Te invito a mi jornada de reflexión
La distopía adelantó por la derecha en la capital. Lo vimos venir pero no quisimos reconocerlo.
El Gobierno de la Comunidad de Madrid no es el Gobierno de España. No extrapolemos al conjunto de la nación. Seamos sensatos.
En estas últimas semanas lo único que leo cuando entro en cualquier red social es que la izquierda en este país ya no vale, es una opción obsoleta. Yo me niego a pensar así, y ni mucho menos me sumaría al acoso y derribo mediático de quienes tratan de hacer un escarnio público con el votante de izquierdas. No es lógico y ni mucho menos justo.
Y lo peor de todo es que incluso gente que se define como un votante de izquierdas también han contribuido a ello sin miramiento alguno. Dónde queda el orgullo de sentirse parte e identificado en un espacio ideológico que ha impulsado en este país leyes tan importantes como la del divorcio, la del aborto, la del matrimonio igualitario, la de eutanasia, la de igualdad...
Los mayores avances sociales que se han dado en este país han sido con el Gobierno del Partido Socialista. Esta es la realidad y no podemos perderla de vista. Históricamente la derecha siempre ha tenido en su posesión a las mejores y más eficaces máquinas de populismo para atraer al electorado más ingenuo.
Eso sí, también estamos en la obligación de analizar el por qué de las cosas y cómo hemos llegado a situaciones que hace apenas unos años parecían impensables. Estamos viviendo una época de agilidad informativa que no nos permite ni siquiera pararnos de vez en cuando y darle más de una vuelta a todos los acontecimientos que suceden a nuestro alrededor.
Por unas semanas (bastantes diría yo) todo ha girado en torno a Madrid. Han emergido improvisados analistas que se daban paso en redes sociales y prensa publicitando unas elecciones autonómicas como si de un partido de tenis se tratara. Ayuso mandaba la bola a Iglesias; Gabilondo arbitraba cada subida de tono como buen mediador que era del encuentro; Edmundo Bal era un simple ciudadano sentado detrás de los jueces de línea que de vez en cuando pedía entrar para jugar (se quedó en un mero espectador, nunca le dejaron participar); a la izquierda de este, una desconocida Mónica García, atenta a los movimientos de cada jugador y casi siempre acertada en su análisis; y desde la otra parte de la grada una tal Rocío Monasterio que irrumpía cada set para embarrar y paralizar el juego.
En mi opinión y tratando de introducir algo de cordura y sentido crítico a este lamentable espectáculo retransmitido en directo para todo el país, me atrevo a hacer una lectura que puede parecer demasiado simplista pero que a su vez refleja lo que desde mi punto de vista ha ocurrido.
Todos podíamos prever lo que finalmente ha pasado. Gabilondo no estaba preparado, nunca fue un candidato real. Lo sabíamos. Iglesias no era muy bienvenido en el Gobierno (el desgaste desde la prensa tampoco le favoreció nunca) y ni mucho menos iba a lograr gobernar Madrid. También lo sabíamos. Mónica García sí era una gran incógnita, nadie esperaba su “victoria” en la oposición, pero ahí está, y además con un discurso inteligente.
Ayuso ha sabido utilizar las palabras correctas en los momentos oportunos, ha logrado ganarse la confianza de la gente, y además pienso que la torpeza de la izquierda en estas elecciones ha contribuido a su victoria. Edmundo ni estaba ni se le esperaba. Y Monasterio sabíamos (otra vez) a lo que venía.
Solo me queda pensar que el circo mediático ha logrado lo que quería: agitar el país por unas semanas, cuando en realidad la trascendencia a nivel nacional debería haber sido en su justa y lógica medida. Junto con la Comunidad de Madrid también hay otras, y no son tan periféricas como para olvidarse de ellas. Se les ha faltado el respeto a todas por igual.
Llegados a este punto, me apetece animar al votante de izquierdas a que no tire la toalla. Tengamos altura de miras y anticipémonos a las pretensiones de los que quieren acabar con la convivencia en nuestro país. Sus deseos son dinamitar un proyecto colectivo de larga historia y no vamos a permitirlo. Nuestros pensamientos y valores vienen de lejos.
La derrota puede significar el comienzo hacia la victoria si se pone adecuadamente en valor la magnífica virtuosidad que nos regala el ejercicio de la autocrítica. Practiquémosla con dignidad. Dos años nos quedan por delante para demostrar que dicho proyecto sigue vivo.