Theresa May se va: tanta paz lleve como descanso deja
A partir de ahora lo único cierto es lo incierto que es hoy el futuro inmediato de Reino Unido...
Moribunda durante meses, terminal desde hace dos semanas, este 7 de junio es el día en el que el Brexit, definitivamente, se cobra la muerte política de la primera ministra del Reino Unido, Theresa May.
Tal y como anunció el pasado 24 de mayo, este viernes se ha hecho efectiva su dimisión en diferido, tras tres años marcados por su falta de empuje y de coherencia. Y por su soledad. Sus sucesivos intentos fallidos para buscar una salida pactada de la Unión Europea y una oposición feroz —no sólo de los laboristas o los nacionalistas, sino de su propia gente del Partido Conservador— han sido la tónica de su mandato. No ha logrado convencer a nadie.
Por delante quedan semanas de batalla interna para que otros puedan auparse al Gobierno y al liderazgo de un partido tocado en sus principios, en su orgullo y en su apoyo electoral. ¿Qué será de May, jarrón chino donde los haya? ¿Se decantará por algún candidato a sucederla? ¿Se perderá de vista como su antecesor, David Cameron? ¿Escribirá unas memorias contando todo lo que no sabemos? Lo único cierto es lo incierto que es, hoy, el futuro inmediato del Reino Unido.
Cómo demonios hemos llegado hasta aquí
May se va porque no ha podido ejecutar el Brexit, un mandato que asumió cuando tomó las riendas del país tras la marcha-entuerto de Cameron, una vez que los británicos dijeron en referéndum de 2016, por poco, que querían irse de Europa. Entonces, la primera ministra aún se declaraba partidaria de pertenecer a la UE y asumía el reto de la desconexión con tristeza. Pasados estos años, acabó perdiendo sus convicciones y ya sólo quería salir del problema como fuera. “Siempre lamentaré profundamente no haber podido llevar el barco a buen puerto”, reconoció en su despedida.
May prometió al llegar al 10 de Downing Street que “Brexit is Brexit”, que no había vuelta atrás. Pero se va sin lograrlo. Ella ya no puede más, no tiene la legitimidad ni los apoyos fundamentales. “Ha llegado la hora de que sea otro primer ministro el que lidere al país”, asumió con el consuelo de que lo ha intentado “todo”.
La conservadora negoció con Bruselas los términos de la separación, pero sin contar con apoyos en casa. Un primer acuerdo se anunció el 25 de noviembre de 2018 y la intención original de May era someterlo a votación en el Parlamento británico el 11 de diciembre. Al final, se echó para atrás, porque no podría sacarlo, no tenía los votos suficientes, y prometió volver con un acuerdo mejor. Su decisión, sin embargo, enojó a notables y numerosos miembros de su partido como para forzar un voto de no confianza que se saldó con la victoria de May, pero que no despejó las dudas sobre el futuro de su acuerdo.
El pacto que alcanzó con la UE establecía un periodo de transición para el ajuste, hasta 2020, de cuánto dinero le debe pagar Reino Unido a la Unión Europea para honrar los compromisos adquiridos como miembro del bloque (unos 39.000 millones de libras), y compromisos varios sobre los europeos que viven en Reino Unido y los británicos que viven en los Veintisiete. El punto de la polémica, sin embargo, era una “salvaguarda” para evitar la instalación de una frontera física entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte.
Ahí ha encallado todo. El acuerdo fue rechazado en tres ocasiones en la Cámara de los Comunes (entre enero y marzo) y la gota que ha colmado el vaso, la que le ha costado el cargo a la primera ministra, ha sido un nuevo plan, con el que pretendía conseguir un acuerdo de retirada aceptable. Proponía la posibilidad de que se votara la convocatoria de un segundo refrendo sobre el Brexit y abría la puerta a una unión aduanera temporal con la UE.
Hubiera sido la cuarta votación, pero no hubo tal. No ha habido oportunidad de ver si con esas dos cesiones hubiera ablandado a algunos críticos, aunque tenía pocas posibilidades. Lo que cosechó fue la dimisión de Andrea Leadsom, hasta entonces líder de la Cámara de los Comunes, y la reacción en cadena de sus propios ministros, que le decían en los medios que ya no podía seguir en el sillón por más tiempo. O se iba May o se iban sus secretarios. “He luchado”, repitió ella tres veces en su anuncio de retirada.
Entre lágrimas, pidió a quien le tome el relevo que busque el consenso en el Parlamento por encima de todo, para lograr dejar el bloque comunitario sin una salida dura, o sea, sin acuerdo. Reino Unido tiene fijada la retirada de la UE para el próximo 31 de octubre, tras solicitar un retraso del día inicialmente establecido, que era el 29 de marzo de 2019.
Según un sondeo online de YouGov de principios de este año, el 55% de la gente dice tener simpatía por May, una cifra que sube al 74% entre los votantes conservadores. Básicamente, le reconocen el mérito de haberse comido el marrón, pero no la quieren como gobernante. Ya no. No ganó por goleada en las elecciones de 2017 y no ha sabido cosecharse más apoyos en los años de poder.
