Testosterona
Parece claro que los partidos españoles tienen un problema con sus modelos de liderazgo.
La testosterona es una hormona esteroidea sexual relacionada con múltiples cuestiones y necesaria para la vida, implicada en el tono muscular o la salud cardiovascular. En un interesante estudio de 2009 de P.J. Zack se pudo concluir que la administración de testosterona hace a los varones más egoístas y es más probable que castiguen a otros por ser egoístas con ellos: lo que investigó Zack hace una década se ha hecho carne en este proceso de investidura fallida que hemos vivido (otra vez) en España.
Escuché a Mónica Oltra decir que había visto mucha testosterona estos días. Y qué razón tiene. Y qué cómodos se sienten nuestros líderes envueltos en sus verdades absolutas, sus egos y sus miserias mientras que los ciudadanos asistimos, atónitos, a la constatación del fracaso de la cultura del afecto y el acuerdo.
La izquierda española no ha aprendido nada en los últimos cien años: seguimos repitiendo el modelo belicista, de reproches y de reparto de culpas, para mayor gloria de los conservadores españoles. No hemos conseguido profundizar en nuestra propia historia, no hemos sabido cómo gestionar la oferta de egos que se han estado paseando por la política española los últimos tiempos. Es triste comprobar cómo la narrativa de un pueblo se va construyendo a base de acusaciones y desdenes.
Lo que hemos vivido estos días ha sido un espectáculo nada edificante. Pactar es algo más que sentarse alrededor de una mesa, es dialogar sinceramente, construir país, debatir en torno a lo común. Pero, sin embargo, hemos comprobado que nuestros líderes políticos entienden el pacto desde la retaguardia, la desconfianza y el egoísmo. Nuestros políticos siguen insistiendo en una idea del poder y de la política que no comparto. Ceder y acordar no es perder, es apostar por la construcción de un futuro mejor, pero los líderes de la izquierda han dejado claro que el verbo ceder y acordar no está en su lista de conjugaciones preferentes.
Parece claro que los partidos españoles tienen un problema con sus modelos de liderazgo: sus líderes necesitan vencer al de enfrente en vez de convencerlo, necesitan ganar las batallas humillando al otro. Frases como “torcer el brazo”, “poner la otra mejilla”, “arrodillarse” las hemos podido escuchar estos días con una carta de normalidad que aterra. Los modelos de liderazgo en España deben cambiar y abandonar este modelo abonado a la testosterona a la que nos tienen tan acostumbrados.
Los partidos políticos españoles les han dicho que no sistemáticamente a los liderazgos femeninos. No a Chacón, no a Susana Díaz, no a Soraya Sáenz de Santamaría; y les han dicho también que no a liderazgos alejados del modus operandi del macho alfa, como el de Íñigo Errejón. Esas negativas no son la causa de que hoy estemos así, son el síntoma: los partidos en España aborrecen que los lidere una mujer, les asusta; las prefieren en un “empoderado” segundo plano. La política española prefiere una pelea de machos alfa en el poder que un modelo de liderazgo basado verdaderamente en el feminismo, alejado de luchas que no importan a nadie más que a los egos heridos que las acometen.
España es algo más serio, y es algo más grande que los líderes que tiene. Es hora de que el conjunto de la clase política entienda que los tiempos de los vetos, los egos y la testosterona han terminado. Es el tiempo del feminismo, pero no de aquel feminismo que se usa de un modo esotérico; no es tiempo de repetir la palabra feminismo como un talismán mientras que al mismo tiempo se le vacía de contenido: es tiempo, en cambio, de liderazgos feministas y femeninos, de acuerdo, de abrazos, de afecto, de confianza. El modelo de liderazgo patriarcal ha terminado. Y la constatación es el fracaso de este proceso de investidura.