Tener vecinos perjudica seriamente su salud
Por Alfonso Marzal, profesor titular e investigador, Universidad de Extremadura:
Vivimos en un mundo urbanizado. Cada vez somos más y estamos más juntos. Y eso es un peligro: según Naciones Unidas, hace 50 años solo mil millones de personas (el 30 % de la población mundial) residía en ciudades, frente a los casi 4 000 millones (el 60 % de la población mundial) que actualmente habitamos en ellas.
Vivir en una gran urbe puede tener ciertas ventajas, como el acceso a una educación superior, trabajos con salarios más altos o mejores prestaciones sociales. Pero la urbanización también conlleva unos retos desde el punto de vista de las enfermedades infecciosas. Estas megaciudades pueden ser el germen de nuevas epidemias, ayudar a que las enfermedades se propaguen más rápidamente y convertirse en amenazas mundiales.
La transmisión de muchas bacterias, virus, hongos y demás parásitos es dependiente de la densidad de población. Esto significa que la posibilidad de contagio de un individuo depende del tamaño de la población en la que vive. Por eso las tasas de transmisión de una enfermedad aumentan con el número de vecinos.
¿Qué respuesta han dado los animales a este problema? Adaptar sus defensas según el riesgo de infección al que se enfrenten, adecuarlas en referencia al número de individuos con el que conviven.
Las aves son un buen ejemplo para ilustrarlo. En un estudio clásico, los biólogos de la Universidad Pierre et Marie Curie Anders Møller y Johannis Erritzøe compararon dos de los principales órganos de defensa inmune (la bolsa de Fabricio y el bazo) de más de 300 especies de aves coloniales y solitarias.
Los investigadores comprobaron que el tamaño de estos órganos era considerablemente más grande en las especies que se reproducen en colonias que en aquellas que lo hacen solitariamente. Las aves que se enfrentan a un mayor riesgo de contagio entre vecinos (las especies coloniales) han desarrollado unas defensas más efectivas para hacer frente a las infecciones.
Recientemente, en nuestro Grupo de Investigación de Biología Evolutiva y Etología hemos estudiado este fenómeno para el caso de la golondrina común. Este ave de pequeño tamaño sufre una gran mortalidad por infecciones de bacterias, hongos y otros patógenos, principalmente entre los pollos e individuos juveniles. Además, cría en colonias con un número variable de individuos, desde unos pocos a varias decenas.
Relacionando la densidad de individuos de cada población con el tamaño de la glándula uropigial (un órgano exclusivo de las aves con funciones antibacterianas y antifúngicas) hemos comprobado que esta glándula proporciona una ventaja a las golondrinas cuando conviven con un gran número de vecinos.
Así, tras analizar 28 colonias de Extremadura y Andalucía, hemos observado que en aquellas más grandes y, por tanto, con más riesgo de contagio, las aves con mayor volumen de glándula uropigial crían un mayor número de pollos. Queda así patente el gran beneficio de poseer un buen sistema de defensa ante infecciones al convivir con muchos congéneres.
Sin embargo, estas ventajas desaparecen en colonias pequeñas: en ellas, las golondrinas con mayores glándulas crían menos pollos. Así, la relación entre el tamaño de la glándula uropigial y el número de crías parece evidente. Invertir nutrientes y energía para desarrollar defensas reforzadas frente a infecciones cuando el riesgo de contagio es pequeño puede ser un gasto inútil. En cambio, es importantísimo cuando tienes muchos vecinos que te pueden transmitir enfermedades.
A lo largo de miles de años de evolución, los animales han desarrollado defensas frente a la transmisión de enfermedades cuando viven en grandes grupos. En el caso del hombre, el crecimiento de la población y el desarrollo de grandes ciudades han ocurrido en poco más de 80 años. Por ello, probablemente, no haya dado tiempo a que nuestros mecanismos naturales de defensa frente a infecciones se hayan adaptado a este nuevo escenario de grandes urbes.
La alta densidad de habitantes, el contacto cercano entre individuos en áreas urbanas y el tránsito de personas que entran y salen de las ciudades son factores que favorecen la rápida propagación de enfermedades infecciosas. Así ha ocurrido con los casos recientes del síndrome respiratorio agudo grave, el ébola y la gripe aviar. ¿Qué hacer ante esta amenaza creciente?
En primer lugar, la investigación para el desarrollo de nuevos medicamentos debe ser un pilar fundamental. Por otro lado, el diseño y planificación de ciudades es primordial para evitar el contagio. Esto implica la presencia de saneamientos y suministros adecuados de agua y una buena gestión de residuos, lo que minimizaría la proliferación de enfermedades transmitidas por insectos y roedores.
Por último, es imprescindible una correcta vacunación de la población para mantener la inmunidad de grupo. Cuando un alto porcentaje de la población está vacunado (alrededor del 95 %), la dispersión de una enfermedad que se transmite de persona a persona se encuentra limitada. Esto ocurre porque los individuos vacunados actúan a modo de cortafuegos, protegiendo indirectamente a aquellos que no están vacunados.
Y tan crucial es mantener la adecuada vacunación como evitar la desinformación de las teorías antivacunas que han crecido de manera alarmante al amparo de las redes sociales. Solo así evitaremos la aparición de casos de enfermedades letales que considerábamos olvidadas, como los nuevos brotes de sarampión que están ocurriendo en Europa y Estados Unidos.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.