Cómo será la sucesión
May deja las riendas del Gobierno y de su partido, después de perder a 36 altos cargos en estos años por falta de consonancia o de confianza. Para sucederla, lo primero es tener un nuevo cabeza visible de los tories, que de seguido asumirá el papel de premier. Hasta ahora se han presentado 13 aspirantes, ejemplos de todas las sensibilidades que hay en la formación, de los proeuropeos a los eurófobos, pasando por los templados.
El proceso de relevo se inicia el lunes. Tras endurecerse y agilizarse las condiciones de las candidaturas para intentar evitar una pelea multitudinaria, primero hay que presentar el aval de al menos ocho diputados. Luego, quien no supere un 15% de los votos (equivalente a 16 diputados) se cae en la primera ronda, que se espera para el 13 de junio. Hay un segundo corte, en el que se estrecha el nudo y harán falta 32 diputados como apoyo (10% de los votos). Será el 18 de este mes.
A partir de ahí, se harán votaciones en días sucesivos, hasta que sólo queden dos candidatos. Y es entonces cuando entra en liza la militancia. Serán los afiliados conservadores los que votarán y decidirán. Se espera que todo el proceso acabe a mediados de julio. El ganador se convertirá automáticamente en líder de los tories y en primer ministro, aunque no será hasta el congreso de septiembre cuando el partido lo designará oficialmente.
Mientras tanto, May continuará siendo primera ministra en funciones, tal y como hizo en 2016 David Cameron: anunció su salida de Downing Street el 24 de junio, tras conocer la victoria del Brexit, y permaneció en el cargo hasta el 13 de julio, cuando fue designada May.
Los favoritos en esta carrera a codazos siguen siendo tres: el exministro de Exteriores Boris Johnson (que encabeza todas las encuestas, si no se le cruza un asuntillo judicial), el extitular de asuntos del Brexit, Dominic Raab, y el actual ministro del Interior, Sajid Javid.
La única mujer que tiene posibilidades es Andrea Leadsom, líder de la Cámara de los Comunes hasta el pasado 22 de mayo, cuando dimitió por el nuevo plan de Brexit propuesto por May y acabó llevando a numerosos ministros a presentar un ultimátum a la primera ministra, un guante que acabó recogiendo y anunciando su retirada.
Lo que deja pendiente
May se va con la pena de haber dividido más a sus correligionarios y a su país, sin haber podido, aún sobre esas ruinas, acabar el proceso completo de desacople de Europa. Deja en manos de quien venga la aprobación del acuerdo con Bruselas que a ella le tumbaron sistemáticamente o la pelea de uno nuevo.
La UE ha dicho ya mil veces que la pelota está en el tejado del Reino Unido, que bastante han hecho dándole una prórroga hasta octubre y que no hay más que negociar. La posibilidad de que Londres abandone la Unión sin acuerdo -el llamado Brexit duro- son muy altas.
Llegar a este extremo, que May quería evitar a toda costa, supondría abandonar el mercado único, lo que restringiría la libertad de movimiento, bienes, servicios y capital. Reino Unido dejaría de formar parte de la Unión Aduanera europea, por lo que se gravaría de manera más aguda a través de impuestos cada traslado de mercancía, lo que provocaría un encarecimiento de los precios y hasta el cierre de empresas.
Lo que defienden los partidarios de la salida a las bravas, lo más jugoso, es que Londres podría negociar sus propios acuerdos comerciales. La crisis inmediata que podría derivar de una salida de la UE sin acuerdo sería compensada con los hipotéticos beneficios que esta libertad de negociación acabaría dando a Reino Unido. El gobierno controlaría sus aranceles y sus impuestos a las importaciones extranjeras, ahora fijadas por la UE a todos los países.
El Brexit, que todo lo devora, es el problema principal, pero no el único. May prometió al llegar al cargo que defendería a la clase media frente a los “privilegiados” y pelearía contra la pérdida de derechos que dejó la crisis. Digamos que la política doméstica ha estado bastante abandonada por una mandataria que gastaba sus días entre los negociadores de Bruselas y los de sus propias filas. Los analistas, como recoge la BBC, son incapaces de citar ni cinco asuntos que haya abordado con seriedad en esta legislatura.
La premier también deja una tarea en la UE: la de salir de la parálisis en la que se ha sumido la Comisión durante meses, con su indecisión, sus exigencias y su incapacidad para sacar el divorcio adelante. El Parlamento Europeo ya ha aprobado la exención de visados para ciudadanos de Reino Unido, y prepara una batería de medidas para paliar el impacto de un Brexit duro, sin acuerdo.
Al menos, tanta polémica ha servido para que no pocos ciudadanos hayan visto la alerta roja de lo que puede suponer la fragmentación en la Unión y hayan votado con vistas a frenar a los ultraderechistas, populistas y eurófobos que sueñan con hacer lo mismo que Reino Unido en Italia, Holanda o Francia.