allá de quién sea su rival, por esencial que eso sea. Esa es la fórmula. Sin eso, no hay nada. Como pasaba con Johnson, Starmer lo tiene todo su propia mano lo tiene todo: la llave para triunfar y para hundirse. La excusa del contexto no le valdrá si no sabe jugar bien sus cartas.